miércoles, 15 de marzo de 2023

Lur Olaizola. Xulia, 2019.


Con frecuencia uno se pregunta: ¿se pueden hacer productos audiovisuales dignos sobre temas sociales y políticos que no resulten un tostón?, ¿sobre temas relacionados con la mujer sin que caigan en el kitsch y rezumen la pornografía emocional de los sentimientos edificantes?. Da la impresión de que se han confundido de medio y que lo que puede estar bien para un mitin arruina una obra fílmica. ¿Qué es lo que falta en ambos casos?: responsabilidad icónica o lo que es equivalente, respeto. ¿Qué es lo que se pierde? Lo que el director Wang Bing denominaba la esencia de un tipo de cine comprometido: la verdad emocional.

Me ha interesado mucho de la obra de Lur Olaizola quizá lo que menos se subraya: no tanto lo que hace, sino el modo de hacer los cortos. No la narración, sino el diálogo icónico entre palabra e imagen, el justo equilibrio. De los tres realizados hasta ahora menciono solo el primero, Xulia, 2019. No va de las palabras a las imágenes, como ilustración suya, como ejemplo para narrar algo ejemplar, sino de las imágenes a las palabras. Y no se queda ahí. Los ingredientes clásicos ya han sido destacados por ella misma: viaje, memoria, sida. El riesgo del tópico acecha también. Sin embargo, y es lo más valioso a mi juicio, el viaje narrativo queda entre-cortado. La voz en off calla en el repaso de las fotografías, se queda muda cuando la cámara sigue respetuosa el deambular en un vacío de pasado del que solo se oye el viento y las pisadas. El paisaje acaba envolviendo con la tierna indiferencia de la naturaleza hasta crear la muralla estilizada de los árboles, a ratos la cámara se para, respetando lo que no se dice, y solo ella piensa, la deja sola, de espaldas en lo alto de la colina. Son imágenes a la espera. 

Pero el viaje de ida acaba siendo a ninguna parte y la memoria se entrecorta en un sollozo rememorando la fecha fatídica. Entre el primer plano del ama de casa con gafas leyendo unas memorias y el rostro de Xulia cuarteado por la droga y el sufrimiento que se muestra al final hay un abismo de tiempo, de vida al revés. Las imágenes han ido a las palabras para llegar al silencio. Son esos increíbles minutos últimos de silencio de Xulia, en planos medios frontales, mirando a todas partes, a ninguna en concreto, recalando en la cámara, echando el humo del cigarrillo hacia al espectador, retándolo, qué miras, parece decir, no te voy a contar de mi vida lo que sigue, ya te gustaría. Esto no va de narcisos sentimentales. Mirones abstenerse, almas bellas también.