sábado, 10 de octubre de 2009

Nocilla Lab


…yo creo mucho en las casualidades,
un escritor llamado Allen Ginsberg, en la Norteamérica
de los años 40 escribió la siguiente frase a la edad de
17 años, «seré un genio de una u otra clase, probablemente
en literatura», pero también dijo, «soy un chico perdido,
errante, en busca de la matriz del amor». (Nocilla Lab).

Casualidades. Nocilla Lab está llena de ellas, especialmente de “las casualidades que genera la muerte”, como esa llamada comunicando la muerte de la gata y el encuentro de la palangana de la arena con sus excrementos, que hace de imagen sinestésica recurrente y cortocircuito en las relaciones de pareja. También sirven de pliegue espacio temporal entre el bar de Cerdeña y de las Azores, de los escenarios intercambiables entre Lisboa y Las Vegas. Igualmente casualidades de algo que recuerda a otra cosa, pero que no es ella, pero que no sería sin ella, de alguien que parece ser otro, y acaba siendo un yo que asesina a Agustín, de citas que explican lo que lee, pero que en realidad revelan cómo es leído desde ellas. En todo caso "pensamiento de segunda mano" (Luis Macías)

De entre todas las casualidades la cita de Ginsberg es la clave de una deriva, en el fondo sedentaria, que empieza en las noches blancas de Santiago de Compostela, continúa en el reposo medicado en un hotel de Tailandia y se prolonga en el ático luminoso de dos alturas, pero sin plantas, de Palma de Mallorca. Siempre acompañado por el ojo amigo de una pantalla de televisión sin sonido. Que también aparece como protagonista en la novela, pero ya al estilo de las reproducciones de las pantallas de televisión, en fotogramas granulados, de imágenes extáticas que llamamos “movidas” para expresar una identidad borrosa. Llenas de intervalos e interferencias, chirridos de tubo catódico asmático, que hay que mirar una y otra vez porque en esas imágenes se ha escrito también la novela. Son los textos pictóricos de la ausencia tecnológica.Pura literatura visual.



¿Novela? En todo caso postnovela. No sólo por la analogía con su libro reciente, Postpoesía, sino por algo más profundo, por la declarada matriz poética de toda su obra, aquello de donde viene, a lo que volverá, porque es lo que es, mejor, lo que hay: “el yo poético pincha una rueda y no lleva repuesto”. Y también porque Nocilla Lab se presenta, no como una búsqueda (no es el sentido de la deriva) sino como una sucesión de encuentros, de encontrar y ser encontrado, que llevan a una escritura semiautomática, sin pausas ni puntos, como la que retiene el aliento en la primera parte, al estilo de la espiral de los trastornados en Bernhard. Porque de eso va el libro, más que de autoficción, lo fácil, de disolución, lo inhóspito en la plenitud. En definitiva, de encontrarse cuando uno no sabe al final quién es. El reverso romántico del idealismo.

Desde esta perspectiva, la aparente circularidad del procedimiento bernhardiano deja paso en AFM a la imagen conceptual del "reverso". Así el libro sería la imagen poética del reverso, como reverso de la imagen poética es la película que lo acompaña. Libro y película son indisociables como expresión de ese “arte conceptual cálido”, de extrarradio, en que trabaja el llamado Agustín, como muy bien diagnostica Pere Joan. El PROYECTO resultante, con mayúsculas, resulta así muy atractivo: "generar un espacio inhóspito, una ruina", que es también el reverso desde el que se mira ahora el conjunto de las tres Nocillas. Una ruina no asociada a lo freudiano inquietante que emerge, tampoco a la descomposición y decadencia, o a la reversión smithsoniana de lo obsoleto.



Es cierto que en la novela y la película abundan gasolineras sin futuro, plataformas petrolíferas solitarias, infrahabitáculos pegados como roña a los márgenes de autopistas en el desierto. Pero esta otra ruina no es la contemplada sino su reverso, la que genera el autor en el momento de la plenitud misma. De modo que la entropía misma es la plenitud catastrófica de la utopía. La previsible autoficción queda matizada por el repetido interés a lo largo de su obra en las parejas que se separan precisamente cuando todo les va bien y, entonces, no antes, comienza la ruina del matrimonio. En este sentido, el contrapunto icónico de la cita de Gingsberg es la imagen de Monica Vitti en La aventura de Antonioni que aparece en la portada del libro. Una chica, con vaivenes de adolescente, que busca también la matriz de un amor que se le deshace entre las manos cuando precisamente cree haberlo encontrado.





Lo inhóspito y la ruina no generan espacios trágicos, siendo la otra clave de lo inhóspito en la obra el humor, presente en la cita de Antonio Vega, que marca su estrategia de creación: «creo en los fantasmas terribles de algún extraño lugar y en mis tonterías para hacer tu risa estallar” (“Lucha de gigantes”). Así se leen las aventuras y desventuras en la cárcel del yo, reconvertida en un hotel de agroturismo. También el tratamiento de lo sublime tecnológico en las anteriores entregas, como el cocinero de comida tecnológica. No otra cosa cabe esperar de un autor para el que –a diferencia del presocrático- no es el agua, sino la Coca-Cola, el principio de todas las cosas. Un brebaje que propicia, a decir suyo, una escritura amoral, remitiéndose a Goethe en cita de Morrissey: “La vida y el arte son dos cosas distintas, por algo una se llama vida y la otra arte”. Lo que le lleva a condenar el arte político. Aunque siempre queda la duda de si la cosa acabó así por no haber encontrado el joven Agustín aquella programación televisiva que buscaba inútilmente en Mundo Obrero.

Estamos, no ante el cierre de una trilogía, sino en un momento de su metamorfosis. A mi juicio, Nocilla Lab no sólo es la mejor de las tres sino que, sobre todo, es muy diferente a las otras. De ahí la posible extrañeza de los lectores ante un libro que mezcla texto, imágenes y comic en una deriva imprevisible a través de la postrera cita, demasiado evidente para ser cierta, como esas huellas hermenéuticas que el piel roja AFM va dejando para después, caminando sobre ellas, ir en dirección contraria. Quizá la clave de este proceder se encuentre en la atinada observación de Vicente Luis Mora relativa a que en la ciberliteratura los libros propiamente no se escriben sino que se diseñan. Es decir, que para leerlos en profundidad es preciso atender a su “versión extendida”.

La crítica habitual encontrará aquí sin problemas las razones biográficas y aún estilísticas de escrituras anteriores. Pero su versión extendida, el auténtico making of del PROYECTO NOCILLA, está en la película. Realizada con medios domésticos, que se detallan en los créditos, no obsta para que se presente en ella el PROYECTO con el gigantismo oscilante propio del estilo de las Majors. No es para menos. Aunque una fina ironía nos saca de la previsible iconografía kitsch del Daily Planet de Smalville para situarnos en el inquietante comienzo al estilo Cabeza borradora de Lynch. Por breves momentos. Luego vienen solapamientos melancólicos de la Mayor Kusanagi y Michi Panero, imágenes de contraste de la visita de Ike a Franco.






La impostada deriva situacionista a lo Debord queda aquí referida al paso gimnástico de Agustín. Uno de sus momentos culminantes es el instante Kubrick en que lanza sus deportivas al aire para colgarlas en el mítico árbol. El muchacho errante de Gingsberg se convierte en el Allie urbano de Jarmusch, que cuenta su historia uniendo los puntos al azar. ¿Buscar una historia en las Nocillas, en la película? ¿Por qué, si la vida misma no tiene argumento?.




Mi consejo es que se empiece a ver la película cuando hayan acabado los créditos, el momento en que la gente se levanta para abandonar la sala o ir a la nevera. Ahí comienza el making of del reverso, que sitúa el proyecto, no en una aparente desnortada autoficción, sino en el reverso de la atmósfera generosa de un empeño colectivo patente en las entrevistas clarificadoras de amigos que reflexionan sobre la (su) obra. Y que lo celebran como es debido, pues la ocasión lo merece.

sábado, 3 de octubre de 2009

viernes, 25 de septiembre de 2009

viernes, 18 de septiembre de 2009

sábado, 12 de septiembre de 2009

Sobre la muerte del autor

Yo había sido un buen frankfurtiano hasta que leí un libro sobre el surgimiento de la nueva izquierda que les confinaba a ser una empresa académica. Incluso daban fecha y circunstancia: el momento en que aquella estudiante exhibió sus pechos desnudos en la asamblea como argumento a un desconcertado y congestionado Adorno. ¡Yo he preconizado la revolución, pero no he dicho que fuera un revolucionario – explicaba el sudoroso mártir!. Lo dicho: un asunto académico. La empresa fue de mal en peor, aunque se observan algunos brotes verdes. No lograron reciclarse con inventos parecidos al de Sloterdijk, capaz de encontrar la piedra filosofal de una “izquierda heideggeriana”, un magnífico oxímoron.

Pero no quiero apalizar con un subgénero literario deleznable, el de aquellos que ironizan sobre una juventud llena de buenas intenciones desde una madurez repleta de cinismo. Esos libros sencillamente me repugnan. Y no menos cuando lo leo en blogs de queridos compañeros y admirados escritores.

Hay algo que no se puede negar y es el intento de aquel pensamiento negativo por estar a la altura de su tiempo. Su fallo consistió en su incapacidad programática para convertirse en positivo. Pero no sólo en el terreno de la acción, sino del pensamiento mismo. No basta con ser pesimistas teóricos y optimistas prácticos. El riesgo es muy grande: acabar convirtiéndose en araña hermenéutica que hinca el diente a todo lo que pasa por su tela.

Hay otro modelo de pensamiento negativo que parece instalado hoy en los más jóvenes, y es que cada vez que hablan de algo nuevo lo nombran con términos negativos tomados de la publicidad trasnochada de sus mayores, repitiendo la vieja cantinela de la muerte de…Pues de marketing, no de rigor intelectual, se trataba y se trata, señores. Así el tópico de la “muerte del autor”, algo comparable, por compañero, a la “muerte del sujeto”. Cuando el sobrevalorado Barthes hablaba de ella estaba en su auge el “cine de autor”, allí en su misma casa, o en la de al lado, como lo manifiesta con rendida admiración en su carta (magnífica, todo hay que decirlo) a Antonioni. ¿No estaría indicando más bien la necesaria muerte de la semiología para la imagen? ¿O poniendo en duda que deba existir algo así como una “narrativa audiovisual”? El propio Antonioni decía con sonrisa de conejo que para ser un director de la incomunicación comunicaba muy bien (a juzgar por los premios).

Normalmente, cuando se hace extensible la muerte del finado a la literatura, se suele acumular, en loable actividad de escarabajo pelotero, otro tópico: la muerte del “genio romántico”, un supuesto referente suyo. El creador aislado, solitario, pobre, que no se entera. ¿De qué romanticismo están hablando? Hölderlin escribía desolado que parece que sólo se leyeran entre ellos, pero era una queja, no un regodeo en su soledad. De hecho, escribían cartas, billetitos etc., sin parar ¿Hablamos de los novelistas románticos franceses, verdaderos águilas antecesores de la SGAE?

Ni ha habido ni hay muerte del autor. Más aún, desconfíen cuando les propongan una nueva modalidad del timo, el negocio de “creación colectiva”. Otra estrategia de marketing de autor. Lo que hay es la suma de esfuerzos individuales, de autores, más o menos enredados o enrizomados. Pero nada de sabiduría, alquimia de multitudes y cosas parecidas que venden algunos buhoneros digitales.

viernes, 11 de septiembre de 2009

lunes, 7 de septiembre de 2009

viernes, 4 de septiembre de 2009

abrazos



Imagen "pasadizo"




Con un abrazo para los amigos en el BLOG (con mayúsculas ) de Vicente Luis Mora.

lunes, 31 de agosto de 2009

literatura y política

“No hay una literatura comprometida. El concepto es una contradicción en sí. Hay hombres comprometidos, pero no escritores comprometidos. El concepto de “compromiso” es político […] El compromiso es, por tanto, un concepto no literario”.
Peter Handke. “La literatura es romántica” (1966).

lunes, 24 de agosto de 2009

sábado, 15 de agosto de 2009

tiempo,vida,historia




En el breve texto escrito en un trozo de servilleta de papel se replantea lo que nos han contado los filósofos sobre la relación entre tiempo, vida e historia. Es una de las aportaciones de las imágenes de tiempo lento. (Wenders. El estado de las cosas,1982)

lunes, 10 de agosto de 2009

Los sí-lugares

Llama la atención que aquellos que reclaman (con todo derecho) un pensamiento, una narrativa, e incluso una poesía, a la altura de nuestro tiempo tecnológico, sigan manteniendo como fetiches conceptos, metáforas e imágenes radicalmente obsoletas. Una de ellas es la del no-lugar. Su definición por negación tiene como referente algo que ya hizo crisis muchos años antes en estética y arquitectura: el lugar natural. ¿Son realmente no-lugares los aeropuertos, las estaciones, los túneles, las grandes superficies, los aparcamientos....? Si hasta los cristianos afirman que la vida es un tránsito.

miércoles, 22 de julio de 2009

viernes, 17 de julio de 2009

lunes, 13 de julio de 2009

La identidad (in)útil.

Leo en El Mundo de hoy que “El grupo de sabios de Castilla y León monta un foro sobre la “identidad útil” en septiembre”. Debajo aparece la foto acreditativa del “grupo de pensadores” padres y madres de la idea. Dadas las fechas parece una serpiente metafísica de verano. Sin embargo, se presenta como una de las tres actividades que bajo el prometedor nombre de Futuros se van a celebrar en ediciones sucesivas. Hay crisis económica pero no faltan alegrías culturales.

En la deshilvanada argumentación que aparece en la prensa se hace hincapié en el aspecto de utilidad, frente a otras identidades inútiles como afirman ser los discursos nacionalistas. En lenguaje políticamente correcto se deja la puerta abierta a todo tipo de diferencias culturales y geográficas, y de modo edificante se insiste en el talante positivo y constructivo de la idea. Bien es cierto que se nos ahorra la expresión cursi, habitual en foros similares, de la necesidad de concitar y aunar “sinergias”.

Lo verdaderamente inútil del foro es el propio nombre. A finales del siglo pasado, especialmente en los imaginarios de la cultura de las nuevas tecnologías, la identidad era un tema estrella en los debates. Pero se ha revelado como culturalmente obsoleto, personalmente regresivo y socialmente limitador. Por ello, el acento se desplazó de lo identitario a lo comunitario. Ahí está el futuro del debate. Y éste sí que hubiera sido un buen proyecto de interés ciudadano en una Comunidad, más allá de los partidos y de la cuestionable estructura administrativa: la Comunidad útil. Un título mejor para una buena iniciativa.

miércoles, 8 de julio de 2009

Tarkovski y los funerales de Michael Jackson

De vez en cuando algún incauto me pregunta, más que nada por cumplir, que en qué trabajo. Grave error, es como interesarse por la salud de un pensionista. Antes de que inicie la huida suelo contestarle que en estéticas cognitivas. Como suena raro, y hasta casi una perversión, le confundo más diciéndole que la estética no es más que una peculiar sensibilidad para nuestro tiempo, vamos, algo así como una forma de ser para saber estar.

Aprovechando que no se recupera le espeto que el conocimiento que busca la estética está basado en la percepción, en una síntesis de sentimiento y entendimiento. Lo que da como resultado un pensamiento en imágenes, es decir, un pensamiento corporal de objetos.

Como veo hacerse algo de luz en sus ojos le fulmino conminándole a que no nos confunda con los esteticistas. No me refiero a las respetables tiendas de belleza y centros fitness, sino a los agentes comerciales de distinto signo: políticos, religiosos, publicitarios en general. Sólo en ellos está unido indisolublemente lo estético y lo ético por criterios de mercado. Frente a ello insisto en la necesidad de elaborar criterios icónicos de responsabilidad estética. La pregunta del millón es en qué consisten esos criterios icónicos. Es muy fácil la respuesta, con los ejemplos siempre por delante.

Estamos asistiendo estos días a una auténtica corrupción mediática de mayores y menores. No me refiero a los escándalos políticos de distinto signo convertidos en arma arrojadiza, sino a todo el tiberio pornográfico montado con ocasión de la muerte y funerales de Michael Jackson. Descanse en paz. No es el primero, pero sí alcanza dimensiones colosales. Lo que debiera haberse celebrado en la intimidad familiar e incluso la clandestinidad, habida cuenta de la catadura moral del sujeto, se convierte en un circo mediático por la convergencia de intereses de distinto signo. Y ahí lo modélico (estético) se vende en el mismo pack con lo ejemplar (ciudadano). ¡Era el Rey! ¡Admirable educación para la ciudadanía! Ya pueden desgañitarse luego los educadores en las aulas.

En el aparente otro extremo de polución esteticista uno intenta por obligación volver a ver una película de Tarkovsky, Nostalghia. Tarea difícil. Por un lado, las apropiaciones de Comunión y Liberación, New Age y similares edificantes, por otro, el cineasta enfadado repitiendo por enésima vez que él no es religioso, menos romántico, no busca símbolos en sus películas y, sobre todo, que está en contra de toda interpretación conceptual de su obra, que sus imágenes deben percibirse, no entenderse. Y, sin embargo… En fin, esto de la estética cognitiva se está convirtiendo cada vez más en tarea de alto riesgo.

lunes, 6 de julio de 2009

Postpoesía


El libro de Agustín Fernández Mallo puede leerse como una poética de la propia obra, en la que la estética y la creación, como no podía ser hoy de otra manera, van estrechamente unidas, se retroalimentan. También como un manifiesto generacional, en el que se reclama un cambio para la poesía que, a juicio del autor, ya ha tenido lugar en otros ámbitos de la cultura. Los manifiestos suscitan adhesiones y rechazos, tanto más deshilvanados y vehementes cuanto mayor es la densidad de su destinatario (como es el caso), oculta a veces en el tópico de la ruptura y el parricidio hermenéutico. No me parece ser éste el sentido primordial del libro, y aún más de la obra de Fernández Mallo, un raro ejemplo de aquello que Rohmer recomendaba a propósito del cine: para hacer algo no hace falta destruir al vecino, basta con construir al lado. En efecto, siguiendo con buen criterio el talante de Rorty y de los pragmatistas en general, lo que Fernández Mallo ha construido es una casa pragmática.

En la necesidad de considerar a la poesía y a la ciencia como un arte, apoyada con numerosos ejemplos, hay algo más que un ejercicio pirotécnico de ingenio, late algo más profundo que la consabida demanda de transversalidad en la cultura, más incluso que la petición bienintencionada de una Tercera Cultura. Me atrevería a decir que se trata nada menos que de dar un nuevo sentido a la llamada Primera Cultura o, mejor, a la cultura tout court. En ello andan metidos, desde perspectivas diferentes pero complementarias, otros miembros de la red: nocillas, afterpop, pangeicos y mutantes.

Estamos ante una peculiar “estética del límite”, de carácter más lúdico que dialéctico, del usar y tirar, de apropiarse y evacuar, donde importa más el hardware que el software, en definitiva, algo transitorio y transitivo, tan necesario como el banner que nos permite estar al corriente de nuestro tiempo. Pero, no se confundan, si Fernández Mallo afirma que la postpoesía no es nada es porque ella no renuncia a nada y se define, como Dios, por lo que no es. No vayan a buscarla al centro sino a los extrarradios. Allí la encontrarán como un chicle pegado a cualquiera de las ruinas modernas tan cercanas al autor.

domingo, 5 de julio de 2009