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Nuestra educación ha sido y es romántica, todavía más en la imagen que en la palabra. Cuando la cruda realidad hace caer las hojas amarillas del sentimiento, es la hora de los blockbusters, y la hipersensible alma romántica echa de menos el infinito que le ha sido amputado, le duelen sus miembros fantasmas, como al capitán Achab la pierna que le comiera Moby Dick. Es la hora de la araña, de la hermenéutica sin fin, del vacío que duele, de los sueños. Es la hora del origen.
El autor de este magnífico libro nos muestra cómo el poeta Whitman adivinó "que el alma está hecha de carne" y que "cuando cortamos carne, también cortamos alma".
La neurociencia lleva camino de convertirse en la versión más exitosa del transhumanismo. Una de sus aplicaciones es la neuroestética. De lo que llevo leído hay dos cosas que no me convencen: en lo cognitivo vuelven a la teoría de la abstracción (Zeki) y en la teoría de las neuronas espejo referidas al arte resucitan la vieja teoría de la empatía.Hay más reparos, como la utilización de nociones obsoletas de estética y arte. En los casos mencionados, ambas son de difícil aplicación en las lógicas de pensamiento borroso o el arte no figurativo.
Con todo, se encuentran propuestas muy interesantes. Así, en el capítulo dedicado a Cézanne, el autor arroja luz sobre uno de los emigmas que perviven en filosofía y en estética. La generación del 14, de Ortega a Heidegger, afirma que lo que quieren hacer ellos es lo que ya ha llevado a cabo Cézanne. Todo gira en torno a una palabra suya, "realización", que cada cual interpreta a su manera.
Aquí se toma la palabra como creación del espacio del "entre" la sensación y la representación, es decir de la
ambigüedad. Tema éste del que he leído un espléndido trabajo de Zeki, "The neurology of ambiguity". El cuadro de la montaña Saint-Victoire visto desde Lauves sería un ejemplo de presentación de lo real antes de que lo interprete el cerebro. No es la realidad desnuda de las manchas de colores, tampoco la realidad ya interpretada, sino ese momento "entre" ambos. Los cuadros son necesariamente inacabados y vacíos, que el cerebro intenta rellenar mediante la interpretación.
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Lehrer inserta su libro en la propuesta de una Cuarta Cultura, superadora de dicotomía de Snow y de la Tercera resultante, a la que, con razón, presenta objecciones. Su propósito es situarse
entre las humanidades y las ciencias, sin los reduccionismos de cada una de ellas.
De acuerdo. ¿Pero no sería entonces mejor hablar sólo de Cultura a secas?
Ante algo que nos interesa deberíamos preguntarnos, no de dónde viene, sino ¿me es útil?