viernes, 18 de noviembre de 2022

miércoles, 9 de noviembre de 2022

miércoles, 5 de octubre de 2022

Cronenberg y la "nueva raza"



 Cronenberg ha vuelto a su “vieja carne” con una serie de imágenes desasosegantes, diálogos aforísticos, blockbuster y un guion que no va a ninguna parte, ya que es lo de menos. El título accidental, Crímenes del futuro (1970) despista por la inevitable sospecha de remake y hubiera sido más apropiado poner el de Vinieron de dentro de…(1975). Efectivamente, el protagonista es siempre el mismo, el cuerpo. Un cuerpo cuyo interior, torturado, malformado, invadido, mutado por trastornos genéticos de una sociedad enloquecida tecnológicamente, emerge incontenible reclamando visibilidad e incluso belleza. Vuelta a la estética de la “nueva carne” anunciada en Videodrome (1983), a la exposición de esa “belleza interior” de las malformaciones en Inseparables(1988), abandonando la tediosa verborrea de Cosmópolis (2012).




Todo esto es cierto, pero, en cierto modo, ha quedado obsoleto. El punto de mira no es ahora ni la vieja ni la nueva carne, sino la “nueva raza”, esa que se alimenta, como corresponde, de lo que encuentra en abundancia, los deshechos inorgánicos, el caos de plásticos que amueblan la casa. Los intelectuales pueden regodearse con elogios a la basura en general(que, obviamente, no se comen) pero la “nueva raza” es cazada por alimentarse de la basura industrial de la que proviene. ¿De dónde ha salido esta “nueva raza”? Creo que la respuesta sería la que dio Ballard respecto a su novela Crash llevada al cine por Cronenberg en 1996 : del sexo con las máquinas, no en las máquinas. Ahora se examina la posibilidad de la fusión humano máquina y su descendencia de comedores de plásticos.



El body art cambia de enfoque, no más choques y prótesis del sexo sino cirugía: “surgery is the new sex”. Así lo descubre la mejor actriz que llena la película con una intensidad contenida: Kristen Stewart. Vuelta al cuerpo como biopuerto. El homenaje a eXistenZ (1999) es icónico, nada de aquellos textos de Sartre y Heidegger que Cronenberg daba a los actores para que se fueran entonando. Quedan los huesos articulados, pero, sobre todo, la consola que hace de médium para las performances de extirpación de tumores. Este es un punto importante en medio de tanta casquería. Es un alivio que ahora esté bien y no se ponga malita, con aquellos chillidos que partían el alma, en una película donde, encima, nunca sabían los protagonistas si eran reales o virtuales y, lo peor, no paraban de preguntarlo.


jueves, 22 de septiembre de 2022

miércoles, 14 de septiembre de 2022

Godard.


"Continuar hasta que la pantalla diga “no”". 

(Pensar entre imágenes).

domingo, 4 de septiembre de 2022

viernes, 2 de septiembre de 2022

miércoles, 31 de agosto de 2022

domingo, 28 de agosto de 2022

Irma Vep 2022. El largo adiós (4)

 

Ni la película de 1996 es un remake de la de 1915 ni tampoco la serie de 2022 de ambas. El concepto de remake como “nueva versión” no se aplica en este caso. Es, tomando el título de Chandler y Altman, un “largo adiós”; si se quiere una “larga despedida de la modernidad” posmoderna en forma de juego de muñecas rusas; pero también de esa posmodernidad misma (broma sobre el "lesbianismo posmoderno"); es la vuelta al mito ante la imposibilidad ya de la vuelta del mito; porque de él (pro) venimos se impone el entretiempo; en este caso una vuelta al cine mudo de comienzos del XX con su mitología de “ha llegado el tiempo de la imagen” de Abel Gance; del séptimo arte como forma de llegar a las cosas mismas ante la crisis de la cultura occidental; de la nostalgia de esas primeras miradas inocentes sin contaminar que busca la generación cercana a Assayas, como Angelopoulos en La mirada de Ulises (1995) o Wenders en Historias de Lisboa (1994); el resultado es el estancamiento del que solo salva el seguir rodando, viviendo; porque las imágenes, como los libros, ya no son ahora de la realidad, sino de otras imágenes convertidas en ideas, así se desespera René Vidal (Léaud) en 1996: Irma Vep es ya solo una "idea" y no se puede hacer nada en cine con una idea, se lamenta; por eso en las dos películas las personas, Maggie, Mira-Alicia, acaban siendo más importantes que el personaje, Irma, y gracias a ellas puede el director desdoblado seguir adelante. Y también la original Irma Vep, Musidora, renacer. 





Cuando se colocan el traje de seda, látex o terciopelo, las actrices experimentan todo un fenómeno de desdoblamiento y de transfusión. De ahí la importancia que se da a su material y ajustado: es la máscara que propicia el tránsito de la persona al personaje y viceversa. No solo se convierten en ladronas ocasionales, sino que ganan una libertad que les hace huir al final en busca de proyectos más acordes con sus deseos, Maggie con Ridley Scott y Mira con otro director, escapándose del contrato-cepo lucrativo de Gautier. La industria cultural puede dejar de ser así un oxímoron para convertirse en una auténtica salida gracias a la ambigüedad de las situaciones. Las actrices se sienten formando parte de ella y repiten que, ni en 1995 ni en 2022, son Irma, ni forman parte del mundo de Assayas- René Vidal, aunque les convenga visitarlo por prestigio o cambio de aires en sus carreras. 

Y han sido elegidas como protagonistas justamente por ello: son actrices de acción, artes marciales, viajes espaciales, de entretenimiento en suma, aportando la dosis de sentido común que parece faltar en los rodajes caóticos de la “vieja ola”. Las series (“películas alargadas”) propiciarán la vuelta al mito, ya no solo por sus raíces en los novelones del XIX. Las series propician con nuevos medios, inalcanzables a las películas de culto, esa transfusión de sangre actual que salva al clásico haciendo lo imposible: que vuelva el mito. Así revive, en ese  “vampirismo”, la Irma Vep original, Musidora, convirtiendo el rodaje, no tanto en la vuelta a otro tiempo, sino en el espacio de entretiempos, con sus imágenes recurrentes y las citas de sus diarios; salvando incluso a René Vidal del envite de lo políticamente correcto acusándoles de “sexualizar la violencia” en las escenas. El cine independiente tampoco aparece como una alternativa, ya que "predica hasta el hartazgo", afirma Eidinger, el yo desmelenado de Assayas.


En el “largo adiós” el tiempo fluye en los meandros del delta del recuerdo empujado por el futuro que retrocede. Viene a la retina la imagen de un Marcelo Mastroianni copiando un cuadro de Cézanne sobre la montaña Sainte-Victoire y siendo objeto de mofa por parte de Jeanne Moreau sobre la inutilidad de tales intentos. Como sucede con los comentarios jocosos de los equipos de la película y de la serie.  Pero el mismo Antonioni da la clave en Más allá de las nubes, cuando lo que vemos no es un remake, ni nueva versión, sino la antigua imagen idílica de la montaña de Cézanne, cercada, contaminada, por los humos de las fábricas de ahora, ¿del entretenimiento?. El cuadro del pasado es otro cuadro en el presente y, por tanto, muestra de la imposibilidad de recrearlo. No se trata de la creación como recreación, sino, nuevamente, del acto de pintar, del rodaje sobre ello, con los comentarios, interrupciones y sin visionado de obra final. No se trata del rodaje de la obra, sino que el rodaje mismo es la obra. No hay el mapa del original para entenderlo, pues la orientación no la dan los mapas extendidos, sino las capas intercaladas. La película ya no es una creación (término esencialista del “arte” unívoco) sino una producción. Y ahora sí, la serie puede ser una obra de arte, es una obra de arte, ars, de un saber y poder hacer, despojada del mito romántico de la creación al que, no obstante, en términos coloquiales de fiesta de pueblo, se rinde “tributo” en los diálogos.

Comencé estas notas por el final del visionado, por el sentimiento de sentirme traicionado con un planteamiento dialéctico cuando esperaba uno complejo. Hay, efectivamente, una traición, pero no es la de Assayas a los espectadores con las imágenes finales, sino la del René Vidal- Assayas a sí mismo. Es consecuente. Seguir viviendo, rodando, implica "renunciar", poner límites, decía Goethe, ser en el límite, ahora. Y así se llega al final de la serie, al “fin apacible” (Kundera).



miércoles, 24 de agosto de 2022

Irma Vep 2022. Redención (3)

 




Lo que tienen en común la película de 1996 y la serie de 2022 es, precisamente, el rodaje como núcleo fílmico. En 1996 acaba con un “paso en falso” (Wim Wenders) ese rodaje hacia la “obra maestra desconocida” por parte de René Vidal (Jean-Pierre Léaud), o quizá no: imágenes y sonidos en glitch como líneas enmarañadas y flotantes en el lienzo de Frenhofer, ininteligibles. En 2022, como le explica René Vidal (un extraordinario Vincent Macaigne) a su psicóloga, se trata de un rodaje de “redención”. Con resultado feliz, pues (le) han pasado muchas cosas. Si en la película se narraba el atasco creativo del director por las exigencias imposibles de un cine como obra de arte, ahora se “redime” recorriendo otra vez el camino y renunciando a ellas, rodando, terminando la serie, volviendo a casa, con su familia. Es el camino del genio al trabajador, que tiene que acabar la obra para la que ha sido contratado. Es el intermedio entre el genio irresponsable y el equipo técnico prosaico; entre el romanticismo de la búsqueda del absoluto en el trágico y desquiciado Léaud  y el expresionismo de los gestos débiles en el achaparrado y empático Macaigne, carne de psicólogo.



Las películas y series, ¿pueden ser hoy día arte? No, decididamente no. Esta serie, Assayas, con los numerosos diálogos sobre el tema que ha introducido en ella, con las bromas del inmenso Lars Eidinger sobre la improcedencia de la pregunta misma, acreditan que en 2022 ha pasado el tiempo de esos planteamientos esencialistas. Son discusiones sin sentido. Formas de pasar el rato hermenéutico. Por mucho que se empeñara Víctor Erice en El sol del membrillo, los modelos de artista y oficio son diferentes. Un director de cine tiene que acabar la película o no vuelve a conseguir un crédito para filmar. Antonio López sí que puede permitirse no acabar el cuadro, perseguir la obra de arte total. Arte y calidad ya no son sinónimos. Irma Vep 2022 es una magnífica serie, de una gran calidad, que muestra lo inútil hoy día de hablar sobre series como obras de arte. El papel del genio director está disponible.





lunes, 22 de agosto de 2022

Irma Vep 2022. La ambigüedad del intermedio (2)


        


Todo en la vida, le dice Alicia a un trastornado René Vidal, está en el “intermedio”. Con ello no señala el punto medio del espacio o de la conducta, no es el délfico “nada en exceso”, sino todo lo contrario. Vivir es ser en el intermedio, es decir, logrando estar en él, no solo en el comienzo y el final. Y eso es lo que significa para Alicia la palabra “actuar” y para un director de cine la palabra “acción”. Lo más importante en la vida, en el cine, es el rodaje, el intermedio. El mismo Assayas lo acaba reconociendo a propósito de esta serie.

Pero, entonces, la frase de que “todo es (está en) en el intermedio” hay que precisarla con la aclaración que da Mira (Alicia, Irma) sacada de su propia experiencia en el rodaje: “todo es/ está en la ambigüedad”. El rodaje como territorio de la ambigüedad es la posibilidad de una serie de historias que se van entretejiendo, de tiempos que se van mezclando, de obras y personajes que vuelven y se despiden. Este rodaje es el espacio en el que acontecen los lugares de los entretiempos como mezclas. Lo iremos viendo poco a poco. La ambigüedad resulta así el descanso de la contradicción, del trabajo incesante de la dialéctica (negativa): “no hay contradicción entre ver un vídeo de Taylor Swift y leer a Adorno”, nos tranquiliza Assayas.

Pero también es el antídoto contra la termita hermenéutica del “meta” y la “autoficción”. Viciosos de la pegatina “metacine”, abstenerse.

domingo, 21 de agosto de 2022

Irma Vep 2022. La dialéctica (1)


Cuando se acaba de ver la serie Irma Vep (2022) de Olivier Assayas, justo con las tres últimas imágenes (todo lo contrario de esta) uno se siente traicionado y modifica la opinión que se había ido formando a lo largo de los ocho capítulos: no es una serie compleja, es una serie dialéctica. Y empieza a funcionar la maquinaria de los prejuicios filosóficos, es decir, uno empieza a traicionar al cine. El tópico acude rápido: tesis, antítesis y síntesis. La erudición no descansa. No es el kantiano sino el hegeliano. La síntesis, con la última imagen, el último monólogo, es un cierre, pero un cierre en falso. Se oponen a lo largo de toda la serie los modelos del entretenimiento sin calidad y la calidad sin entretenimiento, con un ojo puesto en Hollywood y otro en la Nouvelle Vague, sin desenlace, como en la de 1996, para concluir aquí de modo apresurado en la apuesta de un entretenimiento con calidad. O quizá no tan apresurado, como veremos. De seguir una dialéctica kantiana, el resultado hubiera sido muy distinto y más satisfactorio: el planteamiento conceptual antinómico no tiene sentido, no hay tales problemas hoy día y se habrían evitado las últimas imágenes de un kitsch sonrojante. Como puede verse, no es solo que la serie acabe mal, sino que uno acaba mal, poniéndose estupendo con una sobredosis de citas para aliviar el enfado.

Mejor hacer caso y rebobinar siguiendo el consejo de la protagonista, una Alicia Vikander en estado de gracia.




martes, 16 de agosto de 2022

Los libros protegen

Huida de Mogadiscio
 Excepcional película en el desierto de lo políticamente correcto. Muy recomendable.

jueves, 21 de julio de 2022

Habermas y los dilemas fuera de contexto (3)

 

Todo lo anterior se concreta en una expresión clave que aparece en el artículo de Habermas: Zeitwende. Se trata para él de dilucidar si el tratamiento mediático de la guerra y sus consecuencias políticas implica el que se esté o no en una Zeitwende, en un “cambio epocal” en Alemania. Esto es lo que realmente le preocupa, pues significaría un cambio respecto a la política pacifista y de “diálogo” seguida por Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. Pero también de la virtualidad de su propia filosofía, de la ética de la “acción comunicativa” para sustentarla. Y todo esto es justamente lo que se ha puesto en cuestión para Habermas en el vídeo del presidente ucraniano: es una enmienda a la totalidad respecto a su visión del pasado alemán, su actitud moral en el presente y las consecuencias nefastas para Europa, no solo para Ucrania, de la ambigua postura no intervencionista alemana. Nunca le llama Habermas por su nombre, a diferencia de Putin, analizado desde todos los ángulos. Pero resalta que las consecuencias de su intervención han sido la “confusión emocional” de los diputados alemanes, el “brusco” cambio en la postura inicial del canciller, la exigencia inmediata de acción, frente a la deliberación que él propone, de los jóvenes de izquierda antes pacifistas. La “llamada moral al orden”, el “chantaje emocional” subsiguiente del presidente ucraniano han tenido éxito. Habermas no se equivoca sobre el estilo empleado: puño de hierro de exigencia moral en guante de seda de la fórmula cortés. No solo eso.

Vayamos al vídeo. Zelenski difiere del análisis de Habermas sobre el pasado alemán y europeo: el famoso “nunca más” no ha llevado a una paz de 80 años fundada en el equilibrio del terror nuclear, sino que las guerras convencionales han menudeado en Europa, como la de los Balcanes, y la agresión de Rusia a  Ucrania en 2014; estos ataques no han contentado y previsiblemente no seguirán deteniendo a un Putin empeñado en nuevas conquistas territoriales (recientemente lo ha confirmado su ministro de asuntos exteriores); Alemania ha construido un nuevo “muro” (la palabra se repite en el discurso), no ya en Berlín, sino en medio de Europa entre Ucrania y el resto de ella, entre la libertad y la falta de ella; Europa está dividida por culpa de Alemania; el motivo no ha sido político sino económico y Alemania tiene que elegir ahora entre la moral o el beneficio; este es el auténtico dilema para Zelenski; la ayuda que pide no es, entonces, solo para Ucrania, sino para la Europa amenazada por Putin; saca, por tanto, la cuestión del ámbito nacionalista en que la coloca Habermas y la pone en el europeo; frente a las detalladas crueldades con civiles y ciudades destruidas pide al canciller alemán que se pare la destrucción y se derribe el “muro”; paz es igual a libertad, no se pueden separar. La vicepresidenta del Bundestag, Katrin Göring-Eckardt enfatiza en su discurso al hilo de la sesión que Putin ha atacado “nuestro orden de paz”.

A la altura final de esa referencia (en apariencia episódica) al vídeo en el artículo, la sensación del lector avisado es que para Habermas todo se desmorona: el pasado alemán (tal como él lo lee), la identidad alemana y su propia concepción de la filosofía basada en el diálogo como forma de solucionar los conflictos. Lo "mediático” se ha constituido en una bastarda “acción comunicativa” que sustituye la deliberación reflexiva por la inmediatez emocional, la deliberación por la acción. Los "sentimientos morales" no atienden a la necesidad de su "juicio generalizador" que los modere.  Lo que realmente escuece a Habermas del presidente ucraniano, no es solo el medio empleado, sino que haga los reproches en términos morales; que afee la conducta actual de Alemania como consecuencia de su conducta en el pasado; lo que era modélico se vuelve ahora moralmente censurable. No es solo porque da una solución distinta a los dilemas de Habermas, sino que niega el derecho moral mismo de plantearlos: ¿Se puede tan condescendiente con las reivindicaciones de Putin después de las enseñanzas de lo que pasó con Hitler y los inútiles intentos por aplacarle?

Habermas ni menciona ni censura la amplia utilización que ha hecho Putin de ese “poder de las imágenes” y examina unos argumentos cuya legitimidad niega al otro. Que, por otra parte, sirven de poco, pues una de las palabras que más utiliza Habermas refiriéndose a Putin es la de “imprevisible” y cómo, basándose en la fuerza, puede trazar y, sobre todo, mover, las fronteras que separan el diálogo de la confrontación. De hecho, para Putin ya han entrado en guerra por la ayuda militar, aunque limitada, a Ucrania, con la agravante (se lo restriega Zelenski en el video) de que financian la guerra contra Ucrania con el dinero que pagan por el gas ruso.

El factor económico sería clave en el pasado al que alude Habermas y el presente que elude. En el pasado, el “paraguas nuclear” de Estados Unidos ha permitido a Alemania destinar el menor presupuesto de defensa a su crecimiento económico y la excesiva dependencia del gas ruso a un bienestar sin grandes contraprestaciones. Trump será lo que se quiera, pero su hartazgo por la situación no dejaba de tener un punto de razón: Estados Unidos pagaba la seguridad alemana y encima, como ocurría con buena parte de intelectuales en el resto de Europa, tenían que aguantar desde la Segunda Guerra Mundial un antiamericanismo de buen tono. Biden ha recogido los frutos y no le ha costado nada hacer que aumenten sustancialmente el presupuesto de defensa. Esto ha sido algo más que “errores de gobiernos anteriores” que dan pie lugar al “chantaje moral” del presidente ucraniano. La paz a la que alude Habermas ha sido financiada por otros que, o se han cansado ahora o son, por otra parte, los que realmente están haciendo chantaje con el gas.

El problema respecto a los jóvenes alemanes (y no solo ellos) es que Habermas ofrece procedimientos binarios, no soluciones y los dilemas entorpecen o las hacen imposibles. El dilema de que se está entre la espada y la pared, entre dos males, derrota de Ucrania o escalada nuclear, no se sostiene con la referencia a ese pasado al que alude Habermas: ha habido guerras sin intervención nuclear, tensiones como la de Cuba que se resolvieron cuando se demostró firmeza. Teniendo en cuenta todo esto, vale poco la apreciación de Habermas de que, al contrario ha sido una decisión "moralmente bien argumentada" la no participación en la guerra. Porque, efectivamente, se estaría ante el dilema de dos males: o dejar a su suerte a las víctimas de Ucrania o desencadenar una escalada militar cuyo posible final sería una guerra nuclear. La experiencia enseñaría, según Habermas, que nadie puede ganar, luego ambos deben “salvar la cara” mediante el diálogo y la negociación. Lo contrario es “el fin de un modo de practicar la política alemana enfocado al diálogo y la salvaguarda de la paz”. También su modo de entender el papel de la filosofía. Para el presidente ucraniano, el contexto de la posguerra ha cambiado: cuando alguien te invade, se apropia de tu territorio, mata a civiles inocentes y destruye el país, no ofrece ni ha lugar a situaciones ideales de diálogo y diplomacia, sino que queda únicamente la defensa y la supervivencia.

La amenaza nuclear no fue disuasoria en la guerra fría, como tampoco lo es ahora. Ha habido guerras entremedias, con vencedores y vencidos. Los atentados islamistas, con su fuerte carga de fanatismo e irracionalidad, mostraron cómo se crecían ante un Occidente debilitado por su autocrítica constante a los fundamentos de su tradición. Ante la agresión rusa y su argumentación falaz, los pacifistas de antes no quieren poner la otra cara de la deliberación. Tampoco aceptan el dilema fundado en el análisis binario de que frente a la acción directa de la presión mediática y las armas estaría la deliberación y el diálogo. Y sí, la cuestión de fondo es que Europa, si quiere ser de verdad independiente, no ser invadida ni destruida, preservar sus valores, tiene que financiar y equipar su propia fuerza militar.

El “cambio de era” es un cambio de paradigma. Habermas plantea claramente el “conflicto” entre esas dos generaciones, la de la guerra fría y la de los jóvenes alemanes que no la han vivido, sin dejar de reconocer que la actitud postheroica y antinacionalista de diálogo y acción comunicativa ha sido posible gracias al "paraguas nuclear" americano. Y es una factura que hay que pagar. Dolor por el sufrimiento de las víctimas pero sin poner en peligro la “bien fundada decisión de no participar en esta guerra”. La “meditada solidaridad” de Habermas parece quedarse en el buen deseo y actitud moralizante de que "Ucrania no puede perder esta guerra" con el que acaba el artículo. Y, ¿por qué no ganarla? No solo para ella, sino también para Europa y quizá incluso para Alemania.