El juicio a Adolf Eichmann. Michaël Prazan , 2011.
El juicio de Eichmann. Elliot Levitt, 2023.
Cuando se trata de la estética política de la imagen no
basta con las buenas intenciones, sino que es preciso tener criterios icónicos.
De lo contrario, los resultados pueden ser distintos a los esperados. Al acabar
de ver estos dos documentales se tiene una sensación agridulce. Por una parte, hay
un esfuerzo de objetividad inédito en un tema tan controvertido, dada la
pluralidad de los testimonios aportados, algunos contradictorios, hasta tal punto que parecen volverse
como un búmeran contra sus directores y quienes organizaron el juicio. La
figura de Eichmann sale reforzada, y se ha perdido una ocasión única de generar
conocimiento. Expertos invitados discrepan sobre la estrategia del Fiscal General
del Estado y constatan que se le escapa el preso y no lo tiene “acorralado”.
Luego viene el veredicto, que no diluye la sensación de torpeza procedimental.
Esto se puede comprobar muy bien en el documental de Levitt.
A pesar de las
declaraciones iniciales y de principios expresadas en ellos, que permiten
suponer un desarrollo lineal, sin embargo, abundan los discursos contrapuestos y
sobre todo imágenes que mandan un mensaje distinto. Y esto no tiene nada que
ver con la culpabilidad manifiesta de Eichmann sino con un deficiente manejo de
la imagen, torpeza en el montaje y falta de solidez en el argumentario. Han
dispuesto de un material de archivo muy abundante, como consecuencia del largo
juicio, y quizá no han respondido a los propósitos de este. La razón de la retransmisión en directo del
juicio (se nos dice en el primer documental) fue convertirlo en “el primer
acontecimiento mediático de masas”. Se insiste en que el objetivo era, más que
la condena por un crimen monstruoso para el que no hay pena suficiente, conocer
los motivos que llevaron a Eichmann a participar en él, dar voz a las víctimas
y, mediante la retransmisión en directo, que todo el mundo recordara, la joven
generación lo supiera, y no olvidara lo sucedido para que no se repitiera. Es
inevitable pensar en la afirmación de Adorno de que lo más terrible de
Auschwitz no es que hubiera sucedido una vez, sino que siguiera sucediendo: la
aniquilación de la diferencia.
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