sábado, 29 de septiembre de 2018

sábado, 15 de septiembre de 2018

miércoles, 12 de septiembre de 2018

una tesis doctoral


Hoy hemos asistido en la sesión de control al gobierno en el Congreso de los Diputados a uno de los episodios más tristes de la vida política. La noticia estrella no ha sido el debate en torno al separatismo catalán, la desaceleración económica o cualquiera de los graves problemas que preocupan a los ciudadanos sino la tesis doctoral del presidente Sánchez. Como siempre la estrategia ha sido la del postureo y la guerra de desgaste: si no la presenta malo y si lo hace peor; trato de favor o plagio, a escoger, sin que sean excluyentes. Acababa de dimitir la ministra Montón y el líder del PP, Pablo Casado, repetía que él no había sido, que su caso era distinto.

Un alma bella celebraría que, por fin, se ocuparan de la Universidad. Nada más lejos. La realidad es que la clase política (pace Machado) envuelta en los andrajos de la mediocridad desprecia lo que ignora, es decir, ignora la excelencia en la Universidad y se beneficia de sus miserias. Esta vez no toca la endogamia, sin embargo a los políticos (también a otros) les pone ponerse como profesores de universidad para escarnio de los asociados esclavos. Esta vez son los títulos, esas plumas devaluadas que no pueden faltar en sus fantasiosos currículos.

Lo que se critica ahora no son tanto los contenidos como los procedimientos, el haberse beneficiado de una fórmula excesivamente abreviada, el no haber pagado el peaje correspondiente en tiempo y forma, como dice el lenguaje múrido burocrático. Así el presidente habría destino solo dos años y nueve meses a la tesis en vez de los seis años habituales, cifra que en términos de plazos académicos no es correcta, a partir de los tres hay que pedir prórrogas.

 Da igual, semejante estajanovismo (compaginando labores absorbentes de intriga política) debería ser bienvenido si tenemos en cuenta que informes publicados este mismo año alertan del peligro para la salud mental de la realización de tesis doctorales (https://elpais.com/elpais/2018/03/15/ciencia/1521113964_993420.html). Y en cuanto a la garantía que certifique la idoneidad de las mismas, qué quieren que les diga. Les cuento el procedimiento y seguro que al más humilde ciudadano se le ocurre el remedio.

El tribunal que ha de juzgar la tesis y calificarla se propone a sugerencia del doctorando (tómese como genérico), se oficializa en escrito por decisión última del director de la misma, siendo aprobado por el Departamento y Comisión de Doctorado correspondiente en el Rectorado, generalmente sin modificaciones, una vez comprobada la idoneidad formal (sexenios, publicaciones etc.,) de los miembros y la paridad de género. En tiempos de la para unos gloriosa y otros execrable Transición era de buen tono (al menos en Humanidades) que el tribunal no se leyera la tesis, limitándose su intervención a tan breves como inútiles consejos sobre los aspectos más peregrinos de la vida ante la estupefacción del candidato. Lo importante era la comida posterior, terror de bolsillos y alegría de restaurantes.

Ahora, víctima de los recortes, desmotivado, humillado por la Aneca, necesitado de desahogarse, el profesor que se sube a una tarima habla interminablemente, no sobre la tesis que se ha hecho sino sobre la que se podía haber hecho, en extrañas asociaciones sin rumbo fijo, ante la perplejidad del que ha dedicado varios años de su vida a la investigación del tema y promete tenerlas en cuenta para una futura publicación cuando al fin de la tormenta llega su confusa réplica. No falta el que refuerza la seriedad del examen con la exhaustiva enumeración de las erratas ortográficas que la impericia o la mala jugada del corrector de Windows ha propiciado. Tampoco puede faltar una referencia a la bibliografía y las citas a pie de página, lo primero que se lee. El límite de tan tediosas intervenciones sigue siendo la inmediatez del horario de la comida. Eso no se perdona.

En vista del procedimiento comprenderán, dadas las afinidades electivas (no precisamente las de Goethe), que los resultados son bastante predecibles.

Estas son algunas de las miserias antes anunciadas. Pero señalar vicios de procedimiento endogámico en su juicio no empaña la excelencia en la realización de tantas tesis y de tribunales que pierden dinero asistiendo a ellas y se las leen y preparan a fondo. Solo que si funcionara mejor la legalidad no haría falta apelar a la ejemplaridad, con tan dudosos resultados. 



miércoles, 5 de septiembre de 2018

ensayos de minima inmoralia



Este libro es una cosmogonía posmoderna del mito como chismorreo en la época, ya analizada en otros libros suyos, del capitalismo emocional (¿hay otro?); de Ra a Blade Runner, de las lágrimas de Isis a esas lágrimas que se deslizan en el tobogán de las temblorosas columnas digitales. El libro, una “cosmicómica" en palabras del autor, es la argumentación asociativa de la liana sobre vacíos de identidad.



El mito deviene chisme y el chisme está ya en el mito. Las Erinnias de la Orestíada persiguen al tuitero en forma de trolls más deseados que temidos. Todo el libro merece la pena por la página 70, por la revisión del mito de Narciso que lleva como conclusión a un nuevo imperativo para el narcisista self surfing: “Mírate: desconócete a ti mismo”.

Dice La Biblia que se juzgará al final por lo hecho mientras que en El libro de los muertos por lo no hecho; a lo primero lo llaman confesión positiva, a lo segundo confesión negativa; los cristianos posmodernos sufren por la insoportable levedad del ser mientras que los egipcios premodernos estaban encantados con la soportable levedad de ser; a diferencia de los otros el corazón era contrapesado con una pluma y solo perdían el juicio los pesados. Otros tiempos, ahora lo hacen perder.

Este libro es una soberbia muestra de ingenio, es decir, humor enhebrado con la inteligencia de la observación aguda y el tejido sutil de la reflexión sobre los matices del presente. Todo está en juego en esta voluntad de lucidez. Ya en obras anteriores, en el libro de ahora, Eloy Fernández Porta ha demostrado que es posible en y para el siglo XXI un tipo de ensayo diferente, entendido como ejercicios de minima inmoralia sobre las variadas producciones del homo sampler.



martes, 4 de septiembre de 2018

martes, 28 de agosto de 2018

lunes, 13 de agosto de 2018

4. La explotación compleja de lo sublime tecnológico en Las Médulas


“Ese panorama cero parecía contener ruinas al revés, es decir, toda la construcción nueva que finalmente se construiría. Esto es lo contrario de la «ruina romántica», porque los edificios no caen en ruinas después de haber sido construidos sino que crecen hasta la ruina conforme son erigidos. Esta mise-en-scene antirromántica sugiere la idea desacreditada del tiempo y muchas otras cosas «pasadas de moda». […]
Passaic parece estar lleno de «agujeros» en comparación con la ciudad de Nueva York, que parece compacta y sólida, y esos agujeros son, en cierto sentido, los vacíos monumentales que definen, sin pretenderlo, los vestigios de la memoria de un juego de futuros abandonado.[…]
Si el futuro está «pasado de moda» y «anticuado», entonces yo había estado en el futuro” (Smithson)



Esta fotografía se encuentra en la página oficial de la Unesco. La precede la siguiente descripción: “En el siglo I d.C., el poder imperial romano empezó a explotar el yacimiento aurífero de este sitio del noroeste de España recurriendo a una técnica basada en la fuerza hidráulica. Al cabo de dos siglos, la explotación se abandonó y el paisaje quedó devastado. Debido a la ausencia de actividades industriales posteriores, las espectaculares huellas del uso de la antigua tecnología romana son visibles por doquier, tanto en las pendientes montañosas desnudas como en las zonas de vertido de escorias, que hoy están cultivadas”. 

Entre los 10 criterios que maneja la Unesco, naturales y culturales, para declarar un bien Patrimonio de la Humanidad son los 4 primeros, culturales, los que han sido utilizados para tomar la decisión. En todos ellos la candidatura que se presenta tiene que ser “excepcional”, un ejemplo sobresaliente que no tiene por qué ser ejemplar. A menos que se rescate esta palabra con toda la riqueza de la ambigüedad que le corresponde.

 Así el criterio primero: “representa una obra maestra del genio creativo humano”. Pero, quizá, el que mejor se le adecua es el criterio 5 no aducido: “ser un ejemplo excepcional de una tradición de asentamiento humano, utilización del mar o de la tierra, que sea representativa de una cultura (o culturas), o de la interacción humana con el medio ambiente, especialmente cuando éste se vuelva vulnerable frente al impacto de cambios irreversibles”. Es la descripción de lo sublime tecnológico que va más allá de la consideración tradicional de lo sublime natural. Es lo sublime tecnorromántico.

Lo ejemplar se refiere aquí a lo excepcional y esto a lo espectacular, a su carácter de espectáculo organizado, lo que implica una conservación y gestión. Si Plinio hablaba de la maldita hambre del oro, de cómo el descubrir el oro fue la pérdida de la humanidad, en términos éticos, si el Angelus Novus de Paul Klee lamenta las ruinas del progreso en interpretación de Benjamin, no sucede lo mismo con Smithson quien ve lo inevitable de la explotación minera a la vez que el inconveniente de los residuos siendo aconsejable la intervención artística para crear un paisaje cultural estético. 

Lo natural y lo artificial se funden, confunden, creando ese paisaje cultural en el que un futuro abandonado es un pasado recuperado. Los criterios de la Unesco no aluden a políticas situacionistas simples, tampoco a políticas dialécticas edificantes sino a políticas ciudadanas complejas entre las que se incluyen la conservación y gestión del bien cultural.


Esa recuperación significa la posibilidad de la construcción de un futuro en una complejidad que reúne como en un puzle todos los elementos anteriores. Lejos del determinismo tecnológico, como del antropocentrismo, el humanismo tecnológico cree que el futuro humano está en las manos humanas, que todo depende de nosotros, frente a la irresponsabilidad edificante de las concepciones anteriores. En términos de Smithson los restos de los antiguos castaños introducidos por los romanos como alimentación energética de los trabajadores astures parecen decir: “si el futuro está «pasado de moda» y «anticuado», entonces yo había estado en el futuro”. 


Pero también hay otros futuros, algunos son “ruinas al revés” que echan brotes, futuros no previstos, construyen el monumento desde la ruina y ya no son entrópicos posmodernos sino modernos ciudadanos para vivir en, con y de ellos. Y en ese sentido Las Médulas no son solo el espectáculo de un pasado abandonado sino de un futuro recuperado en el abandono de ese pasado. Merece la pena estar ahí.