domingo, 27 de julio de 2014

sábado, 26 de julio de 2014

domingo, 20 de julio de 2014

lección de estética política










Padre, confieso que he pecado contra el pensamiento en imágenes. He tenido pensamientos impuros, es decir, de filosofía pura, poniendo en primer lugar estas fotografías con subtítulos. Con ello la extraordinaria película de James Benning Stemple Pass (2013) se convierte en impresentable. Ha sido un acto de "venganza" como el de Unabomber autor de las frases mencionadas. No justifica, pero sí explica, en parte, mi acto que haya sido objeto recientemente (una vez más, no espabilo) de una estafa de acciones filosóficas preferentes bajo el sugestivo título de Cine y filosofía. Allí nos han tratado con deferencia, llena de pensamientos profundos, como "pequeños saltamontes", aunque luego, demasiado tarde, he verificado que eso significaba suponer en nosotros el tamaño de cerebro de esos bichos, es decir, como tontos. La negra sangre se ha vuelto más espesa después de la lectura, ayer, de un artículo en el que un pedante sin escrúpulos estéticos tiraba de wikipedia para destilar de lo sublime una, otra, moralina de ejemplaridad.

Estas palabras son, como ya se habrá comprobado a estas alturas, las de un resentido que, después de haber perdido (la) vista durante años leyendo a Martin Heidegger (aunque sin contraer cáncer como dijeron de Rorty) había desarrollado, además, una querencia mística por las cabañas, por la Heidegger en particular, la famosa Hütte, de la que he comentado sus características técnicas en otro post. Antes de saber que la filosofía era cosa de Juego de tronos (antes de ser profesores) la gente normal, poco resabiada, teníamos nuestra temporada Heidi en la que, bajo la supervisión algo adusta del abuelito Nietzsche, nos corríamos unas aventuras ontológicas por las montañas del Ser inenarrables...en el pleno sentido de la palabra. Después de ver esta película me reconcome la incertidumbre de a saber qué estaría maquinando don Martín cuando pasaba largas temporadas en ella, a solas con el Ser y el Tiempo, las ideas volviéndose cada vez más pardas...Una alusión a la dichosa cabaña por uno de los pensadores que más admiro en España, Eloy Fernández Porta, durante la defensa de su increíble tesis doctoral el pasado viernes en Barcelona, ha acabado por hundirme en la miseria, aunque con el grato recuerdo de lo aprendido y disfrutado entre amigos.

Vamos a lo nuestro. Recomiendo un visionado adánico de la película dejando para más tarde el ilustrado. Algo así como la experiencia de Wang Bing cuando, sin entender una palabra de inglés, la vio en el festival de Lisboa y le gustó mucho, explicando que le bastan las imágenes y no necesita las palabras para entender una película. En el próximo libro haré un enlace entre ambos.

 [Antes de seguir, agito mi pañuelo de socorro como el náufrago de la Balsa de la Medusa ahí arriba rogando que, si algún cineherido sabe cómo puedo conseguir la última película de Wang Bing Til madness do us part, me lo haga saber pues lo he intentado casi todo y el libro está paralizado a falta de ella]. 

Es necesaria esta inverosímil postura adánica porque la estructura de la película nos encamina a una experiencia estética singular. Efectivamente, sus dos horas están divididas en solo cuatro planos del mismo motivo, cada uno en torno a la media hora de duración. Y, a su vez, la voz monótona, casi robótica, de Benning va desgranando en ellos durante quince minutos frases de los diarios, declaraciones y el manifiesto del Unabomber. El resto es silencio, continuando el plano fijo del paisaje en diferentes estaciones no secuenciales. De un total de esas dos horas en casi una no se oyen palabras, no pasa nada, aparentemente. Una tragedia para quienes solo atienden, y supuestamente entienden, si les hablan. ¿Cine lento?  No existe, solo gente lenta que habla de cine lento. Esto es otra cosa.

Toda la empatía que genera el paisaje familiar, no de Selva Negra, se va desvaneciendo paulatinamente conforme empieza a oirse la voz. En su engañosa quietud se abre paso la insania: recuento de cuántos cartuchos ha disparado, ardillas, conejos, coyotes muertos, detalles de la carnicería, vísceras de un puercoespín devoradas con delectación, una ardilla preñada con cuatro fetos de dimensiones que precisa minuciosamente y que van a parar a la sopa...poco a poco se va conformando la imagen de un depredador solitario. Y, mientras, va calando la tierna e insensata belleza del paisaje que no cambia, que alberga indiferente a esa fiera. Todo sigue igual, pero la placidez ha desaparecido sustituida por el interés ¿Qué vendrá luego? No es una demanda de acción. Desde el 19:00 silencio, ya no se oye nada de lo otro, y entonces afloran los tenues sonidos, casi rumores de difícil identificación, muy levemente se advierte el paso de las nubes que se deshilachan en el pico, algunas gotas caen presurosas. La experiencia singular del plano es un mirada hipnotizada que está ya junto a él, no espera nada, no se impacienta, no está inmersa, porque sabe, pero tampoco fuera, sino que se limita a estar entre. Es un pensamiento no objetivador.

Cuando después de un corte (no fundido) en negro se anuncia el otoño, el color de algunas hojas se ha vuelto rojizo, el verde de otras se torna en envés de blanco sucio, hay humo en la chimenea de la cabaña, las nubes se adensan en el pico. Apenas sorprende que la voz comience a desgranar sus "delitos", las perrerías antitecnológicas de llenar el depósito de azucar a coches y motores de la mina cercana, la preparación de trampas para asesinar a la gente, atentados con paquetes. En 43:15 deja de hablar. ¿Retorno a la naturaleza? No, algo ha cambiado definitivamente. Observamos discontinuidades en el humo que aparece abruptamente y desaparece de la misma manera, los sonidos se hacen más perceptibles convirtiéndose en ruidos, hay una fractura en el tiempo de las cosas. 

Esa fractura se hace más evidente en el resto de las estaciones. Winter is coming.


Los delitos aumentan, la narración se vuelve premiosa en la exposición de las motivaciones, recuento de éxitos y fracasos, muestras extemporáneas de reparos en los daños colaterales, exhibición de hipersensibilidad personal e insensibilidad social. En 1:18 se calla. Ya era hora. Nieva con una cierta regularidad, se aclara el panorama. Las experiencias de los tiempos político y atmosférico se han fundido. Cuando llega el verano y se expone el manifiesto esa experiencia se hace cada vez más evidente. No en las palabras sino en las imágenes. Es el 1:43, comienza el estudio sutil de la luz menguante, del sol poniente entre los árboles, hasta llegar al límite de una oscuridad que no concluye, que sigue, que nos persigue. La lección icónica de estética política impartida por  Benning ha finalizado, de momento. 


sábado, 5 de julio de 2014

la imagen más bella


La imagen más bella de Ayisha Abraham para el día perfecto

martes, 1 de julio de 2014

jueves, 26 de junio de 2014

De la ilustración fisiológica y el romanticismo inverso

Los libros dicen que la Ilustración fue la época de la razón, las imágenes muestran una época del cuerpo. La película de Albert Serra Historia de la meva mort (2013) pertenece a lo segundo. El tópico cita el kantiano atrévete a saber, la revisión estética de la modernidad apunta al atrévete a ser tu propio cuerpo. Ya Horkheimer y Adorno dedicaron un capítulo a Sade en su Dialéctica de la Ilustración, Serra introduce aquí a Casanova. Empolvado y con peluca todavía conserva algo de su antigua prestancia y goza de ocasionales folleteos, sin ella queda reducido a un preabuelo zascandil y cebolleta. Según mastica los granos de la granada, se afana en ir desgranando (así precisa no ahorrando aliteraciones) sus memorias con el habla y la pluma. No para de comer, el ruido del masticar acompasa el ritmo del diálogo y los pensamientos, sorprendiendo esa irrupción, más bien presencia tozuda, de lo sonoro. Es una de las otras Ilustraciones, banal, ociosa, en la que el rumio de los pensamientos es también el de la comida, pensamientos fisiológicos los llaman, y los alivios corporales preceden a los del espíritu. Una Ilustración y un Romanticismo de orificios. Mientras que en las películas se hurta a los espectadores lo que entra y sale del cuerpo aquí se pone especial énfasis en ello. Casanova está tan orgulloso de sus deposiciones filosóficas como de las fisiológicas y no le causan más admiración las citas de Voltaire y Montaigne que la contemplación embelesada de sus consistentes zurullos evacuados laboriosamente. 




Hay momentos de intensa belleza como la escena de bodegón en la que el sueño se enrosca con el deseo tardío creando un ritmo lánguido de frote de cuerpos, movimiento de velas y rasgueo de guitarra. Si el cine es ritmo estos minutos en que no pasa nada merecen pasar a su historia.


Decía que estas imágenes muestran otra Ilustración. Es un cine intransitivo para una Ilustración intransitiva. No es el sueño goyesco de la razón que produce monstruos, no son las pesadillas de Füssli, tampoco el juego de la razón (Grund) que descubre su falta de razón, su abismo (Abgrund), y es engullida por él. No. Como tampoco se trata del Romanticismo al uso, ni siquiera del Romanticismo oscuro. De hecho, la película es una película sin, es decir, sin Ilustración y Romanticismo, pero reservando algunas apariencias de ello. Horacio Muñoz ha analizado muy bien las aporías del romancticismo en la obra de Albert Serra. Si para Novalis romantizar era introducir lo misterioso en lo cotidiano, aquí estamos ante un romanticismo inverso. En vez de dar significado a lo insignificante, punto en el que coinciden la herencia ilustrada y romántica, aquí se hace insignificante el significado. Tratándose de la imagen esa disolución de lo misterioso tiene los caracteres de una pixelización que en la banalidad introduce la afectación, lo inverosímil, resultando al cabo molesta, porque es, lisa y llanamente, la mostración insensata de lo insensato. Y esta presencia reviste los caracteres de una infección que cura en algunos casos y en otros es una simple muestra de crueldad gratuita desde el punto de vista humano pero necesaria en el aullido de lo elemental que emerge. Es la presencia de lo animal, no de lo siniestro. Serra ha puesto buen cuidado desde el comienzo para que la banalidad ni siquiera sea algo cotidiano sino inventado, encontrado desde la ficción misma. Esa pixelización no solo desdibuja sino que deja un agujero en el espacio cuando (ocurre a menudo) el tiempo se hace lento.




El moroso descuartizamiento de la vaca tiene algo de primario ajeno al tecnorromanticismo de Credwson. El cuchillo separa la piel, el hacha corta repetidas veces los huesos. La imagen sonora insiste. El cuerpo es izado en los maderos del patíbulo. Drácula lo observará con atención para reproducirlo con el cuerpo desangrado del padre. Comida y bebida, no descomposición ni pornoruina. Tampoco una actualización del Et in Arcadia ego. Ese placer corporal, esa sensualidad en la sexualidad del fluido que se escapa en el mordisco o la mano enjoyada de Casanova que ha explorado las entrañas de la virgen, que acaricia luego Drácula, lamentando esas pérdidas rojas y blancas, todo eso, es el punto de unión entre lo elemental de la sofisticación ilustrada y lo primario del no muerto en el romanticismo oscuro. La muestra corporal por excelencia es, con todo, el descoyuntamiento del cuerpo que sufre Casanova por una risa desternillante, chillona, insensata. La película es un ficción que documenta morosamente la insensatez en el sentido etimológico de la palabra, de ausencia de sentido.










Drácula es aquí un personaje ridículo al que, como a los demás, se le ven demasiado las costuras actorales; un gañán como el Bob de Lynch en Twin Peaks, más exactamente como los garrulos de capa y coleta pintados por Solana. Desentona el sonido suave y afectado del catalán al sur de los Cárpatos con que Drácula hace las proposiciones de trabajo a la muchacha y contrasta con el grave estridente de la música que acompaña a un Casanova metido en unos bosques sin saber por qué. Y, sin embargo, como en la obra de Lynch la clave está en esos bosques de Friedrich mutados ahora en auténtica Selva Negra en los que inevitablemente se perderá el coracero, ya se lo anuncia el cuervo.

Es inevitable ver esta película en el contexto de la nueva oleada de romanticismo en cine y series. No son las deliciosamente correctas de la BBC sino otras que van desde los débiles entrañables amantes vampiros de Jarmusch (pero si hay que morder se muerde) al pastiche de Penny dreadful con su galería disparatada de monstruos (solo falta el monstruo de las galletas de Barrio Sésamo, por ahora), con diálogos trufados de Keats, Shelley y la plana mayor del romanticismo oscuro inglés. El kitsch romántico es siempre un componente indispensable en el kit blockbuster. En un momento que raya en la coprofília Casanova acaricia literalmente la posibilidad de convertir la mierda en oro y Serra lo lleva a cabo en la película convirtiendo el oro en mierda. Guste o no guste resulta muy interesante.