viernes, 22 de agosto de 2008
El filósofo vampiro
“Somos interesantes para nosotros mismos sólo como muertos, en comparación con otros muertos”.
Lo acabo de leer en el libro de Groys Política de la inmortalidad (Katz, 2008, original de 2002). Hace años leí otro libro suyo que me interesó mucho, Bajo sospecha, sobre el papel del filósofo en la sociedad de los medios de comunicación. Su figura era la del detective privado, quien descubre bajo las apariencias otra realidad distinta. De modo que, a diferencia de Descartes, en esta sociedad mediática no es la verdad la que nos saca de dudas, sino la que nos confirma en ellas: ¡Ya lo decía yo!, exclamamos cuando se destapa cualquier chanchullo.
En este libro la figura del filósofo es para Groys la del vampiro, el muerto no muerto. Nos interesa la inmortalidad, pero no la del futuro, sino la del pasado. Queremos que nuestros libros estén en las estanterías junto a los de Kant y Hegel, mereciendo su aprobación. Lo que verdaderamente se persigue no es el aplauso de cuatro indocumentados contemporáneos entusiastas, sino que el mismísimo Heidegger reconozca que hemos pensado lo no pensado por él, y nos permita entrar en ese club exclusivo y excluyente de los que entablan el “diálogo pensante entre pensadores”, de los “pastores del ser”.
No se trata, pues, a diferencia de Ortega, de radicar la filosofía en la vida sino en la muerte. ¿Cómo? He seguido leyendo y he sacado poco en claro. Pero me confirma en la duda una frase leída al comienzo: “Por el contrario, por su naturaleza, las preguntas filosóficas no pueden ser respondidas, y por lo tanto son inmortales”. Ahora todo encaja. Éste es el chanchullo de algunos filósofos.
En su escrito contra la filosofía de los profesores de filosofía Schopenhauer distingue muy bien entre la filosofía como bocación (profesor) y como vocación (en su caso, rentista), es decir, que una cosa es vivir de ella y otra para ella. Y Schelling, si no recuerdo mal, en las primeras lecciones de Berlín, cuando es llamado para extirpar “las simientes del dragón hegeliano”, apela a la responsabilidad ciudadana del filósofo, frente a las pretendidas atribuciones del genio filósofo. Lo hace de una manera que entiende todo el mundo: un profesor no puede llegar a una clase de filosofía y antes de empezar a tratar un tema decir que, bueno, que tiene que darle vueltas, plantearse las preguntas adecuadas, y que, cuando lo tenga claro, dentro de unos meses, ya volveré y seguiremos. Schelling apostilla que al filósofo le paga el Estado para que dé respuestas y no para que exponga sus más íntimas perplejidades. Bien es verdad que no todos los profesores de filosofía son filósofos, aunque casi todos los filósofos son profesores de filosofía. También que algunos se dan el homenaje en sus clases de sesiones de psicoanálisis gratuitas.
No estoy de acuerdo con que la misión del filósofo consista sólo en plantear preguntas, y mejor si son insolubles. También debe intentar dar respuestas. Debe asumir la responsabilidad de la respuesta. Al fin y al cabo, no es sino un ciudadano, una persona corriente, que trabaja con y para personas corrientes. Y si se cree un genio, con más razón todavía.
Leo que la campeona olímpica de salto con pértiga, la rusa Yelena Isinbayeva, es una “ávida lectora de filosofía”. Magnífica noticia. Pero no creo que lo haya conseguido quedándose mirando con la pértiga de la pregunta al obstáculo de la respuesta.
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No he leído el libro de Groys, tan sólo sus declaraciones a El País (bastante lamentables sus boutades sobre el comunismo en Rusia, que al parecer están de moda al estilo Zizek)
ResponderEliminarPero respecto a lo que cuenta no puedo sino lamentar la decadencia, y el gusto por la decadencia, de cierta filosofía europea. Ni detectives ni vampiros, qué más quisiera, más bien zombis. Y de los lentos y torpes.
Un saludo
Santiago Navajas
He leído cosas buenas de los dos, pero últimamente me desilusionan su colección de ocurrencias con las que buscan desesperadamente el reconocimiento en lugar del conocimiento. El contraste con la calidad de Savater, Argullol, Azúa...es llamativo.
ResponderEliminarQué buena la comparación con Isinbayeva, resume perfectamente el hecho de que preguntarse no es sinónimo de quedarse estático. Vamos, que uno puede estar dándole vueltas a las cosas, pero no más del necesario para actuar.
ResponderEliminarDel sentimiento trágico de la vida, ya decía Unamuno que lo que interesa es perdurar. No debiera ser el leitmotiv.
Un saludo.
Completamente de acuerdo Jordi y, además, desde la ciudad de Unamuno.
ResponderEliminarEnlazo con tu estupendo post ( http://habitacioarles.blogspot.com/) sobre la soledad: hay que dejar pasar el tiempo. Es una de las lecciones del maestro Wenders en "En el curso del tiempo".
Estoy leyendo "Bajo sospecha" de Groys -que es un pensador que me encanta, más allá de sus puntuales declaraciones a la prensa-, que acaba de ser publicado por Pre-Textos, por si a alguien le interesa el dato. Saludos, José Luis.
ResponderEliminarBuen libro, sí señor, aunque traducido un poco tarde. Sigue mereciendo la pena leerlo. Gracias y un abrazo Vicente
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