"La máxima felicidad de la vida se basa en apariencias" (Kant, XV,202)
“No le quitemos la bella apariencia a lo que no está bajo nuestro control, ya que hace que la gente sea querida entre nosotros, que la vida esté llena de esperanzas y el mal sea soportable” (Kant, R.1482)
martes, 26 de marzo de 2024
apariencias
sábado, 9 de marzo de 2024
jueves, 29 de febrero de 2024
El uso de la inteligencia artificial
Frente a tanto apocalipsis, al fin, una propuesta sensata sobre el uso de la inteligencia artificial.
miércoles, 28 de febrero de 2024
Land of mines
Podía ser uno de los cuadros de Friedrich. No hay monjes melancólicos, son estacas que delimitan un paisaje de muerte. No hay lugar a sublimación, sino al peso de la sordidez.
"Su carencia de realismo consiste en considerar a los alemanes como un bloque soldado que irradia heladas emanaciones de nazismo, y no como una multitud variopinta de individuos hambrientos y temblorosos de frío [...] Cuando se vive al borde de la muerte por inanición no se lucha en primer lugar por la democracia, sino para alejarse lo máximo posible de ese borde" ( Stig Dagerman, Otoño alemán. 1946)
jueves, 22 de febrero de 2024
manifiesto off
“Este manifiesto no pretende oponerse de ningún modo al desarrollo tecnológico como tal, del que reconocemos todas las ventajas” (No mencionan ninguna, pero sí todas las desventajas imaginables) (Manifiesto off).
sábado, 3 de febrero de 2024
miércoles, 31 de enero de 2024
lunes, 29 de enero de 2024
domingo, 28 de enero de 2024
Vidas de extrarradios 2
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle
Tu vois, je n'ai pas oublié
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle
Les souvenirs et les regrets aussi.
sábado, 27 de enero de 2024
sábado, 6 de enero de 2024
Cerrar los ojos 5.
Hay un homenaje, un
lamento y una despedida. Homenaje al cine de Dreyer, de Ray, de Hawks, con canción
incluida, algo habitual desde la Nouvelle vague; un lamento por la
perdida de lo fotoquímico (“la imagen se ha ido a tomar por saco”, dice Max)
que ya le oímos a Herzog o a Wenders; una despedida porque se imponen los
nuevos soportes digitales, aunque él mismo los usa ahora, al igual que los
otros directores, por más baratos, manejables y que dan más independencia; una despedida a
las salas de cine de los pequeños pueblos en particular y de cine en general.
Se entiende perfectamente
todo esto en el contexto de la generación a la que pertenece Erice. En el doble
sentido de la teoría y de la experiencia. Y aquí la influencia de Bazin es total.
La idea de que el cine es una “momificación del cambio”, una detención del
tiempo; o, más apropiada todavía: “el cine sustituye nuestra mirada por un
mundo más en armonía con nuestros deseos”. Esto último es la experiencia de nuestra
generación en las salas de cine con programa doble, absortos en la
contemplación de una pantalla como puerta a otro mundo distinto del gris de la
dictadura. Eso se ha acabado, ya no es así. Buena parte del cine ya no es de
identificar e identificarse, de vivencias, sino de distancias. Y, desde luego,
no detiene el tiempo, sino que lo deja correr, como la vida misma.
La experiencia ha variado y el cine no ha muerto. A partir de los años setenta del siglo pasado se oye la queja (Pasolini escribió sobre ello) de que el espectador había sido sustituido por el consumidor, siendo el capitalismo la nueva cara de las viejas dictaduras. Una simplificación. Hay experiencias para todos, para los que disfrutamos del exceso autorreferencial de esta película y de los guiños al cine de las nuevas olas (clásico ahora) oficiado entonces en las salas, grutas, de arte y ensayo y para los que todo esto les deja, más bien, fríos al ser de generaciones distintas. A otros no, a pesar de ello. Pero, en todo caso, es innegable la pervivencia de una cinefilia bajo experiencias y soportes distintos.
De hecho, esta película no se puede apreciar
debidamente en salas de cine. No solo por su larga duración, sino que, por analogía misma con la pintura que suele destacar Erice, es preciso, no que el cine detenga al
tiempo, sino que la vida detenga al cine, pare de vez en cuando la narración
para apreciar los diálogos y, sobre todo, disfrute de las imágenes a sorbos,
embebiéndolas en el clic del ordenador, creando una iconoteca, una experiencia también háptica como la
del póster anunciador de la película.
viernes, 5 de enero de 2024
Cerrar los ojos 4.
-“Esa gabardina, ¿de dónde
la has sacado"?
-“Del cuarto de los
trastos”
-“Me recuerda a alguien”.
En el momento en que
Garay recoge la gabardina de Julio en el trastero se produce la metamorfosis del
perfil. Un hecho y un gesto quizá banales, pero que encierra un simbolismo. Le
queda grande, se envuelve en ella. Lo que iba a ser el comienzo de un viaje
alimenticio se transforma en otra cosa, en la posibilidad de volver a casa, de recuperar una identidad. Es también la gabardina de la escena que pudo haber sido, en la que
Julio deja correr el agua del zapato, una de las más bellas de la película.
Sonríe. Se va a ir. Pero con su gesto Garay no le deja irse. No le van a dejar
irse. El altruismo es, en el fondo, egoísmo.
Esta película no es de adioses, ni largo ni corto, ni del director ni de los personajes. Es de supervivientes. Y el único que, de momento, ha logrado sobrevivir es Julio, los demás van tirando. Como pueden, aunque lo sublimen. Con recetas que no se cree nadie como el “saber envejecer sin temor ni esperanza”, palabras vacías, como eso de que lo no me mata me hace más fuerte. Que se lo digan a esos boxeadores sonados de la vida. Nos ahorran el día después. En el fondo, en ese agarrarse a Julio (por su bien) está el miedo al sinsentido de la propia existencia. Recuerda al cura de El extranjero de Camus, desesperado por convertir al que no quiere sino que le dejen en paz, todo lo más un cielo que se parezca lo más posible a esta tierra en la que, al fin y al cabo, ha sido feliz: si tú puedes ser así, qué va a ser de mí.
jueves, 4 de enero de 2024
Cerrar los ojos 3.
Si Julio Arenas, actor, estaba desesperado por el declive, no como actor, sino como hombre al que ya no le hacían caso las jóvenes, este Gardel encarna, no tanto, la falta de memoria, sino, a diferencia de los planteamientos en otras películas, el nulo deseo de tenerla, ni tampoco de establecer nuevas relaciones con los que le rodean. Otra vez, la imagen jánica de perfil, fuera de la dialéctica memoria y amnesia. Para ser feliz no le basta con no reconocer a los otros, estar solo, sino que es necesario no tener conciencia de nadie. Este término, conciencia, percepción de sí mismo y de los otros, es lo que utilizan los neurólogos para saber el estado del paciente. Solo que en este caso no es signo de alienación o enfermedad, sino de vacío elegido. No hay un reconocer en su pleno sentido: no saber y no aceptar tampoco. Mira la fotografía y dice: “Ese no soy yo y ese otro tampoco eres tú. No soy yo”. En El teatro de marionetas Kleist recomendaba volver a comer del árbol del conocimiento para deshacer el hechizo de la conciencia, volviendo a hacer el viaje inverso, es decir, hacia el paraíso: de la inconsciencia se va a la conciencia y de esta a la inconsciencia. La conciencia es atributo de lo humano, la inconsciencia de lo divino, de la vida en el paraíso.
Escuchamos en la película
otra de las frases oraculares: “una persona no es solo memoria, es sentimiento,
sensibilidad”. Hay mucho de esto en las películas de Erice, quizá más que el
elemento conceptual al que pueden dar pie los diálogos. Ha subrayado el
componente de misterio subyacente a todas ellas. Cierto, pero se trata de un
misterio nada enigmático y tampoco misterioso, más bien al estilo de los
románticos: ser capaz de asombrarse de lo cotidiano. Pero no solo de manera
contemplativa, ya que el romanticismo es un verbo. Decía Novalis que romantizar
es introducir el misterio en lo cotidiano. Y es entonces cuando el sentimiento
conoce, es un modo de conocimiento, no solo el concepto. El cine, este cine, es una forma de romantizar lo cotidiano, de
conocerlo, de saber, en el sentido de degustarlo. Y el ritmo lo marcan los
fundidos en negro, marca de la casa.
miércoles, 3 de enero de 2024
Cerrar los ojos 2.
La mirada del adiós es Cerrar los ojos. Una película dentro de
otra. No es solo, que también, metacine (propio y ajeno, meditación sobre
posibilidades no sidas y homenaje de cinefilia) sino replantear una y otra vez la
cuestión que obsesionó y obsesiona todavía a una generación: las relaciones entre
cine y vida. El largo adiós de y a La noche americana en la que Ferrand
(Truffaut) afirma que “el cine es más importante que la vida” y le contradicen,
matizan, sus personajes. El año pasado lo volvió a reformular Assayas con Irma
Vep. El cine es importante en la vida (rodaje, celuloide, salas), lo son
los ojos y la mirada, pero, vienen a concluir, más la vida, cerrar los ojos, desaparecer, en cierto
modo. Vivir es parpadear.
Y, sin embargo, hay toda
una mitología en torno a la mirada, no cualquiera, sino aquella inocente, que
no tiene memoria cultural, primigenia, capaz, no de re-conocer, sino de ver las
cosas por primera vez. Fue el sueño de las vanguardias. Una falacia, como apuntó
Schiller, no nos gusta la mirada del niño realmente, sino la idea moral asociada
a ella, de pureza e inocencia. Y en la película no falta la moralina (otros lo llaman
“espiritualidad”), de consejos para una vida, vejez, buena, especialmente en
los diálogos. Es verdad, que rebajada por el fino humor que la recorre. El niño
de Ten minutes older (Erice contribuyó con un magnífico corto, “Lifeline”),
todas las emociones aflorando a la cara, encarna la frase del último Deleuze,
ya reconvertido: “el cerebro es la pantalla”. Pero ni ese niño, ni la Ana de
entonces, podrían ver esta película de Erice. No la re-conocerían. Lo
advirtieron los románticos: el camino de vuelta a la inocencia es una tarea
cultural.
“Soy Ana, soy Ana”, dice
ahora en esta película una mujer madura, de mirada triste, sin ganas de volver
al pasado y a la niña que (no) fue. Quiere cerrar esos, aquellos ojos. No la
reconoce él, no se reconoce tampoco ella. ¿Por qué la encerrona a Julio,
obligarle a mirar, cuando solo quiere ser Gardel, un nombre prestado, ya que no
tiene memoria, nombre propio, identidad ¿Por qué le niegan el derecho a cerrar
los ojos, a desaparecer, a ser feliz a su manera?
martes, 2 de enero de 2024
Cerrar los ojos 1.
Si se respetan un poco sus
imágenes, y no se las utiliza como pretexto para hablar de otra cosa, como es
habitual, hay que reconocer que Erice ha dado esta vez facilidades (al no
llamaremos “espectador”) desde el comienzo de la película. Nos obliga a
detenernos en una imagen e indica el modo de mirarla. Se demora con diferentes zums en esa estatua solitaria y rota, habitante meditabundo de un jardín triste
en horas bajas. Se reconoce enseguida, es una estatua jánica, de rostros con
diferentes edades. Hasta ahí se llega y hay que parar para que no entre en
juego el filtro cultural. No es una imagen dialéctica que pondría
inevitablemente en marcha la maquinaria conceptual. Hay que prestar atención a
la insistencia en cómo la muestra: la cámara se acerca, pero no gira, no ofrece
los rostros de frente. Se queda entre ellos, es una imagen de perfil.
Ellos miran, pero no vemos su mirada. Al final de la película vuelve, ella sola,
acompañando los créditos de actores y actrices. Es la imagen de los entre
tiempos y espacios de la película, del autor, de los personajes.
viernes, 29 de diciembre de 2023
Neurocine
domingo, 24 de diciembre de 2023
lectura navideña
Todo en uno: thriller medieval en ásperas tierras de Burgos, imposible soltarlo de la mano con una copa de buen vino, humor que se cuela por las grietas de los viciosos monasterios, páginas del mejor castellano que se pueda leer hoy día, estructura narrativa muy lograda, meditación sin mucha melancolía sobre el paso del tiempo, siempre que se haya vivido un poco y bebido mucho.
domingo, 10 de diciembre de 2023
la burbuja de la tragedia
Dos potentes imágenes hibridan la mirada geológica con la social. En medio de una extensa pradera verde y llena de flores se abre una piel cuarteada y negruzca de la tierra en la que burbujea una materia oscura. Es un absceso que revienta y destruye el paisaje y la convivencia. Se ha enterrado la pipa, símbolo de la pérdida de las tradiciones y brota el petróleo que propiciará la aceleración de esa pérdida por la asimilación del consumo, la corrupción de las instituciones y la codicia del oro negro por los blancos. Las primeras imágenes de las praderas llenas de flores y la tierra corrompida de la burbuja de petróleo instalan a la película en una suerte de fatalidad visual.
La segunda imagen es un largo plano en picado en el que un coche diminuto recorre el nuevo paisaje de torres petrolíferas que se extienden hasta formar un bosque en el horizonte. El desarraigo de la tierra en forma de consumo desaforado lleva a una tragedia que es el reverso de la conquista del Oeste: los blancos viven de las migajas que dejan los Osage propietarios de las tierras, reservas en las que habían sido confinados, de las que se extrae el oro negro, trabajan para ellos mientras que ellos no trabajan. En medio de su opulencia, los Osage son una tribu en decadencia que se revuelve ante los asesinatos recordando sus mayores gestas pasadas. En el otro lado, los prejuicios raciales alientan la conspiración para desposeerlos, otra vez, de todo. En nombre de la civilización y de la Biblia. La tragedia del paisaje se traslada, por contraste, a la “banalidad del mal” de los personajes: la mirada de pillo de De Niro y el extraordinario ejercicio corporal que hace un obtuso DiCaprio en estado de gracia. Mollie representa la ingenuidad con carácter de un pueblo desvalido en su riqueza, de la que tampoco pueden disponer libremente sin consentimiento de sus “tutores”.
La película no adopta el tono esquemático de la denuncia, sino el más complejo de la memoria ante la evidencia de lo que “el rey” señala: todas las tragedias serán olvidadas. Y lo certifica el propio Scorsese en un cameo en que narra la muerte de Mollie por diabetes, sin que se hiciera en el obituario mención alguna a los asesinatos. Quizá lo más cruel, por vulgar, sea ese show radiofónico en que, tiempo más tarde, se dramatizan los acontecimientos. El olvido del entretenimiento. Ese ejercicio de memoria agridulce y no exento de humor tiene lugar desde una recreación de lo sucedido y la recopilación de imágenes en blanco y negro de lo que sucedió mediadas por una música Osage que atraviesa la película hasta la coreografía de la danza final. Un pegote buenista, concesión a los herederos de los Osage supervivientes.
sábado, 2 de diciembre de 2023
Varoufakis
Este libro es una obra maestra de estética política: No se prohíbe lo que nos atrae sino que nos atrae a lo que se nos prohíbe. Una jugada digna de su admirado Don Draper en Mad men. Ahora decididamente un sheriff feudal (sin techno) en Fargo. El estilo ameno y didáctico combina los géneros de la carta al padre, orígenes mitológicos de los dualismos tecnológicos en Hesíodo y escenarios de retrofuturo en Star Trek. Su alternativa al technofeudalismo está expuesta en una obra con apariencia de novela de ciencia ficción. No tiene miedo a las paradojas y lo que puede parecer una broma, su autocaracterización como "marxista libertario", no lo es: "nube siervos, nube proletarios del mundo, uníos".
En este contexto me ha llamado la atención algo, respecto a otros libros sobre nuevas tecnologías, llenos de jeremiadas respecto a la privacidad de sus autores supuestamente vejada por un algoritmo.Varoufakis no está tan preocupado por lo que conocen de nosotros como por lo que sacan de beneficio de conocer nuestra identidad digital sin que nos beneficiemos nosotros de ello. Un enfoque muy interesante: abandona el foco sobre la metafísica de la privacidad para centrarse en la injusta monetización de los datos, sin conocimiento, consentimiento y aprovechamiento de los clientes, siervos. Anima a pedir las hojas de reclamaciones.
lunes, 13 de noviembre de 2023
Oppenheimer mon amour
La entradilla admite variantes: es una extraordinaria película, a pesar de ser de Nolan, por ser de Nolan, no lo es por ser de Nolan. Algo de todo eso hay. Depende de las preferencias. Para quien le gusten las películas de Nolan encontrará aquí algunos ingredientes de las anteriores: misticismo barato sobre la luz negra, frases de blockbuster que nunca faltan (“el poder está en la sombra”), imágenes finales kitsch de apocalipsis nuclear integrado. Lo que no obsta para que sorprenda con el magnífico manejo de los tiempos en la preparación del estallido de la primera bomba atómica en Los Álamos, la sobriedad y renuncia a fuegos artificiales y explosiones cósmicas en su visionado. Ahí sí que se acerca al biopic, pero no nos engañemos. Nolan es Nolan. Si renuncia a los galimatías tipo Escher de Inception, no puede evitar que la película sea, una vez más, sobre sí mismo. Y la marca de la casa, la estética de sus blockbusters, es el romanticismo oscuro. Si adopta la forma de biopic, el caballero tiene que ser “oscuro” y sufridor. Vaya por delante que la fórmula suele tener un poder irresistible para el personal, mecido por débiles emociones contrapuestas y bien administradas, junto con un puntito, una pequeña dosis, de sublime, que le compensa el no entender casi nada de lo que está viendo.
La estructura narrativa de la película no
es lineal, sino circular, como era previsible en el enfoque del director. Decía
antes que no era un biopic en sentido estricto y menos si se compara con el
magnífico, en todos los sentidos, documental que ha salido este mismo año sobre
Oppenheimer. A Nolan no le interesan, por pedestres, los enfoques sociales,
políticos e incluso personales del tema. Lo que le interesa en ese contexto de
romanticismo oscuro es la dimensión mitológica del mismo.
Y así, desde el comienzo, oscilamos entre
Ozymandias y Prometeo. Ante la trucada Comisión se van mostrando los pedazos
gigantescos de la estatua del que se vio a sí mismo (siguiendo la tradición
india) como el “destructor de mundos” y, simultáneamente, se reconstruye para
el espectador la figura del “Prometeo americano”, padre de la bomba atómica,
que dio a sus compatriotas la posibilidad de ganar definitivamente la guerra
contra Japón. No deja de aparecer también como un “moderno” Prometeo, con todas
sus ambigüedades, víctima y verdugo a la vez. Muy propio del relativismo
posmoderno de Nolan al que le encantan los héroes del mal, pero sufridores. Este enfoque cuela con el
espectador, no con los obtusos militares y políticos estadounidenses que no
entienden muy bien por qué “Opi” quería tener la bomba atómica antes que los
nazis, arrojársela a los japoneses para acabar antes la guerra y ahora hace
melindres pacifistas frente a la carrera armamentística de la Unión Soviética. ¿Por
qué ahora en la guerra fría no le sigue valiendo el principio de la “violencia
razonable”? Por otra parte, “Opi” no condenó las matanzas de Hiroshima y
Nagasaki, aunque las deplora. Y es muy sintomático.
Godard tildó de pornografía emocional que
en Hiroshima mon amour Resnais hubiera puesto en primeros planos escenas
eróticas de la pareja y cuerpos destrozados de japoneses por la explosión
nuclear, equiparándolas icónicamente, amor y terror. Nolan ahorra estas últimas, pero mete, sin que venga a cuento, a Opi realizando un coito a capella
delante de la Comisión, no es un flashback sino en directo. Otro pellizco, en
forma de provocación visual, marca de la casa. No hay imágenes del genocidio,
tampoco se condenan, solo un tenue lamento, los efectos colaterales. Lo
que queda en la retina es un Prometeo americano traicionado y castigado por haber hecho
bien su trabajo y un poco cansado de la ingratitud de los seres humanos.
¿Verdugo? A estas alturas de la larga película no vamos a ponernos así,
dejémoslo en víctima… del destino, versión griega. Ese que acaba castigando a aquellos que lo
cumplen huyendo de él (yo no quería…). Solo le quedaría rematar, con Sartre, que el
infierno son los otros, es decir, los políticos. Nunca falla.
sábado, 28 de octubre de 2023
el arte (rentable) de meter miedo: del androide al algoritmo.
Cédric Durand concluye su muy interesante libro Tecnofeudalismo. Crítica de la economía digital:
" El futuro pertenece a la mano invisible de los algoritmos"
Quizá sería más responsable decir: el futuro pertenece a la mano visible de los seres humanos. Todo depende de nosotros. Mientras tanto, es más rentable hacer caja mediática con los imaginarios estéticos de las distopías tecnológicas. Un nuevo (cuántos ya) ciberpunk. De Dick ("el mal tiene rostro de metal") a Tolkien (un algoritmo para dominarlos a todos). Qué pesados son.
jueves, 26 de octubre de 2023
cine y literatura
"¿Para qué sirve el cine, si viene después de la literatura?"
(Godard. Pensar entre imágenes)
jueves, 19 de octubre de 2023
martes, 10 de octubre de 2023
La Balsa de la Medusa en serie
sábado, 7 de octubre de 2023
oler poder
" —Recuerda bien mis palabras. En el momento en que nuestros camaradas huelan el poder por primera vez, sacrificarán cualquier principio que puedan tener. Y aquellos de nosotros que decidan permanecer en la disidencia serán demonizados o, lo que es aún más probable, ridiculizados". (Yanis Varoufakis en Otra realidad, 2021)
miércoles, 27 de septiembre de 2023
lunes, 18 de septiembre de 2023
miércoles, 13 de septiembre de 2023
domingo, 10 de septiembre de 2023
No siempre
"En pocos momentos revisé el conjunto de
mi carrera, sobre todo cinematográfica. Racismo, pedofilia, canibalismo,
parricidio, tortura y barbarie: en menos de una década, había escogido la flor
y nata de la casi totalidad de los mercados rentables. De todas formas era
curioso, me dije una vez más, que a los medios cinematográficos les hubiera
parecido tan novedosa la alianza de la maldad y la risa; en la profesión
no debían leer mucho a Baudelaire”. (La posibilidad de una isla)
domingo, 3 de septiembre de 2023
El espejo mágico
( M. C. Escher. El espejo mágico. Litografía 1946)
«No deseo describir nada místico.
Lo que cierta gente llama misterioso, no es sino un engaño consciente o
inconsciente. Todo lo que he querido hacer es jugar un juego, apurar hasta las
heces ciertos pensamientos visuales, con la sola intención de investigar los
medios de representación pictórica. Todo lo que ofrezco en mis láminas son los
informes de mis descubrimientos». ( Palabras de M. C. Escher. Citadas en el libro de Bruno Ernst El espejo mágico, p.14).