lunes, 30 de enero de 2023
domingo, 22 de enero de 2023
Arte y tecnología
Lo interesante del libro son las
diversas metamorfosis de la palabra “estética” por sus desplazamientos:
sentimiento, propiedad de los sujetos, creación de “objetos estéticos” por
parte de las máquinas, sin (aparente) intervención humana. A esto último, al
hacer de las máquinas y sus productos "estéticos", es a lo que en último término
llamarían los autores “estética artificial”, lo que plantea no solo los consabidos
problemas en torno a la creatividad sino, sobre todo, de autoría. Incluso,
llegan a concluir, se cuestionaría la necesidad y la misma noción de “humano”
al final del proceso. Como se puede ver, el recorrido es muy largo y hay
momentos en que las diversas acepciones de la palabra “estética” tienden a
solaparse. Del sentir al hacer, la dimensión teórica y reflexiva es aquí
reemplazada por el algoritmo programado y su desarrollo, incluso lindando a la
emancipación final. Lo biológico de las redes neuronales se muta en cultural
como estilo. El estilo sería como el ADN de la obra, una vez escaneada en alta
resolución y analizada minuciosamente pixel a pixel.
Aunque todo aparece bajo el paraguas conceptual
de Arte y Tecnología, en la “Estética artificial” se ve claramente que la
palabra “Estética” no es sinónimo de “Arte”, aunque los autores siguen todavía
con su asimilación a la belleza. Su ámbito de actuación es mucho más amplio. En
efecto, una IA puede establecer, según los autores, pautas, patrones, de “preferencias estéticas”
cuando se toman “decisiones estéticas” sobre “objetos estéticos” para crear
unos nuevos. Y no solo eso, sino que permitiría, dicen, establecer los
“principios” que subyacen a ellas. El estilo.
Curiosamente, estas expresiones ya
revelan una visión no contemplativa de la estética, tampoco se refieren mucho
al juicio estético, sino a la acción, a la decisión. No busquen en este libro
nada sobre la figura obsoleta del “espectador” presente todavía en la estética
rancia. Tampoco la tradicional postura kantiana de que no hay, en rigor,
objetos estéticos, que lo estético no es una propiedad de los objetos, sino un
sentimiento de los sujetos originado por la representación de los objetos.
Y si lo primero, la pauta de las
preferencias, puede tener interés para la industria cultural, lo segundo, el
sentimiento, lleva a los autores a un terreno en el que, como anuncian en la
publicidad de la presentación del cuadro, se “desdibujan las fronteras entre
Arte y Tecnología”. En una entrada anterior se planteaba el tema que viene ya
desde el romanticismo: si se experimenta una emoción, un sentimiento, causado
por una obra generada por IA, qué más da que haya sido generado por un
algoritmo. Lo que importa es el resultado.
Esto se acentúa cuando se aplica el
test de Turing, modificado, y no se sabe o se confunde la autoría. Aquí traen
los autores una cita luminosa de Wittgenstein sobre el test de Turing: no
revela lo que hay de humano en la máquina, sino, más bien, lo que hay de máquina
en lo humano. Y así concluyen que “esos algoritmos pueden identificar
cualidades estéticas en los objetos y preferencias en los sujetos de las que no
son conscientes, pero que se manifiestan en su conducta apreciativa”. Este
punto es importante, ya que pone en cuestión conceptos tradicionales tan
relevantes como la intencionalidad y la conciencia.
El libro se coloca en el límite puesto que va del “aumento” de las capacidades humanas, en la línea de las tecnologías
como “extensiones” del cuerpo, a que puedan “aprender” de las preferencias
estéticas humanas, más allá de las que son conscientes y generen nuevos
artefactos estéticos. Y, dando un paso más, Arielly afirma que “si un proceso
simple, no humano, puede generar un objeto estético, tal vez estemos dando
excesivo peso a la noción de “humano””. Incluyendo, apostilla, a la
intencionalidad y la conciencia.
Se puede observar cómo de las relaciones entre arte y tecnología se da aquí un paso, con todas las cautelas, a plantear la relación entre ser humano y tecnología, como algo externo, por independizado, a él. Vuelven los fantasmas del trans y post humanismo de los años 80 del siglo pasado en la ciencia ficción. El punto crítico de la cita está en las palabras “humano” y “objeto estético”. En realidad, al comienzo del proceso de programación y producción está siempre el ser humano y también en la apreciación del resultado, para poder hablar de “objeto estético”. El que sea diferente en cada caso no quiere decir que no lo esté. Hablar, pues, de “estética artificial” me parece una mala metáfora, cuando no un oxímoron. Esa es una fusión por simplificación de unos términos que lleva a la confusión tras la buena intención inicial del replantear las relaciones entre arte y tecnología. No hay una frontera entre ser humano y tecnología, ya que somos seres tecnológicos, las tecnologías forman parte de nosotros mismos, luego tampoco hay que borrar fronteras que no es necesario poner. La “Estética de las nuevas tecnologías” no es, pues, una estética artificial.
miércoles, 18 de enero de 2023
domingo, 15 de enero de 2023
Un título esteticista para una amontonada exposición
Estos días puede verse una exposición de
fotografía en la Fundación Juan March con el título Detente, instante y
el subtítulo Una historia de la fotografía.
En la página web se lee dirigido al
futuro visitante.
“Descubrirá también muchas imágenes –unas
célebres, otras sorprendentemente desconocidas– ante las que correr el riesgo
de detener el instante, como deseó Fausto, y dejar que la mirada se llene para
siempre”.
En el folleto de mano:
“Además de la edad y de la diversidad de
las obras reunidas aquí, tras todas ellas hubo artífices que lograron lo que
Goethe hizo desear a su Fausto: detener un instante y preservarlo para siempre”.
Desde hace tiempo me ha sorprendido la
tendencia a poner títulos esteticistas a las exposiciones de arte, lo que
confunde sin aportar información sobre aquello que debería introducir. En este
caso, el subtítulo, Una historia de la fotografía, lo remedia y hubiera
sido suficiente con él. A la manipulación emocional del esteticismo se une,
además, la inútil erudición, que suele acompañar a ese tipo de títulos en los
textos explicativos. No solo confunden sino que, a veces, se confunden. La cita
de Goethe a la que se acogen como criterio de autoridad recomienda todo lo
contrario de lo que pretenden. Ni Fausto ni Goethe desean detener el instante.
«Fausto.– ¡Choquen nuestras manos! Si un día
le digo al instante: “¡Detente!, ¡eres tan bello!”, puedes entonces cargarme de
cadenas, entonces consentiré gustoso en morir. Entonces puede doblar la fúnebre
campana; entonces quedas eximido de tu servicio; puede pararse el reloj, caer
la manecilla y finir el tiempo para mí».
No estoy de acuerdo con que la fotografía
sea tiempo detenido. Pero no voy a entrar ahora en ello. Lo relevante de la
cita es la apuesta que Fausto hace con Mefistófeles en el Fausto de
Goethe: si alguna vez quiere detener el instante, entonces puede quedarse con
su alma y morirá. Intentar detener el instante es entregar el alma al diablo. Detener el tiempo, el instante, es morir, todo lo contrario
del impulso fáustico en Goethe, dejar correr el tiempo, la sucesión, vivir.
El día de mi visita había un numeroso, animoso,
contingente del IMSERSO, espero que no hicieran caso de la sugerencia de
detener su instante contemplando las fotografías.