Estas palabras son, como ya se habrá comprobado a estas alturas, las de un resentido que, después de haber perdido (la) vista durante años leyendo a Martin Heidegger (aunque sin contraer cáncer como dijeron de Rorty) había desarrollado, además, una querencia mística por las cabañas, por la Heidegger en particular, la famosa Hütte, de la que he comentado sus características técnicas en otro post. Antes de saber que la filosofía era cosa de Juego de tronos (antes de ser profesores) la gente normal, poco resabiada, teníamos nuestra temporada Heidi en la que, bajo la supervisión algo adusta del abuelito Nietzsche, nos corríamos unas aventuras ontológicas por las montañas del Ser inenarrables...en el pleno sentido de la palabra. Después de ver esta película me reconcome la incertidumbre de a saber qué estaría maquinando don Martín cuando pasaba largas temporadas en ella, a solas con el Ser y el Tiempo, las ideas volviéndose cada vez más pardas...Una alusión a la dichosa cabaña por uno de los pensadores que más admiro en España, Eloy Fernández Porta, durante la defensa de su increíble tesis doctoral el pasado viernes en Barcelona, ha acabado por hundirme en la miseria, aunque con el grato recuerdo de lo aprendido y disfrutado entre amigos.
Vamos a lo nuestro. Recomiendo un visionado adánico de la película dejando para más tarde el ilustrado. Algo así como la experiencia de Wang Bing cuando, sin entender una palabra de inglés, la vio en el festival de Lisboa y le gustó mucho, explicando que le bastan las imágenes y no necesita las palabras para entender una película. En el próximo libro haré un enlace entre ambos.
[Antes de seguir, agito mi pañuelo de socorro como el náufrago de la Balsa de la Medusa ahí arriba rogando que, si algún cineherido sabe cómo puedo conseguir la última película de Wang Bing Til madness do us part, me lo haga saber pues lo he intentado casi todo y el libro está paralizado a falta de ella].
Es necesaria esta inverosímil postura adánica porque la estructura de la película nos encamina a una experiencia estética singular. Efectivamente, sus dos horas están divididas en solo cuatro planos del mismo motivo, cada uno en torno a la media hora de duración. Y, a su vez, la voz monótona, casi robótica, de Benning va desgranando en ellos durante quince minutos frases de los diarios, declaraciones y el manifiesto del Unabomber. El resto es silencio, continuando el plano fijo del paisaje en diferentes estaciones no secuenciales. De un total de esas dos horas en casi una no se oyen palabras, no pasa nada, aparentemente. Una tragedia para quienes solo atienden, y supuestamente entienden, si les hablan. ¿Cine lento? No existe, solo gente lenta que habla de cine lento. Esto es otra cosa.
Toda la empatía que genera el paisaje familiar, no de Selva Negra, se va desvaneciendo paulatinamente conforme empieza a oirse la voz. En su engañosa quietud se abre paso la insania: recuento de cuántos cartuchos ha disparado, ardillas, conejos, coyotes muertos, detalles de la carnicería, vísceras de un puercoespín devoradas con delectación, una ardilla preñada con cuatro fetos de dimensiones que precisa minuciosamente y que van a parar a la sopa...poco a poco se va conformando la imagen de un depredador solitario. Y, mientras, va calando la tierna e insensata belleza del paisaje que no cambia, que alberga indiferente a esa fiera. Todo sigue igual, pero la placidez ha desaparecido sustituida por el interés ¿Qué vendrá luego? No es una demanda de acción. Desde el 19:00 silencio, ya no se oye nada de lo otro, y entonces afloran los tenues sonidos, casi rumores de difícil identificación, muy levemente se advierte el paso de las nubes que se deshilachan en el pico, algunas gotas caen presurosas. La experiencia singular del plano es un mirada hipnotizada que está ya junto a él, no espera nada, no se impacienta, no está inmersa, porque sabe, pero tampoco fuera, sino que se limita a estar entre. Es un pensamiento no objetivador.
Cuando después de un corte (no fundido) en negro se anuncia el otoño, el color de algunas hojas se ha vuelto rojizo, el verde de otras se torna en envés de blanco sucio, hay humo en la chimenea de la cabaña, las nubes se adensan en el pico. Apenas sorprende que la voz comience a desgranar sus "delitos", las perrerías antitecnológicas de llenar el depósito de azucar a coches y motores de la mina cercana, la preparación de trampas para asesinar a la gente, atentados con paquetes. En 43:15 deja de hablar. ¿Retorno a la naturaleza? No, algo ha cambiado definitivamente. Observamos discontinuidades en el humo que aparece abruptamente y desaparece de la misma manera, los sonidos se hacen más perceptibles convirtiéndose en ruidos, hay una fractura en el tiempo de las cosas.
Esa fractura se hace más evidente en el resto de las estaciones. Winter is coming.
Los delitos aumentan, la narración se vuelve premiosa en la exposición de las motivaciones, recuento de éxitos y fracasos, muestras extemporáneas de reparos en los daños colaterales, exhibición de hipersensibilidad personal e insensibilidad social. En 1:18 se calla. Ya era hora. Nieva con una cierta regularidad, se aclara el panorama. Las experiencias de los tiempos político y atmosférico se han fundido. Cuando llega el verano y se expone el manifiesto esa experiencia se hace cada vez más evidente. No en las palabras sino en las imágenes. Es el 1:43, comienza el estudio sutil de la luz menguante, del sol poniente entre los árboles, hasta llegar al límite de una oscuridad que no concluye, que sigue, que nos persigue. La lección icónica de estética política impartida por Benning ha finalizado, de momento.