lunes, 3 de septiembre de 2012

viernes, 24 de agosto de 2012

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martes, 21 de agosto de 2012

Prometheus



Salí de la película mudo de asombro sin saber qué decir. Delante de un cuadro evito, si puedo, al crítico, y busco, si hay suerte, el making of del artista. No suele defraudar. Recuerden aquel festival de los DVD en la versión extendida de El Señor de los anillos. Ahora hay una diferencia decisiva respecto a intentos anteriores: el 3D. Nos permite realizar el viejo sueño del espectador desde Velázquez: circular entre las imágenes. Con todas las limitaciones que se quiera. Falta aún la tecnología que nos ayude a experimentar lo que me ha pasmado leer en las cartas de Van Gogh de su cuadro Los comedores de patatas: huele mal. La crítica académica suele perfumar los cuadros. Algo de ello he sentido cuando se inspira en él  Bela Tarr para su maravilloso El caballo de Turín. Nos falta todavía la tecnología para saber sentir estas creaciones de atmósferas.

Prometheus es, ante todo, un festival de imágenes audiovisuales. Gracias a ello se convierte más en una película espacial que temporal. Desde ese punto de vista me parece una película excelente, que ha sabido prolongar la estética Giger, sin demasiadas alusiones explícitas que la reduzcan al papel de precuela. Esta condición eminentemente audiovisual, técnica, establece una diferencia con otras películas de ciencia ficción basadas en novelas de la segunda mitad del siglo XX, algunas de las cuales todavía se han estrenado en este siglo. Abuso generalizado de los efectos especiales y de las frases trascendentales (viene a ser lo mismo) eran algunas de sus características. No exclusivas, como puede comprobarse por las poluciones de autoayuda del Batman en horas bajas de Nolan o las especulaciones estomagantes de Spielberg, fruto de su debilidad (malsana) por la infancia.

 Lo de menos en esta es el guión, con incoherencias dignas de Lost, posiblemente debidas a a la inestimable contribución de Lindelof. Ya se sabe que cuando un relato empieza a no tener ni pies ni cabeza se dice que responde algunas preguntas y abre muchos otros interrogantes. Tampoco empalaga mucho la carga pseudometafísica a cargo de unos científicos con síndrome de ET agravado en  niño de IA. Apenas unas reflexiones infantiloides sobre el creacionismo para contentar a la clientela USA: Prometeo nos creó, pero (atentos) ¿quién creó a Prometeo?. Hay también una exhibición repetida de la cruz que la hará digna de ser incluida en la remozada asignatura de Educación para la ciudadanía... En fin, la aportación viene por otro lado, y es lo que la hace una película del siglo XXI.

Lo interesante de sus imágenes es que ellas solas introducen una complejidad en la ciencia ficción como ha habido pocas hasta ahora. Bien es verdad que recoge, más que aporta, y que se benefician de una trayectoria de la misma, especialmente a través de las teleseries, las grandes renovadoras de la tradición. El cierre de Falling skies promete. Así, la figura de Prometeo queda resaltada en toda su ambigüedad mitológica: un Titán cabronazo, altruista pero poco de fiar en cuanto a sus últimos propósitos. Otro androide irónico, posmoderno, David, que guarda sus distancias interesadas con los seres humanos, demasiadas,  muy distinto del inocente Data que se pasaba toda la serie de Star Trek piando por ser humano. Se la jugará a la tontorrona Dra. Rapace. Y está la gran constante ya de la ciencia ficción en este siglo: la indignidad del ser humano. Dentro de poco hasta los Aliens no querrán nuestra carne. Del futuro peor de la vieja ciencia ficción hemos pasado al peor de los orígenes en la nueva.

lunes, 13 de agosto de 2012

martes, 7 de agosto de 2012