Si uno lee estas frases de textura clerical-policial en un periódico (antes de referencia y ahora de
decadencia) inevitablemente el cerebro acciona el meme de sustitución de
móviles por drogas. No hay escapatoria, eres, somos adictos por usar un móvil:
el uso conlleva el abuso. En la tradición judeo-platónico-cristiana de la culpabilidad
por existir este tipo de anuncios que la hace extensible a lo que tienes y
haces son muy populares. ¿Para qué pararse a pensar en que aplicaciones del
móvil están salvando la distancia entre las familias sin cuantiosas facturas
telefónicas por medio, que los torpes dedos de un anciano son capaces todavía
de rebajar la soledad cuando teclean el número del nieto en posturas difíciles,
que….? Minucias
Imágenes de adolescentes con riesgo de ser atropellados al
cruzar la calle, ensimismados con su móvil, riendo, gesticulando y hablando a
la nada, niños pateando el suelo y soltando espumarajos por la boca, con
síndrome de abstinencia, al ser privados durante un rato por sus inconscientes
padres del adictivo aparato…todo esto y mucho más viene a la mente reforzando la distopía. En los años noventa aterrorizaban a la gente con relatos de madres que se habían olvidado de dar de mamar a sus hijos por estar con el ordenador.
Si el que lo lee tiene una cierta edad siente que vuelve el
coñazo del periodismo (que no la literatura, Burroughs) ochentero de las
tecnologías (especialmente las imágenes) como drogas; si tiene otra,
probablemente no sepa de qué está hablando y se pregunte qué toma ese señor tan
atacado de los nervios que ve fantasmas por todas partes. En todo caso, adicto
será usted.
Desde este blog, y a lo largo de los años, vengo llamando la atención sobre lo nocivos que son muchos artículos publicados en El País para la educación en y con las NNTT: propagandistas de entonces y arrepentidos de ahora advierten de los daños irreparables que Google produce en el cerebro, de robots que quitan empleos (antes quitaban identidades), de gente que pasa su vida en la pantalla por adicción, más que de gente que pasa su vida con la pantalla, por trabajo. A ellos se suman los intelectuales de viejo cuño que no se sienten a gusto con unas NNTT que no controlan y, aunque reconocen (y vive Dios que les cuesta) que no todo es malo en ellas, desgranan con placer sus múltiples riesgos (no mayores que en otros ámbitos) en lugar de contribuir a un uso responsable de las mismas en la educación.
Desde este blog, y a lo largo de los años, vengo llamando la atención sobre lo nocivos que son muchos artículos publicados en El País para la educación en y con las NNTT: propagandistas de entonces y arrepentidos de ahora advierten de los daños irreparables que Google produce en el cerebro, de robots que quitan empleos (antes quitaban identidades), de gente que pasa su vida en la pantalla por adicción, más que de gente que pasa su vida con la pantalla, por trabajo. A ellos se suman los intelectuales de viejo cuño que no se sienten a gusto con unas NNTT que no controlan y, aunque reconocen (y vive Dios que les cuesta) que no todo es malo en ellas, desgranan con placer sus múltiples riesgos (no mayores que en otros ámbitos) en lugar de contribuir a un uso responsable de las mismas en la educación.
Estos artículos son tan vintage que ni siquiera ha cambiado el
escenario: Silicon Valley, la costa Oeste de California; la ideología neocon que Sontag caracterizó como la imaginación de lo peor; tampoco la terminología (made in Negroponte), “gurús
digitales”, propia de las metáforas digitales que digitalizaban la existencia entonces aumentando la confusión por fusión, tales como “ciudadanía digital”,
“democracia digital” y hasta “humanidades digitales”, sandeces esencialistas
que ponen mucho todavía al personal y alivian la responsabilidad para con las NNTT. Esas sí que son adicciones, literalmente.