jueves, 23 de abril de 2020

miércoles, 22 de abril de 2020

sábado, 18 de abril de 2020

muy recomendable



La serie, muy buena, el tráiler, todavía mejor.

jueves, 16 de abril de 2020

Cultura visual 3



Sergio Martínez Luna es consciente del riesgo de esencialismo al plantear al comienzo “en sentido fuerte la pregunta acerca de qué es una imagen” (28) pero acaba esbozando una muy interesante “teoría crítica” (230) llena de matizaciones. Estas vienen propiciadas por el giro que observa de lo representativo a lo performativo (15) con la digitalización analizando minuciosamente en el libro sus consecuencias. Las imágenes digitales “constituyen” (51)la realidad con lo que se borra la frontera entre representación y realidad; no permiten identificar lo material con lo físico como se daba a entender cuando se insistía en la desmaterialización de las mismas; se diluye la diferencia entre imagen fija y en movimiento como ocurre en el cine posnarrativo (21) que tan bien ha analizado Horacio Muñoz Fernández; nos reafirman en que “la experiencia de la imagen es corporal” (196), háptica. Este libro es muy consciente de la dificultad, por su complejidad, de elaborar una estética de los imaginarios vigentes en la siempre época de las nuevas tecnologías. Y es de obligada lectura para quien quiera conocer los entresijos de esa transición en la que estamos. Su propia forma estilística, escasa de punto y parte y llena de punto seguido, es un reflejo de ello.


Vuelvo al comienzo de estas entradas para pensar esa transición en un diálogo entre dos comienzos de siglo: ya no se trata, como la generación del 14, de preguntarse solo con conceptos por nuestro ser-en-el-mundo sino de pensar nuestro estar en el mundo en imágenes.  Las imágenes, en su pluralidad, son nuestra forma de estar en el mundo. Ese pensar es una experiencia poliestética ya que no existen imágenes visuales sino corporales y es un error que se arrastra identificar lo icónico con lo visual, perdiendo, perdiéndonos en las otras imágenes, sin saberlo, sin “gustarlas” (sapere).

miércoles, 15 de abril de 2020

viernes, 10 de abril de 2020

jueves, 9 de abril de 2020

Cultura visual 2


La asociación entre los títulos de los dos libros desde la portada de uno de ellos ha sido primero visual y luego conceptual: se han cruzado dos imágenes y luego ha invitado a pensar en ellas. Ambos tienen en común que son libros de tránsito, entre límites. En el de Eschenmayer se plantea el problema de Filosofía y Religión, el tránsito del saber a la fe, a la no filosofía, en que a su juicio acaban las filosofías del Absoluto, como quiera que se llame este. Entonces se podía hablar todavía en singular ya que se trataba de una filosofía, la idealista, y una religión, la cristiana. A comienzos del siglo XX hay una modulación en el tránsito cuando al aumentar las imágenes tecnológicas (no técnicas, denominación inapropiada, las plásticas también son técnicas) se produce el cambio cualitativo denominado giro icónico. A pesar de que pretenden superar al idealismo hay casi una unanimidad en las aparentes diversas filosofías, primero a interpretar el giro icónico en términos de giro lingüístico y, segundo, a rechazarlo. Entonces se trataba de Filosofía e Imagen, también en singular, del paso de la filosofía a la no filosofía, a la imagen, al mundo reducido a imagen, a nada, denunciaban.

La herencia recibida desemboca hoy día en una situación paradójica de lo más interesante: desde Platón se maldice a las imágenes con imágenes, se las utiliza para ilustrar el pensamiento y en un gesto de máxima apertura que honra una fantástica iniciativa se hacen concursos de fotografía y vídeo en las Olimpiadas de filosofía. Pero sin ir más lejos. A los alumnos se les explica de una manera y ellos se comunican de otra. Parece que en las relaciones entre filosofía e imagen ya no tiene nada que hacer la filosofía y la religión, pero como decía Stirner nuestros ateos son gente piadosa. La religión de las imágenes pesa desde la tradición judeo-platónico-cristiana que privilegia la palabra sobre la imagen, cuando no la condena. Sin embargo, la herencia de comienzos del siglo XX, de la generación del 14 en filosofía, es un auténtico regalo envenenado, un phármacon, porque son ellos los que propician, a su manera, uno de los tránsitos de la filosofía a la no filosofía, aunque se queden a las puertas de otro: de la filosofía al pensamiento en mitos no al pensamiento en imágenes.

 Con una rara unanimidad intentan superar la filosofía (metafísica, historia de la filosofía) para volver a sus orígenes, al pensamiento, porque la filosofía ha abandonado sus raíces en él. El problema es que ese sitio está ya ocupado y para pensar no hace falta ya filosofar. De hecho, hoy se da el fenómeno contrario, es el pensamiento el que ha abandonado a la filosofía y se piensa fuera de ella. Pensar no es sinónimo de filosofar y menos de citar. Lo que no obsta, y este es el otro elemento de la paradoja, para que los que dicen que se dedican a analizar imágenes, en vez de hacerlo, acumulen citas de filósofos, cuanto más abstractas mejor, empleando un lenguaje barroco ininteligible que sepulta en lo lingüístico lo icónico.

Y ahí estamos, en ese tránsito de la filosofía al pensar, a la no filosofía, con camino de ida y vuelta. Muchas cosas han cambiado respecto al siglo pasado. Con las imágenes digitales no tiene mucho sentido preguntarse qué hacen con nosotros (reeditando el viejo determinismo tecnológico) sino qué hacemos con ellas. Ya no somos espectadores sufrientes sino usuarios agentes. Eso quiere decir que el tránsito de la filosofía a pensar en imágenes es un ejercicio de responsabilidad ciudadana en el que no se permite el ejercicio de la irresponsabilidad lingüística edificante consistente en antropomorfizar las imágenes: no son sujetos, los sujetos somos nosotros y responsables de su creación, uso y distribución. De ahí que no proceda seguir preguntando religiosamente como en el siglo pasado qué se esconde detrás de las imágenes levantando piedras conceptuales. En vez de jugar al escondite, como en la filosofía tradicional, el ejercicio de responsabilidad ciudadana consiste en preguntarse por qué empleo, doy, me das, estas imágenes y no otras haciendo visible lo visible. Necesitamos una ilustración en imágenes, orientarnos en ellas, hacer visible lo visible, dejando el negocio de lo invisible a Netflix.

Continuará