martes, 27 de diciembre de 2016

en la era posfraude

Antes las eras duraban mucho ahora escasamente los 15 minutos de fama warholianos. Una de las últimas ocurrencias sancionadas por el diccionario Oxford es que estamos en la era posverdad. Se han escrito ya libros sobre ello, numerosos artículos en papel o digitales, arden las redes sociales y está llegando a las tertulias, las primeras en opinar y las últimas en enterarse. Y todo a cuenta de las emociones: la gente prefiere emociones a hechos, la mentira a la verdad, a los datos. Es el nuevo escándalo, es la posverdad.



Nada mejor que estas fiestas navideñas para citar a William Blake: "El camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría". Y es el abuso de lo espiritoso lo que propicia la agudeza del espíritu; es lo que ha debido inspirar a los hermeneutas de turno para encontrar entre líneas las excelencias del tradicionalmente "ejemplar" discurso con el que el rey ha dado recientemente la chapa (16 acepción RAE): “ya no vivimos tiempos para encerrarnos en nosotros mismos, sino para abrirnos al mundo” ¿Conceptos emocionales que harían enrojecer al new age más curtido? ¿Algo que ver con los "datos" de la España real del desempleo, desigualdad, autonomías a la gresca, políticos a su bola, una deuda que supera el PIB y que tendrán que pagar nuestros hijos, los que no se hayan ido? Nos aseguran que de todo ello, y mucho más, se ha hablado, aunque "sin nombrarlo". Ser capaz de leer entrelíneas lo que es imposible ver en ellas, eso es cultura, "a buen entendedor, pocas palabras bastan" sentencia Pablo Casado, que parece estar en el secreto del discurso regio.



Imbuido por este espíritu navideño y con ánimo de contribuir a la ceremonia de la confusión posfraude quisera compartir otro hallazgo: estamos en la era de la poscultura. Se me ha "ocurrido" al leer la carta que los promotores del evento han enviado al Parlamento español. La estética del cartel es decidamente camp, por no decir rancia, y el contenido de la carta, a tono con ella, no decepciona: primera parte, una metafísica delicuescente sobre el significado de la palabra cultura (“cultura es la certeza de lo que somos y de lo que queremos ser; cultura es lo que sabemos, no lo que ignoramos”), segunda parte, ¿qué hay de lo mío?


Es difícil entender lo que es la cultura para los abajo firmantes a través de lo que afirman, más bien por lo que niegan y, desde luego, por lo que piden. Dicen que la carta "no es un eufemismo reivindicativo ni una reclamación gremial" aunque parece serlo. Aseguran que "no es una mercancía ni un catálogo de servicios para el ocio. La cultura no es un entretenimiento". No sea que Adorno levante la cabeza mosqueado con lo de "industrias culturales". Sin embargo, la forma en que gestionan industrialmente los etéreos fines culturales de ocio tiene mucho de negocio. Y cuando llegan las peticiones toda ambigüedad desaparece: propiedad intelectual amarrada sine die, sin fecha de caducidad para los herederos de sangre, luego viene lo de las pensiones, subvenciones, rebaja de IVA, mecenazgo y, en el fondo, latente, la exigencia de leña al mono pirata cultural hasta que hable catalán como Aznar, al menos en la intimidad. Tienen una probóscide que se la pisan. Para aplacar al personal han anunciado, entre otras medidas, desde Cultura la elaboración del estatuto del artista pero lo verdaderamente inaplazable en España es el estatuto del tertuliano.



De la parte teórica hay un aspecto que me inquieta: "la cultura es la herencia de una larga historia: el fruto siempre actual de los grandes hallazgos intelectuales y artísticos. La elaboración estética y moral de la experiencia que nos perfecciona". Por esto último ya no paso, ¿qué tiene que ver la cultura con, pongamos el caso, ser mejores personas? Aquella afirmación es un claro ejemplo de posverdad y si no basta con echar una mirada a los especímenes del llamado mundo de la cultura. Piden su confianza, como el gobierno y los bancos, pero ¿les confiaría sus haberes a cambio de esos productos de "ser" que le ofrecen en depósito? La cultura puede dar lucidez pero no hace mejores. Depende. Queda ya lejano el escándalo cultural cuando Sloterdijk afirmó que el humanismo ha fracasado y el que quiera ejemplares "ejemplares" que vaya a la manipulación genética. Estaba comentando el texto de un gran filósofo que no les hizo ascos a los nazis.



"La comprensión de la cultura como manifestación de la condición humana, símbolo fundamental de nuestra naturaleza, nos lleva a denunciar los ofensivos tratamientos que padece".


El problema es precisamente este: la no percepción del vínculo entre el "interés desinteresado" de lo que los promotores entienden por cultura y que deba realizarse defendiendo los intereses de las "industrias culturales". Dicho en otros términos: que la cultura para vivir esté solo en manos de los que viven de la cultura. Hemos leído que "Podemos se echará a las calles si hay otra muerte más por cortes de luz" y resulta difícil imaginar que lo haga si se le deniega la pensión a un poeta. Más allá de la necesidad hay una cierta sabiduría popular cuando en períodos de crisis económica no se organizan protestas por la disminución de premios literarios, minoración de las dietas a los jurados, restricciones al turismo académico disfrazado de Congreso, y se pregunta qué pintan los costosos museos provincianos de Arte Contemporáneo vacíos a diario excepto los días de inauguración y clausura que echan algo de comer.

Todas las reivindicaciones, "siguiendo el modelo francés", parecen resumirse en una: que vuelva el Ministerio de Cultura separándose de Educación. Habría que pensarlo más toda vez que el verdadero problema radica en que a la cultura le falta educación y a la educación cultura. En la carta manifiesto se mezcla a los creadores, mediadores, gestores (a veces son la misma persona en la era posverdad) y el Estado benefactor y legislador (critican su "indolencia legislativa"). Lo que falta son los supuestos destinatarios de tamaño esfuerzo y ambición: los ciudadanos. Se suele confundir educación con difusión y se prefieren las grandes y vistosas exposiciones a las pequeñas y múltiples participaciones ciudadanas; debería obligarse a que los "creadores" (siempre que no les entren unas ínfulas posrománticas) acompañen a los "recreadores" interesados explicando su taller y proceso creativo: ninguna exposición sin educación como la única manera de que haya cultivo y fructifique algo, es decir, cultura. Lo contrario es una cultura de espectadores, todo lo más "emancipados" a costa de conferencias ombligueras. Por otra parte, la educación debe incorporar la cultura, no como materia, sino como espíritu de comunicación, de comunidad. Es sabido que los universitarios somos de las personas más incultas del planeta: sabemos un poco de lo nuestro y casi nada de los demás. Una política cultural universitaria no debería consistir en la organización de actos sino en el acto de favorecer la comunicación de los saberes entre ellos mismos y, sobre todo, a la sociedad como reza en la mayor parte de los Estatutos.

Las nuevas tecnologías ofrecen a los ciudadanos unas posibilidades culturales increíbles. Tan solo hace falta cribar y mucha paciencia. Y no hacer caso: cualquier tonto puede afirmar que la culpa de todo la tienen las redes sociales. Cuídense más de estos otros:  "la cultura es la herencia de una larga historia". A nada que se despisten les hacen un griego.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

domingo, 11 de diciembre de 2016

viernes, 25 de noviembre de 2016

el ilustre ciudadano posmoderno


Si algo distingue a un escritor posmoderno es su capacidad para gestionar la contradicción. Presenta una obra como innovadora bajo el paraguas de teorías viejas; le molesta sobremanera la acusación de falta de sensibilidad ética e imparte incansable conferencias sobre su visión del mundo; no cree en la realidad pero se la apropia; su ser consiste en una adictiva necesidad de estar; se le ve en todos los sitios pero afirma habitar un no lugar; en la crisis de la representación su existencia se divide entre presentar y ser presentado; se siente incomprendido porque se ha escrito mucho sobre el heroísmo de la vida moderna pero no se sabe apreciar el otro heroísmo, el de la condición posmoderna; por todo ello es una figura melancólica que persigue siempre el favor del público y cuando lo consigue juega con la ficción de sentirse íntimamente traicionado. Mira fijamente al espectador y con ironía cómplice parece decirle:

                                "Tú conoces, lector, este monstruo delicado,
—Hipócrita lector, —mi semejante, — ¡mi hermano"




El "monstruo delicado" de Baudelaire se aburre de estar aburrido y ensaya otra ficción: el reconocimiento de que es un monstruo pero delicado. Porque, se pregunta  retóricamente Daniel Mantovani, el premio Nobel argentino, aunque fuera ese monstruo ¿me invalidaría como artista?



viernes, 18 de noviembre de 2016

canis

http://www.stopmotion.cat/canis.htm

A veces la animación da la oportunidad única de asistir al proceso en que el alma se desalma, es puro cuerpo de tierra y vuelve a sus orígenes, a la ternura salvaje de lo elemental, emprende un viaje esperanzado hacia la nada de luz cegadora cobijando en su seno a la vida naciente. Este es el caso del extraordinario cortometraje de Marc Riba y Anna Solanas, Canis, 2013.


Han sabido crear una geografía emocional minimalista de lo que se deshace, insiste, abstrae. El fotograma inicial muestra una casa en ruina sostenida, con pequeño surtidor fuera de servicio pero todavía vigilante, mudo espectador de la tragedia; un escenario hopperiano en que la devastación es producida a la vez que documentada por esa luz incierta de los desiertos, escenario de apocalipsis pero también de la vida prehistórica: un “pos” que es un “pre” ya que todo se reduce a comer o ser comido. El corto está apoyado, empujado, no por una música colorista y de contrastes, sino por una banda sonora sin (afortunadamente) una sola palabra indicadora ni molesta voz en off omnisciente, solo ese ruido monótonamente modulado de cabeza borradora que provoca desde el primer instante el sentimiento de la inhospitalidad, más desolador que el de lo siniestro. Ruido de hilo de sierra acústica mezclado con ladridos y gruñidos y silencios en espera, creador de un presente ominoso y un futuro entreabierto. El blanco y negro abstrae de la acción limitada de los muñecos para destilarla como puro gesto de una crueldad no exenta de sentimientos. Las imágenes no tienen ningún mensaje, ellas son el mensaje.



Y no porque no pueda extraerse una posible novela de formación, prueba iniciática, de rito de paso, que culmina cuando el muchacho se coloca la llave en el cuello y repite los gestos del padre que antes le horrorizaban. Quedan atrás los gestos de El Grito de Munch con que cerraba ojos y oídos ante los ladridos, los desmayos por la experiencia de su animalidad pujante. Como en la tradición del romanticismo negro es la naturaleza, con toda su sordidez, la que va a propiciar el despertar y el crecimiento desde el instinto de supervivencia: no cambia, le cambian las circunstancias, iniciándose la metamorfosis en la que conviven la garra que aprieta el palo y la mejilla por la que emerge una lágrima. Belleza en la crueldad sin posibilidad de sublimación, belleza humana al fin y al cabo. Este corto es una pequeña joya en imágenes de lo que es una de las tradiciones más genuinas de nuestra modernidad latina: el humanismo de la indignidad humana.




No es la prosa sino la poesía de las imágenes lo que predomina. Imágenes que se cruzan y en ese cruce de miradas van a resolver la encrucijada a la que nos había llevado el corto. Es el momento de los seres intermedios. Ella, el personaje más interesante, con media cara quemada y la otra media endurecida albergando un deje de tristeza, recubierta de piel de perro, elevándose desde las cuatro patas, llamando: déjame entrar, no sabe decir. Es muerte pero también vida compulsiva en ese coito chocante al que también se apunta el perro doméstico formando un insólito trío. Al final le entrega al muchacho muriendo lo que le convierte en un ser híbrido, un superviviente, ya no tiene miedo a los perros, con una mano aprieta el arma y con la otra acaricia el regalo, la (su) nueva vida.