viernes, 20 de abril de 2012

La civilización del espectáculo





Este último libro Mario Vargas Llosa debería ser de obligada lectura. Para los gestores públicos, ya que a partir de ahora no tendrán que aguantar la acusación de que los recortes económicos lo primero que se llevan por delante es la cultura. Según la tesis de Vargas Llosa, esta ya no existe, ha desaparecido, luego cabe concluir que ya no es necesario promoverla y, mucho menos, subvencionarla. Efectivamente, el libro cumple con creces en su crítica a la civilización del espectáculo, pero no desarrolla, acaso lo deja para una futura y deseable ocasión, lo que serían las líneas maestras de una civilización de la cultura como alternativa.


A juicio del autor lo que antes se entendía por cultura se ha frivolizado y queda reducida a mera diversión y entretenimiento, cuando no lisa y llanamente a una tomadura de pelo, expresión que gusta utilizar Vargas Llosa, por asegurar haberla padecido en repetidas ocasiones, especialmente, cómo no, en las encerronas que depara a menudo el arte contemporáneo al incauto visitante. Su crítica es contundente, de complejos análisis, con ejemplos concretos, bien argumentada y, sobra decirlo, magníficamente escrita, aspecto este último a tener en cuenta, dada la naturaleza mayoritariamente disléxica de los libros que nos llegan sobre estos temas, no atribuible únicamente a las traducciones. A lo anterior cabe añadir una valentía inusual ya que, con conocimiento no solo derivado del trato personal, sino también de la obra, no vacila en atribuir buena parte de la responsabilidad del estado de cosas a los brillantes, oscuros, “sofistas” franceses, que desde Foucault, pasando por Baudrillard, Derrida y las últimas camadas de galos mediáticos, han “deconstruido” eficazmente la alta cultura para dejarla en mero espectáculo onanista de autoficción. Son la pornografía del pensamiento, aunque no deje de reconocerlos (nunca caricaturiza) méritos puntuales. No es tema menor, ya que una de las cosas que más lamenta Vargas Llosa en el libro es la degeneración del erotismo (uno de los ingredientes clave de esa cultura perdida) en pornografía.

Este libro no es un rebrote del discurso sobre la “muerte de…” que desde comienzos del siglo XX es el Guadiana de la cultura; tampoco un remake de Debord, quizá va más en la línea de Finkielkraut y sus tesis sobre la derrota del pensamiento (superior), aunque no llega a los extremos de sus últimas propuestas sobre que “hay que hacer descarrilar a Internet”. Pero, en fin, tampoco le falta mucho, y es en la referencia a las nuevas tecnologías donde se advierten las mayores carencias del libro, tanto de conocimiento como de criterio. Por otra parte, aunque Vargas Llosa se proclame ilustrado, las consecuencias de la Ilustración tienen sus límites, así como también el colegueo y buenrrollismo de los jóvenes literatos actuales, y es el propio bolsillo, por lo que no deja de denunciar amargamente la piratería de las descargas, si bien lo hace con resignación y hasta un punto de buen humor, que no falta en todo el libro, lo que es de agradecer.

Pero, y este el asunto clave, el humor para Vargas Llosa es cultura, no diversión. Importa mucho la diferencia. La cultura no ha muerto, no ha sido asesinada ni vencida, porque no ha habido lucha, simplemente ha sido sustituida. Y la palabra decisiva para nombrar este estado de cosas es precisamente la palabra diversión: “la cultura es diversión y lo que no es divertido no es cultura”. La diversión ha sustituido a la cultura, y esa sería la obra del tecnorromanticismo, de la cultura de la imagen, que impregna las nuevas tecnologías, huyendo del tedio, escapando del aburrimiento, fomentando los efectos especiales, lo efímero, la cantidad sobre la calidad, en definitiva, la pasividad del número. Como señalaba antes, más que referentes concretos de lo que entiende Vargas Llosa por cultura, lo que hay de fondo en el libro es la contraposición muy nítida entre dos estilos vitales: la cultura del esfuerzo y la excelencia y la pseudocultura de la diversión y el entretenimiento. La pseudocultura actual estaría desvitalizada, por su desconexión con la vida y por la falta de compromiso social.

Planteadas así las cosas, nada que objetar. El enfoque, la antinomia mencionada, más las de “alta cultura”, “masas”, “minorías”, “elites”…, bien entendidas, nos llevan a un trasfondo orteguiano muy estimable. Pero, ¿es obligado plantear así las cosas hoy día?. Vargas Llosa hace una certera crítica de los abusos, pero apenas incide en los usos culturales de la actualidad. Tiene toda la razón en su crítica al arte, la literatura, el periodismo, la política, la ausencia de intelectuales, en definitiva, cuando afirma que eso es lo que pasa, no creo que la tenga cuando concluye que solo pasa eso. Es parcial en los análisis y global en las conclusiones. Y este, a mi juicio, debería ser el punto de partida para un análisis más complejo de la situación de la cultura que habría que hacer.

No creo que el talante apropiado sea el de ejercer de “intelectual melancólico”. En su clarificador parágrafo “Breve discurso sobre la cultura” Vargas Llosa se remite al “amplio consenso social” para explicar lo que ha significado hasta ahora cultura. Me temo que ese “amplio” consenso no existe ni ha existido nunca. Autores que cita elogiosamente ahora, como literatos, artistas, creadores en sentido amplio, las mismas vanguardias, fueron vituperadas, negadas en su tiempo, e incluso después, como asesinas de la cultura. La cultura es luz oscura sedimentada. No sabemos si los fogonazos actuales en la creación pasarán o quedarán fijados, pero es inexcusable su conocimiento, no meramente estar informados, para tener lo esencial, criterio. La mínima honestidad intelectual obliga a amar lo que a uno no le gusta pero le parece interesante para conocer el mundo en el que vive. A eso también se llama “amor intelectual” en términos de “alta cultura”.

Y en este sentido, del papel de la cultura como imperativo de conocimiento, no debe desdeñarse lo efímero (Vargas Llosa cita a Baudelaire), lo cambiante, el presente, para confinarse en lo supuestamente duradero, universal, normativo, como lo valioso frente a lo anterior. La llamada “alta cultura” es un espejismo creado por la nostalgia de los orígenes, de lo que pudo haber sido, pero no fue. Empezando por la cultura griega. La cultura ideal del ideal es una construcción hermenéutica. Es un fake propiciado por innumerables escribas que hacen decir oracularmente al clásico lo que les parece más oportuno en cada momento, rindiéndole un flaco servicio. En este sentido, quizá no sea muy acertado el tópico de contraponer el progresismo del pensamiento científico, que deja atrás lo anterior, frente a la intemporalidad de las creaciones humanísticas, que lo integra. Contra más actual es el clásico, más inactuales somos nosotros. Me atrevería incluso a afirmar que el mayor servicio del clásico es haber tenido razón en su momento y no tenerla ahora. Del mismo modo que se sería deseable que este espléndido libro de Vargas Llosa dejara de tener pronto vigencia al haber cambiado y mejorado lo que critica. La negación global de lo existente, su rechazo sin matices, en esas generalizaciones que se les reprocha a los periodistas, pero a las que tan aficionados son los intelectuales, lleva con frecuencia a soluciones totalitarias, como sucede en alguno de los autores citados por Vargas Llosa. No es este su caso, desde luego, ya que practica generosamente el liberalismo que defiende.

Más que de muerte o de desaparición de la cultura cabría hablar entonces de metamorfosis de la misma. Los historiadores saben que en cada momento hay la queja de vivir en una época de transición, que algunos presagian hacia la nada y luego se descubre que es hacia otra cosa. Ni mejor ni peor, diferente, como las personas. Siempre sale a colación el ejemplo del libro de papel, herido de muerte por el libro electrónico. Parece, a juzgar por sus descripciones, que si se suprime el erotismo pajillero del papel se acabará con el placer de la lectura, pero todo es cuestión de acostumbrarse. Las nuevas tecnologías son una posibilidad, no una imposición, y si el señor Carr, mentor de Vargas Llosa, tiene problemas de concentración en la lectura que vaya a que se lo miren. Aunque siempre tiene la posibilidad de mejorar leyendo El lectoespectador de Vicente Luis Mora.

Porque, en el fondo, de eso se trata en el libro, de la melancolía del intelectual clásico, de su imposibilidad para vivir en una cultura de la imagen, acostumbrado a vivir entre líneas. Si les sacan de ahí están literalmente perdidos. No es que no haya intelectuales, o que estén callados, sino que piensan, viven, se expresan de otra manera. Un liberal debería entenderlo y, si está en su mano, promoverlo.













martes, 10 de abril de 2012

luck





Hay series que son la introducción a un tráiler, y no al revés. Este me parece ser el caso de Luck. Un tráiler Chris Marker. Con instantáneas líquidas, autorreferenciales, el parpadeo de felicidad aleatorio, y un color que empieza a ser habitual en nuevas series como Homeland, para un futuro que se escribe con colores de crepúsculo ensimismado en el presente y, sin embargo, tenso, no vintage. Todo ello...

 en la poesía sonora de Splitting The Atom (Massive Attack)

 The summer's gone before you know
The muffled drums of relentless flow
You're looking at stars that give you Vertigo
The sun's still burning and dust will blow
Honey scars I'll keep you near
Our blood is gold nothing to fear
We killed the time and I love you dear
A kiss of wine we'll disappear
The last of the last particles
Divisible invisible
The last of the last particles
Divisible invisible

sábado, 7 de abril de 2012

domingo, 1 de abril de 2012

viernes, 23 de marzo de 2012

domingo, 11 de marzo de 2012

la humillación



En Black mirror el Primer Ministro británico es chantajeado para tener sexo con un cerdo, y el público acaba obligándole a ello mediante las encuestas de opinión. Al año siguiente su popularidad no ha disminuido sino que se ha acrecentado.

Reprimiendo un momento las críticas apresuradas merece la pena reflexionar sobre la lógica del proceder de ambos. En esta sociedad solo el que está dispuesto a la humillación pública es digno de fiar. La humillación puede tomarse como un elemento frívolo, sadomasoquista, banal, liviano, intrascendente. Pero también parece formar parte de un cierto contrato social. El verdadero político debe sufrirla para llegar y mantenerse en el poder. La conquista incluye el aguantar todo. La excelencia va unida paradójicamente a la disposición que se muestra de exponerse a la degradación pública. Es tan monstruosa, contradictoria, la capacidad de hacer el ridículo del político que el pueblo asocia aquí su sacrificio para salvar a la princesa del pueblo con el que estaría dispuesto a hacer para salvarle a él mismo de cualquier cosa.  Y, después de haberle humillado, se somete gustoso a su tiranía. Los tiempos han cambiado.

jueves, 8 de marzo de 2012

el ocaso del flâneur



Hay dos clases de flâneur: del camino y de la calle. El de la estética rural heideggeriana "por el camino verde que va a la ermita", y el benjaminiano que merodea por los pasadizos de la metrópolis. Este último no tiene mucho porvenir. El ocioso callejeador que se detiene mirándolo todo, especialmente el variado interior de los coches aparcados, es captado rápidamente por las múltiples cámaras y corre el peligro de ser detenido por sospechoso de buscón o buscona. O, lo que es todavía más probable, de ser arrollado por alguno de los caminantes (The walking dead) que a toda pastilla hacen su paseo terapéutico. Corren malos tiempos para el flâneur.


viernes, 2 de marzo de 2012

la banalidad del mal




"Fue como si en aquellos últimos minutos [Eichmann] resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes". (Arendt, Eichmann en Jerusalén).




La hermenéutica consiste en el arte de hacer decir a otra persona lo que uno quiere que diga. La conocida frase de Arendt es citada en Luther con un propósito distinto. Cameron, asesino en serie, le da la vuelta para justificar sus acciones: la banalidad del mal consiste en la maldad de lo banal. Es decir, en una sociedad muerta, banalizada, sin mitos, que necesita del revulsivo de los grandes héroes del mal, de las emociones fuertes, para sentirse viva. Como se encargan de demostrarle con su arrestro, él es un ser débil y despreciable que utiliza el recurso a esos mitos como elemento compensatorio.

 ¿Solo él?.  No es sino la expresión directa y brutal a nivel teórico del esteticismo de la violencia, del "fascismo fascinante" (Sontag) icónico que aparece con frecuencia en nuestras pantallas de la mano de reputados directores.

http://joseluismolinuevo.blogspot.com/2008/08/el-caballero-oscuro.html

Por su parte, Luther se acoge a la plegaria de Nina Simone al final de la primera temporada. Falta le hace.