viernes, 29 de agosto de 2008

Self

A comienzos del siglo pasado no deja de repetirse algo en los textos sobre arte: la exigencia de belleza debe dejar paso a la de verdad. Y sobre este tema, arte y verdad, ha corrido mucha tinta, y todavía pueden verse algunos regueros de filósofos despistados. Tanto insistieron que perdimos la belleza sin encontrar por ello la verdad. Querían dar la espalda definitivamente al idealismo y al romanticismo, pero lo cierto es que sólo admitían un arte contemporáneo que se pareciera al del clasicismo pasado por el neolítico. Se trataba de construir la existencia mediante la decisión pero…con materiales nobles, a ser posible con el barniz de lo originario. No olviden que el almario (Unamuno) del existencialista radical está hecho con muebles estilo Biedermeier.


Han pasado los años y también los escándalos montados en torno a la factoría Saatchi. Uno de ellos, revendido por 2, 2 millones de euros:





Marc Quinn, Self , 1991, sangre, acero inoxidable, plexiglás y equipo de refrigeración, 208 X 63 X 63 cm.


Se trata de la cabeza del artista moldeada con 4,5 litros de su propia sangre congelada que se mantiene refrigerada. Un autorretrato conceptual: la cabeza, donde radica la mente, y la sangre, símbolo de la vida líquida. Un cuerpo humano no representado sino hecho de, por y con él mismo. Ante todo, lógico: ¿qué mejor retrato, más exacto, que el hecho con la propia sangre y el DNA de la persona? ¿qué DNI más fiable?




Además, se trata de una escultura como arte del tiempo (frente a Lessing), ya que cada cinco años el artista hace una nueva versión (previo ordeñe de sangre fresca) en la que se puede comprobar el paso del tiempo. Esta última es de 2006. Las esculturas se pueden fundir y refundir en los traslados. Es un arte efímero que pone de manifiesto el paso del tiempo y la mortalidad del sujeto.



Las consecuencias de este planteamiento podían dar mucho juego en los habituales textos de arte que se hacen sobre textos de arte. Sólo hay un problema, un problema Biedermeier: la obra no gusta. Sólo parecen estar a su gusto en compañía los hombrecillos lego. Son los visitantes ideales de los museos de arte contemporáneo.





Volvemos a la exigencia de verdad en el arte. Antes se pedía que los retratos fueran verdaderos, que nos sacaran tal como somos, pero favorecidos. Es decir, con la piel tersa y de cuerpo entero, sonriendo como lelos. Son los retratos ideales, de superficie. El problema es con la escultura. Para ser exacta tiene que volver el cuerpo del revés: construir con la sangre, intestinos, fluidos, heces. Al fin y al cabo, el yo no es sólo lo que entra, sino también lo que sale. Pero esto, que es así, no debe ser así, y el yo tiene que estar construido con más nobles materiales.



Al artista se le ha acusado repetidamente de paranoico narcista. Por lo que ha decidido ocuparse de otros. ¿Gustará?



En Trafalgar Square la cuarta columna estuvo ocupada en 2005 por una estatua gigantesca e inusual, no sostenía la efigie de un guerrero sino la de Alison Lapper, discapacitada, sin brazos y con extremidades atrofiadas, embarazada de 8 meses y que decide tener a su hijo, después de haber sido abandonada por su compañero. Antes había sido abandonada por sus padres y ha padecido el rechazo social toda su vida, acentuado al quedarse embarazada y querer tener el niño. Diplomada en Bellas artes, es también una artista.

Leo en varias web que su vida y gesto son un “triunfo de la voluntad”, e inevitablemente hago el link a la obra de Riefensthal sobre Hitler. De acuerdo con esos cómputos de arte de la salud, aquí tendríamos una muestra de “arte degenerado”. Evidentemente no se trata de eso, exclamamos indignados. Si a alguien no le gusta es por otras razones ¿Seguro?.

El pequeño y sensible alma occidental es Biedermeier, y está rebosando estéticas edificantes. Sólo somos capaces de convivir con nuestro cuerpo ideal, dejando el real a los médicos. Nuestro ideal de perfección se resume en estatuas mutiladas del pasado en las que el fragmento remite a una plenitud ausente. Somos incapaces de verla en la belleza del mármol presente que alberga una humanidad sin límites. Y ahora, ¿es o no es arte de (la) verdad?.

viernes, 22 de agosto de 2008

El filósofo vampiro



“Somos interesantes para nosotros mismos sólo como muertos, en comparación con otros muertos”.

Lo acabo de leer en el libro de Groys Política de la inmortalidad (Katz, 2008, original de 2002). Hace años leí otro libro suyo que me interesó mucho, Bajo sospecha, sobre el papel del filósofo en la sociedad de los medios de comunicación. Su figura era la del detective privado, quien descubre bajo las apariencias otra realidad distinta. De modo que, a diferencia de Descartes, en esta sociedad mediática no es la verdad la que nos saca de dudas, sino la que nos confirma en ellas: ¡Ya lo decía yo!, exclamamos cuando se destapa cualquier chanchullo.

En este libro la figura del filósofo es para Groys la del vampiro, el muerto no muerto. Nos interesa la inmortalidad, pero no la del futuro, sino la del pasado. Queremos que nuestros libros estén en las estanterías junto a los de Kant y Hegel, mereciendo su aprobación. Lo que verdaderamente se persigue no es el aplauso de cuatro indocumentados contemporáneos entusiastas, sino que el mismísimo Heidegger reconozca que hemos pensado lo no pensado por él, y nos permita entrar en ese club exclusivo y excluyente de los que entablan el “diálogo pensante entre pensadores”, de los “pastores del ser”.

No se trata, pues, a diferencia de Ortega, de radicar la filosofía en la vida sino en la muerte. ¿Cómo? He seguido leyendo y he sacado poco en claro. Pero me confirma en la duda una frase leída al comienzo: “Por el contrario, por su naturaleza, las preguntas filosóficas no pueden ser respondidas, y por lo tanto son inmortales”. Ahora todo encaja. Éste es el chanchullo de algunos filósofos.

En su escrito contra la filosofía de los profesores de filosofía Schopenhauer distingue muy bien entre la filosofía como bocación (profesor) y como vocación (en su caso, rentista), es decir, que una cosa es vivir de ella y otra para ella. Y Schelling, si no recuerdo mal, en las primeras lecciones de Berlín, cuando es llamado para extirpar “las simientes del dragón hegeliano”, apela a la responsabilidad ciudadana del filósofo, frente a las pretendidas atribuciones del genio filósofo. Lo hace de una manera que entiende todo el mundo: un profesor no puede llegar a una clase de filosofía y antes de empezar a tratar un tema decir que, bueno, que tiene que darle vueltas, plantearse las preguntas adecuadas, y que, cuando lo tenga claro, dentro de unos meses, ya volveré y seguiremos. Schelling apostilla que al filósofo le paga el Estado para que dé respuestas y no para que exponga sus más íntimas perplejidades. Bien es verdad que no todos los profesores de filosofía son filósofos, aunque casi todos los filósofos son profesores de filosofía. También que algunos se dan el homenaje en sus clases de sesiones de psicoanálisis gratuitas.

No estoy de acuerdo con que la misión del filósofo consista sólo en plantear preguntas, y mejor si son insolubles. También debe intentar dar respuestas. Debe asumir la responsabilidad de la respuesta. Al fin y al cabo, no es sino un ciudadano, una persona corriente, que trabaja con y para personas corrientes. Y si se cree un genio, con más razón todavía.

Leo que la campeona olímpica de salto con pértiga, la rusa Yelena Isinbayeva, es una “ávida lectora de filosofía”. Magnífica noticia. Pero no creo que lo haya conseguido quedándose mirando con la pértiga de la pregunta al obstáculo de la respuesta.

domingo, 17 de agosto de 2008

El caballero oscuro



Es una de las películas más interesantes que he visto últimamente.




Es una muestra depurada de cine fascista posmoderno: violencia estetizada, irónica, en la mejor tradición del romanticismo negro.



Sigue la doctrina estética de los "grandes criminales" y los "hombres inútiles", que llega desde Los bandidos de Schiller hasta hoy. Joker: "esta ciudad necesita de un gran criminal y yo se lo voy a dar". Como dice Alfred: "algunas personas sólo quieren ver arder el mundo". Link a la novela de Menéndez Salmón, Derrumbe.

No es que la sociedad (Gotham)tenga problemas,sino que está enferma, la corrupción es generalizada y los ciudadanos impotentes. Por lo que es necesario el "cirujano de hierro" que la sane. Antes el planteamiento era claro: el héroe que encarna el bien contra el villano que representa el mal. Esto es lo que ha desarrollado el romanticismo tradicional en su proceso de mitologización. Es, para entendernos, en clave de cine USA, la épica de los seres de frontera. Pero después de Sólo ante el peligro viene Sin perdón.Es decir, el proceso de desmitologización del romanticismo negro. Es la lección que Joker imparte a Batman.

El tema no va ahora de bien o mal (ya nadie sabe lo que es eso) sino de orden y caos. Los ciudadanos necesitan al héroe para que mediante la violencia (caos) restablezca el orden. Una vez conseguido, debe ser apartado, no se le necesita, estorba, es un mal ejemplo, y mejor si muere en el intento.Porque la violencia contamina, y ya no se le puede aplicar el desodorante de la virtud, con la disculpa de las buenas intenciones. Esta es la tortura de Batman. Los héroes quieren serlo a tiempo completo, pero la sociedad sólo los necesita a tiempo parcial.

Ante este panorama, el Joker lo tiene claro: el caos es la premisa del nuevo orden. Sólo hay una condición, y es que el gran hombre no odie la injusticia sino la mediocridad. En gran estilo, cada cosa se convierte en su contrario, sólo necesita un pequeño empujoncito. Así sucede con la gran esperanza, el fiscal Harvey Dent, que acaba encarnando la dualidad del héroe-villano. Sin problemas, ya que volvemos a ver repetido el cinismo ciudadano de El hombre que mató a Liberty Valence con el tratamiento dado al comportamiento del fiscal. Le hacen quedar como un héroe, para no desilusionar a la gente, aunque sea mentira.



En fin, una película excelente, entretenida a pesar de que sobra metraje, divertida a ratos, que encima hace pensar, y hasta puede ponerla un profesor de filosofía en el Instituto, a ser posible en la clase de Educación para la Ciudadanía.

Mi recomendación: sólo para mayores acompañados, y con reparos.

lunes, 11 de agosto de 2008

Bodrio sobre nuevas tecnologías en El País



Ya se sabe que agosto es un mes de rebajas informativas, pero me ha sorprendido el bodrio que publica hoy El País sobre nuevas tecnologías. Es todavía más extraño si se compara con el interesante suplemento que tiene el peródico, el ciberp@aís. Se trata del reportaje que firma Francesco Manetto con el título "Cuando la tecnología es una carrera de obstáculos".Un verdadero ejercicio de caspa intelectual al estilo de Paco Martínez Soria en la afamada película de los sábados por TVE1 Internet no es para mí.

En recuadro plantea preguntas estremecedoras: "¿Es realmente más práctico, rápido o eficaz hacerlo todo a través de la Red?". Subrayo todo.

¿Es tan difícil de entender que somos seres tecnológicos y que esto no es una opción sino una condición? Tiene razón al decir que hay una brecha cultural en torno a las nuevas tecnologías, este engendro de informe es una muestra de ello.

Y puestos a informarse no cuesta mucho darse una vuelta por los blogs de Tíscar, Juan Freire, Piscitelli...

Heidegger y Van Gogh, según Derrida.


"Tomaremos como ejemplo un utensilio corriente: un par de botas de campesino. Para describirlas ni siquiera necesitamos tener delante un ejemplar de ese tipo de útil. Todo el mundo sabe cómo son, pero puesto que pretendemos ofrecer una descripción directa, no estará de más procurar ofrecer una ilustración de las mismas. A tal fin bastará un ejemplo gráfico. Escogeremos un famoso cuadro de Van Gogh, quien pintó varias veces las mentadas botas de campesino. Pero ¿qué puede verse allí? Todo el mundo sabe en qué consiste un zapato. A no ser que se trate de unos zuecos o de unas zapatillas de esparto, un zapato tiene siempre una suela y un empeine de cuero unidos mediante un cosido y unos clavos. Este tipo de utensilio sirve para calzar los pies. Dependien­do del fin al que van a ser destinados, para trabajar en el campo o para bailar, variarán tanto la materia como la forma de los zapatos.[...]

En la oscura boca del gastado interior del zapato está grabada la fatiga de los pasos de la faena. En la ruda y robusta pesadez de las botas ha quedado apresada la obstinación del lento avanzar a lo largo de los extendidos y monótonos surcos del campo mientras sopla un viento helado. En el cuero está estampada la humedad y el barro del suelo. Bajo las suelas se despliega toda la soledad del camino del campo cuando cae la tarde. En el zapato tiembla la ca­llada llamada de la tierra, su silencioso regalo del trigo maduro, su enigmática renuncia de sí misma en el yermo barbecho del campo invernal. A través de este utensilio pasa todo el callado temor por tener seguro el pan, toda la silenciosa alegría por haber vuelto a vencer la miseria, toda la angustia ante el nacimiento próximo y el escalofrío ante la amenaza de la muerte. Este utensilio pertenece a la tierra y su refugio es el mundo de la labradora. El utensilio puede llegar a reposar en sí mismo gracias a este modo de pertenencia salvaguardada en su refugio."


miércoles, 6 de agosto de 2008

Metro cúbico de infinito




Una obra de Pistoletto (1966) de título rotundo para una apariencia banal, casi de caja de embalaje. Está hecha de seis espejos cuyas caras miran hacia dentro. Nos dan la espalda. Son personajes de espaldas. Es la figura perfecta de la mónada. Cerrada dentro de sí misma, no tiene ventanas, pero refleja el universo, el infinito. En ella lo inconmensurable, el infinito, se vuelve mensurable: un metro cúbico. O, si se prefiere, lo finito se multiplica hasta el infinito en un espacio cerrado, en el espacio de sí mismo. El Yo absoluto en un metro cúbico.

La obra se compone en la exposición y se descompone en el traslado. Son tres momentos: el acarreo de los espejos, la construcción del cubo y su desmantelamiento. La primera fase es la de mirarse en sentido moderno y construir una identidad en la imagen. Es el autorretrato. La segunda fase es aquella en la que desaparece el yo. Los seis espejos se ensamblan mirando hacia adentro. Es el espejo-dice Pistoletto- y no el yo el protagonista. Quizá se trata de la multiplicación del vacío hasta el infinito, el vacío es el infinito. Los sujetos están fuera, excluidos. El espectador no ve lo que hay dentro sino que lo imagina. La tercera fase es la que propone Pistoletto con la ruptura del cubo. El espejo estalla en fragmentos, y en cada uno de ellos, como si fuera un gran espejo se refleja el universo. Así se reflejaba el yo en El estudiante de Praga para, a continuación, morir.

La obra expresa las complejas variaciones en la relación entre Uno y Todo. El arte muestra todas las fases descritas. La primera es la filosofía moderna de la conciencia. La segunda su superación en el idealismo en la que desaparece la conciencia y emerge el vacío de la intuición intelectual. La tercera es la de Arte y pensamiento. La ruptura en fragmentos de la conciencia es la del pensamiento en imágenes del arte.

El metro cúbico de infinito es la imagen de la unidad recobrada con el Todo, la ilusión de que la esencia de lo finito es lo infinito, de que éste puede encarnarse en aquel. Pero también lo es del desgarro, el vacío, la ceguera. Cumpliendo en el arte, la cultura muestra su impotencia revelando la contradicción. La poesía trascendental de Schlegel, cuyo Uno y Todo es su capacidad de expresar lo ideal y lo real, la de Novalis, en la que el yo debía tomar posesión de su sí mismo trascendental, las angustias de la encarnación del Todo en el fragmento en Schelling, todas ellas encuentran su eco en la obra de Pistoletto. El Absoluto no puede ser construido en el reflejo de la conciencia, que es fragmento, limitación, y tampoco puede salir fuera de sí mismo, pero vuelto hacia dentro jamás logrará verse. El metro cúbico de infinito es una contradicción lúcida. Un más que es menos, lo sumo ciego. Sólo queda el reflejo, la visión de los márgenes, de los límites.

(Fragmento de mi próximo libro: Magnífica miseria (dialéctica del romanticismo).

sábado, 2 de agosto de 2008

Un tesis doctoral sobre estética



-Podéis decir lo que queráis, pero yo os pregunto: ¿qué camino debe seguir en este país alguien que ha escrito una tesis doctoral sobre la estética de Benedetto Croce, calificada cum laude por la Universidad de Nápoles?

- El de adaptarte a las condiciones de tu patria y retomar el hilo perdido -respondieron sin dudar, ni siquiera esbozando una sonrisa irónica.

-¿Qué hilo?

-El de sentirte bien en tu patria, y los días de fiesta salir de la ciudad a ver la erupción de algún géiser y luego ir a los invernaderos de Hveragerdi a merendar con tu mujer y los críos -respondieron.

Ante aquello no pude objetar nada.