domingo, 17 de marzo de 2019

el ingeniero que quería ser arquitecto 4








El arte es luz negra. Es la ficción que entrega la única verdad, la luz que autentifica las monedas de cambio vitales mostrando su secretas nervaduras, infalsificables, no es ironía sino estilo directo, no es la luz que ilumina las tinieblas del dogma, ni la luz que sale de la oscuridad, como en Boehme o Schelling, es la luz que crea los modernos iconos de líderes de la destrucción, construye para la ruina en Speer, es, siguiendo a Blake, el tigre que mata al inocente cordero para que sobreviva como obra de arte, es el roble de Goethe, símbolo del humanismo, testigo de los mayores crímenes contra la humanidad en Buchenwald, es...todo esto y más en imágenes didácticas y diálogos prolijos, cortesía Lars von Trier. 





Pero, ¿no quería Jack construir una casa? Para el romántico el arte es el intento de hacer el mundo habitable o, si no es posible, de escapar de él; para Jack el arte es la exposición de por qué el mundo es inhabitable, toda vez que el ser humano solo parece saber vivir matando, real o metafóricamente. Y si se opone, acaba ejecutando, como en el mito, "la ironía del destino". Así, la suprema obra de arte ya no es la vida, una vida mejor, sino la supervivencia, en el peor de los mundos posibles, el indiferente. El arte se nutre de la tragedia, la felicidad no tiene grandeza, se decía en Un mundo feliz. Por eso estaba prohibido.

El método cartesiano de averiguar la reglas para alcanzar el saber y una vida mejor debe dejar paso a la evidencia de que tales reglas no existen porque la razón no es la cosa más repartida en el mundo: "el camino del exceso lleva al palacio de la sabiduría", se dice en los proverbios del infierno de su admirado Blake. Entonces, ¿cómo construir la casa de la vida?



Es Virgilio, Verge, quien le guía para encontrar la solución al problema de esa casa que diseña el arquitecto y tumba el ingeniero: la obra de arte como vida se hace con carne humana, literalmente. Son los materiales, no los ideales, lo que importa.


Y ya puede emprender el viaje de la autopista hacia el infierno que, al fin y al cabo, también es el cuadro de Patinir. Cielo e infierno son iguales pero el infierno es más interesante.

lunes, 25 de febrero de 2019

domingo, 24 de febrero de 2019

el ingeniero que quería ser arquitecto 3






Las ontologías del arte nacen de patologías sociales que buscan su refugio en el esencialismo. Son una verdadera necesidad aunque, parafraseando al filósofo, eso no garantiza que sea verdadera. Mr. Sophistication sigue el pie de la letra el diagnóstico de Adorno en su Teoría Estética: de una sociedad enferma solo puede salir un arte enfermo, de una sociedad violenta solo puede salir un arte ontológicamente violento en su misma naturaleza, sea cual sea el tema que trate, aunque se reclame como crítico; es la violencia innata a toda creación, de lo ideal sobre lo real, de la forma sobre la materia, de la reducción de la pluralidad a una obra, sin pensar en los derechos pisoteados de la materia para construir la idea. En el arte de obras de arte la materia es un medio, en el arte de la vida, así en esta película, es un fin, como veremos. Hasta encontrarla, la búsqueda, los "accidentes", las variaciones, con la imagen del maestro entreverada en las secuencias


















miércoles, 20 de febrero de 2019

lunes, 18 de febrero de 2019

el ingeniero que quería ser arquitecto 2

El póster de la película con un sujeto inquietante atisbando entre plásticos algo que se le escapa al espectador prometía un remake al estilo Dexter: el asesinato como una de las bellas artes. Si en aquella (exitosa al comienzo y plúmbea en la octava temporada) serie se nos informaba reiteradamente sobre el "código Harry" de un psicópata aquí se da vueltas sobre el "código Mr. Sophistication" de otro que no le va a la zaga, aunque parece más leído. Todo ello envuelto en una serie de reflexiones sobre el arte y la vida, es decir, la vida como arte. No las consabidas deposiciones sobre el fraude del arte contemporáneo si lo hace un escritor o del arte contemporáneo como fraude si lo ajusticia teóricamente un catedrático de Estética. En cualquier caso la película es un magnífico exponente de una determinada percepción social del arte en el cine, distinta de la literatura más reciente que prefiere cortejar al arte conceptual en sus ritos tenaces de apareamiento, utilizándolo como pre-texto.

La otra cosa que sorprende es su extraordinaria recepción en Sitges, sin apenas consecuencias, excepto algunos espectadores abandonando la sala, heridos en su sensibilidad. Hace unos años al director del festival un juez le quiso empapelar por haber permitido la exhibición de A serbiam film (2010). En este caso reclamaban la pornografía como un arte, deslizando frases como: Vukmir: “las víctimas venden, Milos”. Con ocasión de mi libro sobre el posfascismo posmoderno analicé brevemente la película. Lo retomo ahora porque me sigue asombrando que se toleren las mayores burradas verbales pero no las icónicas, que son las que, al parecer, hieren profundamente la sensibilidad del espectador. Todo en nombre, por supuesto, de la ironía posmoderna. La tesis schopenhaueriana de las dos películas coincide: víctimas y verdugos son lo mismo. Bueno, aquí no exactamente: es mejor el verdugo creador que la víctima estúpida.














El código (no de Virgilio, de momento) :








domingo, 17 de febrero de 2019

el ingeniero que quería ser arquitecto 1






 Bruno Ganz, el ángel Damiel que quería ser humano y lo consiguió, ha muerto. El precio ha sido una naturaleza ambigua pero lúcida y feliz. No así los espectadores acostumbrados a moralizar que no le perdonan El hundimiento. Quizá tampoco esta en un papel de Virgilio equívoco, conciencia de un psicópata, Mr. Sophistication.






























Como actor eligió el infierno, estéticamente más interesante



martes, 5 de febrero de 2019

serotonina 3

"Hago mis cuentas, para distraerme.

   Mil doscientos francos por mes no son gran cosa. Sin embargo, reduciéndome un poco, deberían bastar. Una habitación de trescientos francos, quince francos por día para la comida; quedarán cuatrocientos cincuenta francos para la lavandera, los gastos menudos y el cine. No necesitaré ropa interior, ni trajes por mucho tiempo. Los dos que tengo están limpios aunque un poco brillantes en los codos; me durarán tres o cuatro años más si los cuido.

   ¡Dios mío! ¿Yo voy a llevar esta vida de hongo? ¿Qué haré de mis días? Pasearé. Iré a las Tullerías a sentarme en una silla de hierro, o más bien en un banco, por economía. Iré a leer a las bibliotecas. ¿Y después? Una vez por semana, cine. ¿Y después? ¿Un Voltigeur, los domingos? ¿Iré a jugar al croquet con los jubilados del Luxemburgo? ¡A los treinta años! Me doy lástima. Hay momentos en que me pregunto si no me valdría más gastar en un año los trescientos mil francos que me quedan, y después… ¿Pero qué conseguiría con eso? ¿Trajes nuevos? ¿Mujeres? ¿Viajes? Lo he tenido todo y ahora se acabó, ya no me tienta; ¡para lo que queda! Dentro de un año me encontraría tan vacío como hoy, sin un recuerdo siquiera y cobarde frente a la muerte" (Sartre, La Náusea).


A pesar de la publicidad que le considera su heredero, de su desprecio por él, lo cierto es que hay analogía entre procesos de escritura en Sartre y Houellbecq. Me ha llamado la atención el paralelismo entre el final de las dos novelas, La Náusea y Serotonina. Igualmente el recurso estilístico que aúna la más extrema introspección con la obsesiva y exquisita descripción de los mínimos detalles del mundo que le rodea al protagonista. Y no menos interesante es esa ausencia de futuro que comparte con las llamadas filosofía de la existencia y sus estados límite, con la otra extranjería: "no es el futuro, es el pasado que os mata, que vuelve", como una termita que devora el presente. Al final, Houellebecq se homologa a un Cristo sufriente cuya mayor tortura es tener aguantar y sacrificarse por unos contemporáneos obtusos que no se lo merecen. Si antes lo radical era la decisión, ahora, en las dos novelas estos seres intermedios asumen su condición humana, la in-decisión, la extranjería de sí mismos.


Al comienzo de esta nota de lectura enlazaba su ensayo sobre Schopenhauer con la novela: la teoría del primero se vuelca en la escritura de la segunda, fundiéndose. Una obra de creación vertida en una prosa excelente, cara jánica de su magnífica poesía. Parece haber resuelto la antinomia que le planteaba Simone de Beauvoir a Sarte en La ceremonia del adiós:


"Brevemente, si alguien le dijera: "Usted es un gran escritor, pero como filósofo, no me convence", lo preferiría a otro que le dijera: "Su filosofía es formidable, pero como escritor es usted un rollo". J.P.S. "Prefiero la primera hipótesis".


Me inclino a darle la razón a Houellebecq cuando afirma:

"En el siglo XXI las ideas más interesantes son de escritores y no de intelectuales". 


Especialmente en España.