miércoles, 7 de noviembre de 2007

Humanismo tecnológico

Rafael Casado, presidente de fiap, me propone la siguiente "minientrevista" con ocasión del evento "Ciberciudadanía y Derechos humanos. I Conferencia Internacional. Gobierno Electrónico y Nuevos Derechos Humanos".

1.- Vd. sostiene que los hombres “somos seres tecnológicos”. ¿Quiere esto decir que es necesario redefinir el concepto que hasta ahora teníamos del ser humano?

Sí. El hombre occidental ha tenido el aciago destino (fruto de su tradición platónico-cristiana) de verse a sí mismo desde fuera (lo que le gustaría o debería ser) olvidando lo que es. A ello ha contribuido decisivamente la cultura idealista (basada en dualismos como mente-cuerpo, verdad-ficción, real-virtual), que se prolonga en los idealismos digitales. No somos seres digitales, ni transhumanos, ni poshumanos, escasamente cyborgs, sino seres tecnológicos, es decir, humanos, o en camino de serlo.
Las NT son hoy día una oportunidad única, un factor decisivo de humanización, si somos capaces de pasar del “autismo interactivo” a la participación ciudadana.

2.- Habida cuenta de que los avances tecnológicos están diseñados y controlados, al final, por muy pocas manos, y que en su desarrollo priman los intereses económicos, ¿hasta qué punto es viable alguna suerte de humanismo tecnológico?

Todo depende de nosotros. El sujeto no son las tecnologías, sino nosotros mismos. Así que menos discursos sobre “el poder”, “el impacto”, “la democratización”....de las tecnologías, incluso con buenas intenciones, pero que, al fin y al cabo, son discursos de la exterioridad. A diferencia del siglo pasado estamos convencidos de que las tecnologías no cambiarán nuestras vidas, pero sí de que con ellas podemos cambiar nuestras vidas. El humanismo tecnológico sólo es posible si técnicos y pensadores trabajan juntos; si, a pesar de todos los controles, no sólo somos capaces de dar un uso distinto de las tecnologías, sino que creamos tecnologías distintas para los nuevos fines.

3.- “Las nuevas tecnologías están llenas de viejas metáforas”, dice. ¿Se trata de una treta del mercado que recurre a la fascinación de las palabras para evocar imaginarios ancestrales, y con ello hacer valer más sus productos, o de una seria incapacidad del hombre tecnológico para aprehender de verdad la nueva realidad?

Las dos cosas. De alguna manera, vivimos de vendernos y de vender a los demás. En sentido real y metafórico. Las metáforas son extensiones del conocimiento que revelan nuestro poder y nuestra impotencia. Creo que sigue siendo acertado el diagnóstico de que nuestra época se caracteriza por un “arcaísmo cultural y modernismo tecnológico”. No tenemos todavía una cultura de las nuevas tecnologías. Las metáforas son un instrumento de doble filo: podemos ampliar con ellas el conocimiento o pueden inducirnos a llevar una existencia metafórica. Creo que nuestro reto ahora es el de realizar lo virtual y no el de virtualizar lo real.

viernes, 2 de noviembre de 2007

EL GRAN HERMANO POSMODERNO


Las distopías del pasado siglo nos advirtieron sobre las formas modernas del poder ejercido de modo totalitario. Pero también lo hicieron, y suele pasarse por alto, sobre sus manifestaciones posmodernas. Las primeras se referían a su presente inmediato, las segundas al futuro que ya estamos viviendo. Ambas conviven ahora sin demasiados problemas.
Antes era más fácil reconocerlo en la palabra y los símbolos: su fuerza y agresividad invadían la existencia y nada escapaba a la atenta mirada que nos protegía de nosotros mismos. El Estado, ese gran Leviatán, empezó a mostrarse con rostro humano, un rostro hecho de todos, de los políticos, de los filósofos, una cabeza que reunía todas las cabezas, como la dibujara premonitoriamente Kubin. El poder iba de frente y la resistencia también.

Pero las estrategias del poder cambian, no así la finalidad de su ejercicio, y el GRAN HERMANO no quiere ya ser temido, sino amado. Lo sublime posmoderno ha mutado el antiguo terror en algo atractivo y delicioso. La grosera propaganda es ahora amable publicidad que lo invade todo, sin necesidad de guerras coloniales al viejo estilo. El poder es dialogante, se muestra cercano, hasta un poco débil y se deja querer. Está un poco apesadumbrado por la creciente desafección del ciudadano respecto a lo político, pero eso es un acicate más en el desempeño de su sacrificada misión.
Hay más libertad de expresión que nunca, y reconoce hasta los derechos humanos de cuarta generación, promueve las nuevas tecnologías para que todos digan algo y así pocos tengan algo que decir. Apoya al arte contemporáneo, que no molesta a casi nadie, y es un buen ejemplo de la clonación cultural de las diferencias. Y entonces, se pregunta el GRAN HERMANO, ¿para qué la clonación física, si ya tenemos la clonación cultural?

domingo, 28 de octubre de 2007

4. La extranjería. Camus y la solidaridad.


¿Cómo se puede vivir irónicamente (como si,no como si no) ante la certeza de la miseria de la vida y lo inevitable de la muerte?. La respuesta de Camus en La peste es la propia de una estética cognitiva, y se resume en una palabra que casi suena mejor en francés que en castellano: comprensión.
La cercanía esencial a las cosas y a los demás, que nos guiñan los ojos de manera cómplice, se traduce así: yo te comprendo. (Me llama mucho la atención que ahora se vuelva a esta palabra en la nueva estética francesa surgida de la crisis del arte contemporáneo).
“A los hombres nada se les regala, y lo poco que pueden conquistar lo pagan con muertes injustas. Pero la grandeza del hombre no está ahí. Está en su decisión de ser más fuerte que su condición. Y si su condición es injusta, sólo tiene una manera de superarla: ser justo él mismo”.
Con la misma lucidez que Camus, Schopenhauer había llegado a la conclusión de que es preciso negar la individualidad, fuente de todo deseo y dolor en la vida. Pero esa es la peor Nada. Es la autoironía de Houellebecq, pero no la de Camus. La ironía – que ya sirvió a los románticos para defenderse frente al infinito- permite ahora sobrevivir en una vida injusta. Más aún, es la voluntad de vivir como si pudiera hacerse la justicia en una sociedad injusta. Es la manera que el doctor Rieux tiene de ir robando victorias provisionales a la gran derrota final, por momentos aplazada.
En la ironía el hombre absurdo se rebela mediante la comprensión, la sensibilidad solidaria. El mundo sigue siendo opaco, la vida no cambia, pero es distinta si la puede ir poniendo adjetivos. Entonces Sísifo es feliz.

jueves, 25 de octubre de 2007

Schiller y las (per)versiones del alma bella

Para Schiller el alma bella tiene el instinto de la moralidad en la belleza.La cultura nos devolverá la armonía y la unidad con la naturaleza, salvándonos de la barbarie.

Para el grupo New Age de nombre "Schiller" la música es la obra de arte total, abarcando toda la existencia en un universo de imágenes visuales y sonoras que expresan la alegría de ser, signo distintivo del alma bella.

Esta alegría de ser se expande en un amor universal, cuya escritura sincopada no debe inducirnos al kitsch


El rapero Doppel-U ha expresado su admiración por Schiller con títulos como "Schiller war ein Killer" (Schiller fue un asesino), que debe ser entendido en la jerga actual del alma bella. Su homenaje al "Himno a la alegría" puede admirarse en esta versión de hip-hop.

lunes, 22 de octubre de 2007

El lado oscuro de lo sublime


En la Fundación Juan March de Madrid puede visitarse una magnífica exposición, La abstracción del paisaje. Del romanticismo nórdico al expresionismo abstracto. Ha sido concebida inspirándose en el libro sobre el mismo tema que tiene como autor a Robert Rosenblum. En un rincón de la sala puede verse un pequeño cuadro de Thomas Cole, El diablo arrojando al monje desde el precipicio. Es un dibujo a pluma con tinta marrón, sin fecha, probablemente una ilustración de la novela gótica El monje de Matthew G. Lewis. Pese a su reducido tamaño, llama la atención por la temática, aparentemente ajena en contenido y forma al curso de lo sublime en el tratamiento romántico del paisaje que se nos ha ido sugiriendo.


La muestra tiene un indudable valor pedagógico, reforzado por la edición de un excelente catálogo. Nos invita a seguir un camino, el de la abstracción, el devenir de ese concepto. Más que romántico es hegeliano: es el arte puesto en concepto, entendido como la historia de algo que se despliega espacialmente. Lo interesante de la exposición, lo que proporciona una visión distinta del romanticismo, no es sólo que ilustre las tesis de un libro original. Quizá, incluso, hasta esta perspectiva pudiera resultar errónea, pues corre el peligro de reducir el arte a literatura, o a filosofía del arte, de la que el romántico Schlegel decía que, o bien falta el arte, o falta la filosofía.

No. Lo interesante es la concepción nietzcheana de la historia que maneja Rosenblum, una historia para la vida que la hace siempre contemporánea. Ha sido la necesidad de entender el expresionismo abstracto contemporáneo lo que le ha llevado al romanticismo nórdico y no al revés. Toda una lección de cómo tratar el tema de la “actualidad” en la historia. Desde esta perspectiva, y ya que no se ha montado así, según esta lógica, mi consejo es que empiecen la visita de la exposición por el final. Sale otro romanticismo, el que piden también algunos artistas contemporáneos allí expuestos, y al que responde el cuadrito de Thomas Cole. Es el romanticismo negro.


Tomemos como ejemplo el cuadro de Max Ernst, Forêt et soleil. El bosque, oscuro, es un muro amenazante que no invita al espectador a adentrarse en él. El sol, de los muertos, es de un gris lechoso helador. Todo ello configura un escenario propicio al terror gótico. Mientras que en el romanticismo luminoso lo sublime del paisaje despierta el sentimiento y conocimiento de que la esencia de lo real es ideal, en este cuadro surrealista encontramos ecos del romanticismo negro: la esencia de lo real no es ideal (verdadero, bello, bueno) sino surreal. No hay una identidad con la naturaleza, sino un rechazo, que puede traducirse en una aniquilación. Y desde este cuadro volvemos al de Cole. Lo entendemos mejor.

Es el lado oscuro de lo sublime. No eleva, no sublima en la contemplación, sino que destruye. No es un paisaje humano, hecho a medida del hombre, sino demoníaco, pensado para su aniquilamiento. No hay melancolía ni consuelo. Tampoco se pinta el sentimiento de misteriosa identidad entre la naturaleza y el espíritu, presente en los otros cuadros románticos. Lo que aquí se celebra es el triunfo de lo elemental, el horror de su irrupción a escena. Ni siquiera el mal es el protagonista, es algo más fuerte y primigenio. La poderosa roca avanza cual cabeza de un monstruo que se adivina a la espera. La figura humana tampoco importa aquí, ni siquiera se puede hablar de la roca del diablo y sólo del diablo de la roca. Si no fuera por el título no encontraríamos un nombre, un hombre. Es el dibujo terroso de la pluma, no el óleo o la acuarela, quien perfila en un punto, en un momento, identidades destinadas a perderse en la nada. La naturaleza mata.