sábado, 26 de febrero de 2022
Fritz Lang y el expresionismo más una imagen
martes, 15 de febrero de 2022
Belfast 3
sábado, 12 de febrero de 2022
domingo, 6 de febrero de 2022
Belfast 2
Es necesaria, más que nunca, una crítica de la imagen,
tener criterios, saber distinguir. Por ejemplo, con una película reciente, Belfast.
En principio podría ser catalogada en el subgénero de “películas con niño”.
Estas suelen despertar buenos sentimientos. Y mira por donde es lo que sucede
en esta película que despierta malos pensamientos en algunos precisamente por
ello. No es suficientemente ideológica. Ha sido catalogada como “feel good movie”, una treta para obtener premios y obviar
el fondo de la tragedia de Belfast. La clave parecería estar en el texto de Godard, ya que se muestran en primer plano imágenes de la cara inocente del niño
y de los atentados en Belfast, excesivas imágenes de sus momentos de
felicidad y pocas de los sufrimientos de la población por causa de la violencia
ambiente. Habría, pues, una cierta “amoralidad” porque unas desactivarían a otras, una manipulación emocional.
Los prejuicios nublan con frecuencia el juicio. Si
aparece en uno de los planos la fecha “Belfast 15 de agosto de 1969” ya se sabe de antemano
cuáles deberían ser las imágenes adecuadas para que la película fuera como
debe ser, es decir, refleje lo que es, entendido como debería ser. Es una forma de operar de los “críticos” muy
frecuente en todos los ámbitos: cuando juzgan trabajos de otros no se centran
tanto en lo que han hecho como en lo que deberían haber hecho dejándolos
ninguneados, aunque camuflen su inoportunidad bajo la forma de solo son “sugerencias”.
Cuando se trata de “mirar” en cine es preciso tener en cuenta, por un ejercicio
mínimo de responsabilidad icónica, la
mirada de los otros, entre ellos la del director y los personajes. El contraste entre el ayer y el hoy ya aparece en los primeros planos de la película:
Una de las cosas que más me sorprenden y gustan de ciertas películas actuales es que, con frecuencia, el director intenta situarse en la mirada de sus personajes más que en la suya propia. Ya lo analicé en un post sobre la serie Babylon Berlin. La perspectiva cambia completamente. Y la atención a la mirada en esta película es decisiva porque pretende ser, aunque no únicamente, la mirada de un niño contada años después. No la de un adulto que sabe lo que pasó antes, está pasando y pasará luego. La mirada de este niño es la mirada del estar a cada momento. Puede discutirse si lo ha logrado o no, pero no se puede obviar la perspectiva. Esto se hace patente en la secuencia, no de un plano, sino de varios que se presentan al comienzo de la película: la cámara en un movimiento de roll gira 360 grados alrededor de la cabeza del niño, mostrando sus estados cambiantes de ánimo ante lo que está viendo.
jueves, 3 de febrero de 2022
Belfast 1
“En el fondo, lo que me resulta chocante en Hiroshima
es que las imágenes de la pareja
haciendo el amor en los primeros planos me dan miedo por la misma razón que las
de las llagas (igualmente en primeros planos) ocasionadas por la bomba atómica.
Hay algo, ya no de inmoral, sino de amoral, en mostrar así el amor o el horror
con los mismos primeros planos” (Godard).
Ambas imágenes, las del erotismo y el horror, son
estéticamente muy potentes y destaca su fuerza sobre otra consideración. Según
Schiller, Godard tendría razón aunque se sintiera incómodo: la fuerza estética (cuando
la hay) no tiene nada que ver con la moralidad y, de hecho, prevalece sobre
ella. Son dos esferas distintas, aunque relacionadas. Y, sin embargo… Queda una
profunda desazón porque falta algo. Falta una responsabilidad estética en el uso
de las imágenes y esta se refiere, en este caso, a si estamos o no ante una
manipulación emocional utilizando los mismos recursos estilísticos como son los
primeros planos. Godard cree que sí. Probablemente, los neurocientíficos con sus
células espejo dirían que también. En los primerísimos planos se potencia un
proceso biológico identificatorio (de identificar e identificarse) inconsciente
que debe ser tenido en cuenta. Es independiente de las intenciones del creador
y del receptor. Se trata del rasgo biológico inintencional de las imágenes al
que se suma el cultural del simbolismo adherido a ellas como memes a lo
largo del tiempo.
No estaríamos, pues, de una provocación más en el caso de
Godard (que posiblemente también) sino de la expresión de un malestar por una
falta de responsabilidad con la imagen cuando esta se manipula emocionalmente
sean cuales sean las intenciones. Y las de Resnais no podían ser mejores al
igual que las de su Noche y niebla sobre el Holocausto, también
criticada por Farocki por manipuladora. ¿Está justificada la manipulación
emocional de y con las imágenes? Colocada en la misma secuencia y con el mismo
tipo de plano una imagen erótica y otra de sufrimiento extremo esta última
queda neutralizada, a juicio de Godard, ahogada en una pornografía emocional
que califica de “amoral”. Lo mismo sucede con los primeros planos de la mano
atrofiada y retorcida consecuencia de la radiación nuclear y de la que acaricia
morosamente la espalda de los amantes. La película de Resnais pertenece a la
nouvelle vague, el cine literario por excelencia, imagen y texto se
retroalimentan. El problema es cuando el texto dice una cosa y la imagen la
contraria aunque se pretenda la armonía. Sucede con mucha frecuencia.
Esa manipulación emocional está a la orden del día en otros
tipos de planos y con una intención moralizante. Decía Win Wenders: “no se
pueden soltar sermones desde la pantalla”. Es inútil: hay cierta clase de
público que necesita su dosis de sermón icónico para sentirse bien sintiéndose
mal, ese “horror delicioso” del que hablaba Burke. Y donde hay demanda hay
mercado. Solo así se entiende que El cuento de la criada se alargue sin
ahogarse en el tedio estético por su falta de calidad después de los primeros
capítulos. Hay una verdadera necesidad de moralina, lo que no significa que esa
necesidad sea verdadera. ¿En qué sentido?
La filosofía podría aportar mucho desenmascarando la
falacia naturalista de confundir el “es” con el “debe” en materia de imágenes,
una de las fuentes de la manipulación emocional, de la necesidad de impartir
doctrina con imágenes. Máxime cuando esto puede llevar a un nihilismo no pretendido.
Recuérdese la caracterización del nihilista según Nietzsche: es alguien que
piensa que el mundo tal como es no debería existir y que el mundo tal como
debería ser no existe. Si sumamos Hume a Nietzsche entonces nos encontramos con
que no hay imágenes de lo que no debería haber aunque lo haya. Es una falta de responsabilidad icónica, de hacer visible lo visible. Son las imágenes
que faltan como aquellas a las que alude el título de la obra de Rithy Panh, sepultadas,
desaparecidas en las otras, ignoradas, escondidas. El idealista-nihilista
consumado lo tiene claro: la esencia de lo real es lo (el) ideal.
Dejo estas imágenes de Belfast como enlace para el
siguiente post: