He leído este libro casi de un tirón, en los intervalos de un corto viaje. Promete en la banda publicitaria que lo rodea decir la verdad sobre Leni Riefenstahl. ¡Qué mejor reclamo para volver sobre uno de los mayores enigmas de la relación entre arte y política en el III Reich!. En un extremo están sus Memorias y en el otro el ensayo que más le dolió, el “Fascinante fascismo” de Susan Sontag; está la imagen de Junta, personaje central de su película La luz azul, al que quiso convertir en emblema de su carrera, y que sirve de portada al libro: una artista ingenua, mártir de su búsqueda de la belleza. Hay otra imagen, al final de su vida, con 98 años, en el año 2000, ésa en la que te mira fijamente, devorándote, con rostro de Medusa vestida de safari y rejuvenecida por el lifting.
El libro muestra las imágenes del poder ya conocidas o sospechadas, más los documentos y cotilleos oportunos. Es duro decirlo, pero sirve de poco, sigue ganando Leni, y jamás quedará reducida a pinturera vestal de culebrón venezolano. Al contrario de otro “gran filósofo” de la época, del que cada vez que tenemos noticias sobre su vida no hace sino confirmarnos que sólo dio la talla de un pequeño canalla académico, apenas redimido por ser objeto de un gran amor respecto al que, según dicen, no supo estar a la altura. No, por ahí no parece ir el “fascinante fascismo”.
Iba leyendo en el tren y, de pronto, volví a recordar una conversación mantenida hace años con compañeros del Área de Estética, y de la que fue testigo (un tanto perplejo por su viveza creciente) un alto cargo hoy del Ministerio de Cultura (no el que están pensando). Tenía como protagonistas a los dos personajes mencionados, la artista y el filósofo, y fue suscitada por la posible visita de Leni a España con motivo de un homenaje a su obra. Ya se habían anunciado manifestaciones de gitanos, para protestar por el empleo como extras de compañeros suyos sacados por ella en su momento de los campos de concentración para el rodaje de ese bodrio estético con momentos sublimes en la fotografía que es Tierra baja. En la claridad que teníamos sobre cómo debían ser las relaciones entre Arte y Política se nos atravesaba la sombra del hecho, fácilmente comprobable , de que la grandeza estética va acompañada con frecuencia por la miseria ética en los creadores. ¿Cómo establecer un criterio? Discutimos apasionadamente.
Seguí leyendo y, casi al final, me quedé literalmente helado cuando, por fin, apareció la clave: unos ojos y a su derecha un texto.
Propongo que se vea como ilustración de la última imagen (no al revés, abstenerse filósofos) antes mencionada el siguiente texto. Se refiere a la visita que Leni hace a Sudán buscando los restos de sus amigos nubas, acompañada de Ray Müller, autor del documental sobre ella titulado El poder de las imágenes (de quien he tomando el título del post), muy recomendable, a pesar de las limitaciones impuestas.
El texto dice así: “Poco después de llegar al lugar, mientras Müller se tomaba un descanso entre filmaciones y Leni charlaba con un grupito de nubas ancianos, él escuchó un grito. Al levantar los ojos vio con alarma que Leni se dirigía hacia él con furia. Ella acababa de preguntar por dos de sus más antiguos amigos nubas y, al enterarse de que habían muerto, se había puesto a llorar y de pronto se había dado cuenta de que las cámaras de Müller estaban apagadas. Él se había perdido el momento dramático, había dejado de registrar la emoción que la había embargado, se había perdido el ángulo adecuado para captar las lágrimas que descendían por sus mejillas. Su furia aumentó mientras lo regañaba, pero después se volvió y se apartó de él, temblando de furia y de frustración. Müller se apresuró a tranquilizarla, a explicarle que no podía haber sabido lo que ella iba a escuchar, y mucho menos podía haberse anticipado a la reacción que iba a tener. Ella se aplacó y le brindó una última oportunidad para rectificar su inexcusable ineptitud con las cámaras. Volvió al grupito de ancianos y, sin dejar pasar ni un segundo, repitió sus preguntas, su conmoción y sus lágrimas como si el momento fuera la espontaneidad en sí. Müller recordó: “Yo estaba fascinado. Incluso estando apenada, esta mujer ya había calculado el efecto dramático de su pena. El límite entre la vida y las películas de Leni Riefenstahl oscila constantemente. Y era una escena clave. En eso tenía razón”.
Pero no es todo. Al pasar la página se nos cuenta que el helicóptero en que emprende el viaje de regreso, un cacharro soviético de desguace, es tiroteado por la guerrilla, cayendo al suelo:
“Cuatro de los pasajeros resultaron gravemente heridos, aunque ninguno de carácter fatal, pero todos peligraban porque las pérdidas de gasolina amenazaban con incendiar el helicóptero. Entre esos cuatro se contaba Leni, [98 años] que tenía unas costillas rotas, la espalda dañada y cortes y abrasiones en la cara y que, inconsciente, tuvo que ser llevada en camión a un hospital de Jartum y luego a Alemania, donde recuperó el conocimiento varios días después, tras figurar en la portada de todos los diarios del mundo. Cuando Leni despertó de su inconsciencia, preguntó a Müller si la había filmado cuando la sacaban de entre los escombros del helicóptero. Él le respondió que no. Abatida, Leni se preguntó si no podrían simular el incidente cuando estuviesen en Munich, empleando técnicas de pantalla azul. “Típico de Leni”, pensó Muller”.
Pues eso.
Nos equivocamos. Estamos más pendientes de las imágenes del poder que del poder de las imágenes. Y ellas tienen un discurso propio. Algunas nos dominan. Y aquí está la clave del “fascismo fascinante”.
El antropólogo Marc Augé decía en una entrevista a El País el 23 de junio del año pasado que "La imagen puede ser el nuevo opio del pueblo. Vivimos en un mundo de reconocimiento más que de conocimiento" Despué añadía: "Sólo entiendes la manipulación de las imágenes al hacer una película. Hay que aprender a leer y a escribir y también a leer y hacer imágenes". La anécdota que cuenta de Leni Riefenstahl me ha recordado el recorte (¿recordar el recorte?¿Qué clase de memoria es esa?). En cualquier caso creo que la imagen es opio de pueblo y de sabio (hay un papanatismo estético de altura) y el "saber las claves del hacer imágenes" no nos libra necesariamente del hechizo. El caso de fascinante fascismo es ejemplo: uno no sabe si la pasión por estas glorias - no muy abundantes - del nacionalsocialismo es comprensión o fascinación(en el peor sentido de la palabra).
ResponderEliminarEs difícil el papel del gremio esteta: el artista y el filósofo pareciera que se tornan nuestros paladines emancipadores del potro de tortura - la sociedad rellena de imágenes y encostrada - sólo a costa de aprender del noble arte de la amputación y el descoyuntamiento, sea, la génesis de orden de la imagen. El artista moderno nos salva a golpe de bisturí iconográfico(qué agudo, exigiéndo al común fe y reverencia aún en el escupitajo. El filósofo nos emancipa llevándonos previamente al pantano del opio, resaltando su fascinante fascismo y esperando nuestra pronta recuperación mientras contempla, desde lo alto (como ese punto común de fuga o elementalidada que señalaba en la anotación anterior) el mundo que se hunde entre el ruido y la furia.
Dura tarea la de filósofo de la estética.
John F Kennedy ha permanecido en la memoria colectiva de los nor-teamericanos como un referente simbólico ineludible: “¿Dónde estabas tú el día que mataron a Kennedy?”; JFK esta considerado el segundo mejor presidente de la historia tras Lincoln.
ResponderEliminarPero JFK es la imagen creada por Kennedy, consciente tras el debate en TV contra Nixon que le dio la victoria más exigua jamás obteni-da; de que se entraba en un tiempo nuevo: el de la Iconosfera. Puso en marcha lo que disecciona a la perfección Tracey Barrey en su documental Kennedy Mistique; creating Camelot .
La lozanía y vigor del joven patricio católico en sus actividades es-portivas; era la antítesis de una salud frágil sostenida merced a la medica-ción crónica; la inmarcesible armonía de su ejemplar vida familiar tenía su negativo en la satiriasis confesa siempre al acecho de conquistas; las infi-delidades matrimoniales convertidas en National Security´s Affair. Kenne-dy puso en activo el Reino de Camelot; - los testimonios de sus dos fotó-grafos personales; Cecil Stougton y Jacque Lowe de hasta que extremo se diseñó el reino eidético aprovechando el indudable encanto infantil de sus hijos en los peores momentos del conflicto racial.
JFK era el icono imprescindible en un país con más de treinta millo-nes de hogares con TV; en el que la legitimidad de su política se obtenía a diario en el papel couché y la televisión. Había comenzado plenamente la era de la imagen; Iconosfera – G. Cohen Seat -; en la que más allá de la “estetización de la política” se estaba en la legitimación icónica de la mis-ma. JFK es más que una creación estratégica; junto el Ché, Marily Monroe o Elvis componen el elenco de la única mitología validada del s XX.
La sombra de la sospecha – ¿fundada o leyenda urbana? - planea sobre el evento icónico que dio carta de naturaleza efectiva a este tiempo nuevo de la iconosfera. La retransmisión urbi et orbi de Junio del 69 de la llegada del hombre a la Luna- Aquél “pequeño paso” sobre la superficie del decorado selenita de Odisea 2001 de Kubrik era en realidad “un gran salto para la humanidad” que era abducida a una realidad ignota en la que la imagen era la realidad. La onticidad icónica se podría definir. Ya no es que se rompiera el contrato de la función vicaria; ni que se haya instaurado la era del simulacro; Baudrillard dixit; si no que no hay más realidad que la icónica.
La obsesiva preocupación de Leni Riefenstald obedece a esta mu-tación. Ella como la constructora de la imagen del partido nazi con su es-cenografía multitudinaria producida a criterio fotográfico; ella, hacedora del liderazgo carismático de Hitler tras Nüremberg; ella, autora de sí misma como intrépida alpinista juvenil y submarinista audaz en la vejez; era cons-ciente de que su humana emoción y temblor no se transmutaría en reali-dad hasta quedar positivada y montada en celuloide.
Mas allá de que toda imagen sea imagen producida…una forma de ver….( J. Berger); Riefenstahl inauguró el tiempo icónico en el que la tras-cendencia, la efectividad; lo que produce arte, reflexión o política serían las imágenes; no los hechos.
La preeminencia icónica ha quedado trágicamente rubricada en la cruda planificación mediática del 11-S. El lapso entre el primer y segundo impacto estaba calculado para alcanzar el ON LIVE global; principal com-ponente explosivo del atentado.
Nada real puede desplazar el rotundo impacto político de la imagen de Carla Bruni; dos escalones por detrás de su menguante presidente de la republica francesa - cuya imagen esta en horas bajas - . Inteligente co-nocedora de la Iconosfera; Bruni reinterpretaba la imagen de Jackie Ken-nedy en su gira europea del 1961; repitiendo el impacto de entonces. El ominoso contraste con la obsolescencia icónica de la monarquía británica – amenazada desde el icono Diana de Gales por una peligrosa ausencia de imagen. Resulta revelador el episodio; parcialmente fabricado por la BBC del incidente en la sesión fotográfica con Annie Leibowitz: ¿qué me muestre friendly… sin el cetro, el armiño?…I´m the Queen! - .
Fue entonces y es el efecto político más evidente ahora el absoluto protagonismo de la imagen. Encumbrada a cuestión de política exterior hispana, la reciente fotografía de J. L. Rodríguez Zapatero en la cumbre de la OTAN.
La onticidad icónica se ha constituido en objetividad incuestiona-ble; en la exclusiva forma de legitimación para la política-enterteiment; re-presenta el constituyente básico del self del hombre actual; V. Verdú apo-logeta. Y en el postrer momento; la vía práctica para la trascendencia. La puesta en el mercado por una empresa nipona de un modelo de lápida mortuoria que en un dispositivo de memoria accesible mediante el teléfono móvil y un código de barras almacena las imágenes y la biografía del fina-do.
Marc Augé; - como oportunamente refiere otro comentario al blog-; había cifrado en el No-Lugar el espacio simbólico de aquél tiempo global de los 90 marcado por el tránsito y la rapidez en la comunicación; ahora se cuestiona respecto al estatuto de la imagen en el tiempo iconosférico. Allende del nuevo opio del pueblo, lo icónico conforma la materia del no-lugar en el que somos.
De la preponderancia icónica es resultado este tiempo nuestro ahora se esta trasmutado más allá, en lo virtual; eso sería objeto de otro momento.
PS. Estimado José Luís; continúo trabajando en hallar una orienta-ción para la Tesis; el tema del Blog era toda una invitación. Gracias. Fran-cisco Reyes González Nieto (Badajoz)