domingo, 14 de septiembre de 2014

la insoportable levedad de la insignificancia



"Pasó junto al instructor y cuando estaba a unos tres o cuatro pasos de distancia volvió hacia él la cabeza, sonrió, e hizo con el brazo un gesto de despedida. ¡En ese momento se me encogió el corazón! ¡Aquella sonrisa y aquel gesto pertenecían a una mujer de veinte años! Su brazo se elevó en el aire con encantadora ligereza [...] Era el encanto del gesto, ahogado en la falta de encanto del cuerpo. Pero aquella mujer, aunque naturalmente tenía que saber que ya no era hermosa, lo había olvidado en aquel momento. Con cierta parte de nuestro ser vivimos todos fuera del tiempo. Puede que sólo en circunstancias excepcionales seamos conscientes de nuestra edad y que la mayor parte del tiempo carezcamos de edad"
                                        (La inmortalidad)

"—Cáncer…
Ramón tartamudeó algo y, torpe, fraternalmente, rozó con su mano el brazo de D’Ardelo.
—Pero hoy eso tiene tratamiento…
—Demasiado tarde. Pero olvida lo que acabo de decirte, no lo cuentes a nadie; vale más que pienses en mi cóctel. ¡Hay que seguir adelante! —dijo D’Ardelo y, antes de continuar su camino, alzó la mano a modo de saludo, y ese gesto discreto, casi tímido, tenía tal inesperado encanto que Ramón se emocionó"
                            (La fiesta de la insignificancia)


Las novelas de Kundera, como sus personajes, nacen de gestos, y en ellas el autor se convierte en actor a través de ambos. El gesto es el vacío, la belleza terminal de la gesta que ya nadie aprecia y, por ello, es tanto más encantadora. El gesto es la huella de los actos perdidos, del destino que amamos pero que no nos ama, de la vida que está en otra parte. La enorme simpatía de Kundera por lo terminal se contagia en la enorme simpatía por un Kundera terminal en esta novela.

Al final la insoportable levedad del ser es la insignificancia y "la insignificancia, amigo mío, es la esencia de la existencia". No hay ninguna cosa en sí kantiana -filosofa su personaje Stalin- solo el mundo como voluntad y representación "y que, para hacer que exista esa representación, para hacerla real, debe haber una voluntad; una enorme voluntad que la impondrá". La suya, evidentemente, apostilla un Stalin ya sin voluntad, aburrido de esa pandilla de "Sócrates de alcantarilla" que le rodea. Únicamente Hegel le tienta a Kundera, porque "sólo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella".

Es lo que hace en esos encuentros casuales de los que nacen los gestos aromatizados con una belleza terminal que vence al tiempo. En ellos se pone de manifiesto el valor de la insignificancia y la "nocividad" de ser brillante. Esa levedad es posible en las novelas de Kundera si se cumple una única condición, la de no quedar aplastados bajo el cáncer europeo moderno que roe la existencia:"sentirse o no sentirse culpable", esa es la cuestión.

"—Aconséjeme usted cómo he de hacerlo —sonríe amargamente Tamina.
 —¿No ha tenido nunca ganas de marcharse?
 —Tuve —reconoce Tamina—. Tengo unas ganas tremendas de marcharme. Pero ¿adónde?
  —A algún sitio en el que las cosas sean ligeras como la brisa. Donde las cosas hayan perdido su peso. Donde no haya reproches.
  —Sí —dice Tamina soñando—, ir a algún sitio donde las cosas no pesen nada".
                                (El libro de la risa y el olvido)








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