" He visto cosas que no creeríais
Facultades de Humanidades elevándose hasta el cielo de Grecia
He sido comisario de exposiciones superjugosas,
nómada charlista de incontables Congresos, Fundaciones y Cajas de Ahorros
He tenido bolos mejores que la caja de Ocean´s eleven
Todos estos recuerdos se perderán
coj,coj
como lágrimas en la lluvia
Es tiempo de jubilarse".
Cada año, como las hojas del otoño, aparecen discursos de adiós a la Universidad y de bienvenida a la misma. Es el ciclo de la vida universitaria: para unos comienza, para otros se acaba. Unos lo celebran todavía con novatadas propias de la alegría de un Neanderthal, otros se despiden con la melancolía del fin del mundo al estilo Triers. No se sabe muy bien si la Universidad se acaba porque se jubilan, o se jubilan por que se acaba la Universidad. Probablemente las dos cosas.
¿Está tan mal la Universidad? ¿Estaba tan bien antes? Una cosa es cierta, antes era más descabellada, ahora más kafkiana. El enemigo está dentro. Ni en la peor de las pesadillas se podía haber diseñado un programa más absurdo de autoevaluación que el de la Universidad de Salamanca, conocido como DOCENTIA. Convirtió a todo el profesorado en gente enloquecida con síndrome de sin papeles. Ha sido retirado por fuerza mayor, pero ya están maquinando uno nuevo. ¿No hay cosas mejores que hacer? Inevitablemente acude la letra de Serrat: "niño, deja ya de joder con la pelota....".
Y, sin embargo, y a pesar de los vicerrectorados de innovación, nunca ha habido una época mejor para que la Universidad sea creativa. Depende de nosotros. A pesar de los recortes, tenemos más recursos que antes, materiales y humanos. Se impone una racionalización. A pesar de Bolonia, el esfuerzo interuniversitario, los proyectos de investigación y másteres de excelencia, y el trabajo conjunto de profesores y alumnos (ya no se viene solo a escuchar), permitirá sacar adelante una docencia y una investigación de calidad, que debe abandonar el modelo insular a favor del archipiélago.
Solo hay un pequeño problema, y es que todo esto requiere trabajar y, además, en el sitio de trabajo, ya que, entre otras cosas, es por lo que nos pagan. Desde hace décadas los mejores discursos apocalípticos sobre la Universidad corrían a cargo de profesores universitarios que apenas la pisaban, por lo que disponían de una inmejorable perspectiva para el recuento de sus males, aunque sin aportar remedios. Estaban en sus cosas.
No me preocupa el intelectual melancólico cebolleta que lame sus heridas, pero sí esta proliferación de intelectuales cenizos carpantas que nos espanta al personal.
me sorprende la fuerza de estas palabras y me anima a pensar q, en efecto, no todo está perdido. que, aunque sea kafkiana, aún se puede aprovechar la universidad desde dentro. sin embargo no puedo dejar de pensar en la cantidad de trabajo de los masteres..no solo para el profesor, sino para el alumno. quiza sea desmesurada. tenemos ue trabjar, todos, pero pensemos con sensatez: no se pueden hacer muchos más de 7 trabajos de unas 10 hojas en un cuatrimestre y que valgan la pena todos. con suerte 2...a ver si cae esa breva...
ResponderEliminar"Cenizos carpantas", haberlos haylos en demasía. Y, además, perpetuamente ofendidos.
ResponderEliminarSi un profesor no transmite entusiasmo por lo que hace, no transmite nada.
Es cierto lo de los trabajos, se puede solucionar con algo de coordinación, para que no se conviertan en servidumbre inútil.En cuanto al entusiasmo...es la diferencia entre la filosofía como vocación y bocación, que decía Schopenhauer.
ResponderEliminarSaludos
me gustaría no ser de los cenizos, pero todo lo que estamos ganando, gracias por tu esperanza, viene urgido por la mala situación ¿servirá para que la universidad se sitúe en un nivel institucional, más coherente, menos derrochador y más efectivo?
ResponderEliminarsoy de los desanimados con que la institución pueda mejorar, pero gracias por el reconocimiento de lo ganado
ResponderEliminarMi esperanza viene de las personas, no tanto de la Institución,aunque la distinción pueda parecer rara. Soy de una generación en la que muchos repitieron (con creces) aquello mismo que habíamos criticado:absentismo y falta de profesionalidad. Ahora,algunos se ponen melancólicos en artículos y libros. A saber por qué...
ResponderEliminarCuando asisto de vez en cuando a charlas o congresos (aunque rara es la vez que prefiero acudir a escuchar lo que se dice sobre cualquier tema que empaparme de éste en la soledad de la lectura) echo de menos profesores, profesionales, como usted, personas apasionadas que sin apoyarse en las muletas de los power Points son capaces de articular un discurso lo suficientemente definido para acompañar a los alumnos hacia lo que quiere decir. Cuando hay pasión por conocer, hay pasión por enseñar, y ésta es el corazón de cualquier institución destinada a la formación. Gracias de nuevo por tu análisis.
ResponderEliminarGracias, David. La verdad, echo de menos aquellos tiempos en que la gente de filosofía era más participativa y crítica. Uno de los mejores momentos fue con motivo de la visita de Lady Di y el príncipe Carlos. Se había encerrado un grupo de alumnos en el edificio histórico y el rector me mandó, como vicerrector de estudiantes ,a ver qué pasaba. La sorpresa fue encontrar a los de 4º de filosofía entre ellos, protestando por la situación de la filosofía en España. Se negoció la entrega de una carta a los príncipes.
ResponderEliminarMientras tanto, un importante filósofo melancólico, que sigue haciendo declaraciones estos días, declinaba sumarse a las protestas en Madrid, porque estimaba que no importaba que la filosofía no estuviera en la Enseñanza Media, ya que era una cuestión de vocación y no de profesión. Desde luego los hay...
Un abrazo
Ningún sistema chapucero y ningún rectorado incompetente podrá evitar que siga habiendo por siempre maestros brillantes y alumnos despiertos.
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