sábado, 24 de octubre de 2015

torpeza real



Uno no puede por menos de admirar la soltura real al pronunciar este discurso, bien articulado, en cuanto a la forma, lejos del tartajeo del padre y el naufragio ocular en las chuletas de Rajoy.

Sin embargo, algo enciende las alarmas del profesional de la estética que está de servicio las 24 horas, y es el celebrado párrafo que reproducen elogiosamente (casi) todos los medios de comunicación.

"Cuando se levantan muros emocionales —o se promueven divisiones— algo muy profundo se quiebra en nosotros mismos, en nuestro propio ser, en nuestros corazones. Que nadie construya muros con los sentimientos".

Aquí tienen ustedes un ejemplo de retórica posfascista posmoderna. Con ella la torpeza real se pone a la altura de uno de los especímenes más genuinos de la (en términos marcusianos) cultura unidimensional: el tertuliano.

Los muros emocionales se construyen en política operando con conceptos emocionales como estos destinados a fabricar símbolos que dividen. Hagan la prueba: la misma frase pronunciada por Mas desataria el delirio de su auditorio. Al ser absolutamente vacía de conocimiento vale para lo contrario y para el contrario: ¿cómo se pueden poner muros a los sentimientos?

Y, sin embargo, a este marasmo de sentimentalismo (que no de sentimientos) tardorromántico, siempre compitiendo con el kitsch, llegan de antaño preciosas advertencias.

En un momento de lucidez el pobre Werther escribe el 8 de agosto:

"Sólo una cosa, querido amigo: en el mundo muy rara vez es simplemente «esto o lo otro», los sentimientos y los comportamientos tienen matices tan variados como la pendiente de una nariz aguileña y la de una chata".

Uno tiene la convicción después de haber hablado con colegas catalanes a los que admira y respeta, gente tranquila, que se explica y argumenta, que las cosas no se han contado bien por ambas partes. Yo, al menos, tengo la sensación de estar desinformado sobre buena parte de la realidad catalana. Los políticos han ido construyendo muros emocionales para su propio beneficio en una constante manipulación emocional que es siempre el signo de lo totalitario de cualquier signo y especialmente en democracias. Y es que nos faltan políticos excelentes (que se exijan a sí mismos) y nos sobran políticos "ejemplares" (una panda de mediocres). 


domingo, 4 de octubre de 2015