jueves, 8 de diciembre de 2011

contra los pastores digitales



He leído este libro con una creciente indignación, lo he acabado con una cierta decepción y ahora estoy sumido en la perplejidad. Indignación por sentir, conforme avanzaba la lectura, cómo se iban evaporando los 20 euros que me ha costado; les pueden parecer poco, pero es la tarifa oficial del menú para crisis de los próceres autonómicos en España, y con esa cantidad se dan el lujo asiático de invitarles a comer por un día. Decepción, porque no he experimentado la “erótica” (sic) del papel, que dicen sentir articulistas vintages,antiguos cargos y poetas místicos municipales, al acariciar el lomo y pasar suavemente las hojas de un libro; debe ser cosa del insuficiente gramaje, que no tocaba el día para tocarse o que uno no está para esas perversiones. Perplejidad….¿qué hago yo con esto, mal escrito y peor traducido? A diferencia de los otros, los libros sobre nuevas tecnologías (hay pocos de) envejecen mal en las estanterías, aunque sestean bien en los rincones perdidos de los terabytes. Por otra parte, no siempre está disponible la chimenea de Vázquez Montalbán. En fin, que vaya por delante mi apoyo al Gobierno en funciones por su empeño en sacar a última hora contra viento y marea una ley en favor de las descargas. Me parece bien para prevenir estafas como ésta y luego, si el libro gusta,siempre se puede enviar un donativo al autor.

La crítica en Internet ha mejorado la del papel con nuevos resultados: elogiar a los amigos, ignorar a los enemigos y marcar territorio. Ocupada en estos menesteres tribales con frecuencia se olvida de la más elemental regla de la supervivencia: atención al fuego amigo. Ya no hay casi ataques frontales a las nuevas tecnologías, tan sólo periódicos, recalentados y aburridos reportajes en El País y El Mundo sobre sus consecuencias indeseadas, con edificantes prédicas incitando al moderado buen uso. Sin embargo, de un tiempo acá, el panorama se ha animado con un nuevo género que hace furor: el de los arrepentidos digitales. Forma parte de otro género más amplio, el de los revisionistas generacionales, especialmente cuando se trata de aquellos que militaron o dijeron militar en partidos de izquierda. Causa bochorno la delectación con que se flagelan en público intelectuales de ahora por las causas sociales que apoyaron antaño. El punto de histrionismo que gastan hace dudar sobre su grado de implicación entonces. En todo caso, y ya puestos a frivolizar, como nos enseñan series de abogados, desde Boston legal, pasando por Damages, hasta The good wife, no hay por qué arrepentirse de haber obrado correctamente aunque sea por razones que, a la postre, se descubre que fueron incorrectas.Si lo que dice Jaron es cierto, que es el inventor del estropicio lingüístico "realidad virtual", que tantos quebraderos de cabeza nos ha dado, no le vamos a demandar por ello, como tampoco al que parió el disparate de "tiempo real".

En el caso que nos ocupa, todo este ciclo lo inauguró Turkle, quien después de vendernos Vida en la pantalla, ahora nos lo revende diciendo que eso no es vida. Jaron Lanier se presenta en la solapa de este libro con una fotografía antes de desmaquillarse tras su trabajo en The walking dead)(no duda en afirmar que es un troll)como un hombre de múltiples habilidades, en todas las cuales ha destacado, hasta el punto de ser reconocido como una de las personas más influyentes del mundo. Especialmente en el campo de los inventos tecnológicos. No le duele aportar testimonios de ello, y se nota que maneja bien el incensario, al fin y al cabo, si uno no lo hace tampoco tiene derecho a esperarlo de los demás. Además, ¿no se han convertido la mayoría de los blogs de autor en un espacio para groupies de uno y otro sexo, y donde antes había comentarios ahora solo se escuchan suspiros? En la contraportada se recogen menciones laudatorias de los diarios más importantes, apoyos como los de mi admirada Zadie Smith, y me consta que está al caer el de Vargas Llosa.

Jaron Lanier combina una pobreza franciscana de ideas (el test de Turing hay que entenderlo como obra de un gay reprimido) con una habilidad envidiable para etiquetar. No es poco mérito. Así, no vacila en referirse a sus oponentes como “maoístas digitales”, “totalitarios cibernéticos” y “trileros metafísicos”. O el que más me gusta: "tecnomarxismo silencioso", mmm..., esto sí que pone. No se vayan, hay mucho más:

"Las personas capaces de inventarse un seudónimo espontáneamente para hacer un comentario en un blog o en You Tube suelen ser malvadas". !Oído, barra!.


"Internet ha llegado a estar saturada de una ideología de la violación".

Pero tiene su corazoncito:
"Me parte el corazón hablar con jóvenes llenos de energía que idolatran los iconos de la nueva ideología digital, como Facebook, Twitter, Wikipedia y los contenidos agregados de tipo libre/abierto/Creative Commons". ¿Una orden de alejamiento?

En realidad, toda esta buena gente es culpable de una sola cosa: de practicar el animismo tecnológico. Consiste en transferir (alienar) cualidades de las personas a las tecnologías.Y por ahí Jaron no pasa. Según él, hablar de inteligencia artificial significa una falta de inteligencia, de Wikipedia un déficit de autoría, de la nube, hacerles el trabajo a los "Señores de la nube" y a los salteadores que pululan por ella, los trolls anónimos empujan al suicidio de la gente, la "sabiduría de las multitudes" es el promedio de la estolidez, las redes sociales un timo de personalidad, y lamenta la pérdida de espiritualidad en la red y de misterio en la persona. Se pregunta en plan new age:

"¿qué es una persona? Si supiera la respuesta, podría programar una persona artificial en un ordenador.Pero no puedo. Una persona no es una fórmula fácil, sino una aventura, un misterio, un salto hacia la fe". Por claridad y precisión que no quede.

Bienvenidos al desierto de lo real:
"Mientras tanto, las personas creativas -los nuevos campesinos- son como animales convergiendo en torno a los oasis en vía de desaparición de los viejos medios en un desierto agotado".

"Neo" Larnier echa de menos los años 90.El idealismo de esos años, cuando compartía piso y mugre con Richard Stallman (!ojo al dato!, qué poco se le ha pegado de él)y tenía depositadas las mayores expectativas en internet.Pero los años pasan, nos vamos haciendo mayores y eso..., pues eso. Zion se ha convertido en un parque temático de Matrix, Trinity le ha dejado por el agente Smith, y el pastillero Neo va dando la vara sobre los buenos tiempos en que todavía se podía elegir el color de las pastillas. Contra Matrix vivíamos mejor. El desencanto por la deriva del "rebaño digital" es manifiesto:

"Veinticinco años después, parece evidente que mis inquietudes estaban justificadas. Los movimientos de software abierto que defienden la sabiduría de la multitud se han vuelto influyentes, pero no han promovido la creatividad radical que adoro en la informática. Más bien han sido un obstáculo". Un aviso para los de Medialab Prado...

De ahí la inquina de Jaron a lo largo de todo el libro contra la "ideología de la colmena", llegando a sugerir "matemos a la colmena" y afirmando decididamente que "la información no merece ser libre". Acusa a los jóvenes que mantienen estas posturas de viejunos setenteros.

"Deseo que las nuevas generaciones de la cultura digital me escandalicen y me dejen obsoleto, pero en cambio me veo atormentado por la repetición y el hastío".

Su apasionamiento no está desprovisto de interés. Como músico en activo, que aspira a cobrar y vivir de ello, se le llevan los demonios que cualquier piernas indocumentado suba música a la red y, lo que es peor, descargue música gratis en nombre de la cultura libre. Sus únicas lúcidas aportaciones en el libro se refieren a cómo se puede remediar esto y cobrar de alguna manera los autores. Se ha resistido con tesón a las ofertas de poner su obra bajo el paraguas de Creative Commons, y solo autorizaría alguna remezcla de ella después de hacer pasar una prueba de sangre al aprovechado, y tampoco lo garantiza del todo. El tema de la publicación en papel lo reconduce de la erótica a la economía:

"Un escritor como yo podría optar por publicar un libro en papel, no solo porque hoy por hoy es la única forma decente de cobrar algún dinero, sino también porque el lector dispone del libro entero en el acto, y puede leerlo como un todo". Ni que decir tiene que no es partidario de las remezclas, remakes, y otras formas de "descontextualizar" la propiedad ajena.

El momento de mayor peligro en el libro es cuando promete en la págica 193:

"En esta parte adoptaré una perspectiva más positiva y examinaré lo que diferencia al totalitarismo cibernético del humanismo al considerar la evolución de la cultura humana".

No se alarmen, simplemente explica sus incoherencias por su personalidad múltiple ya que, dice, unas veces habla como tecnólogo y otras como persona. Cumple con la peregrinación anual a las neurociencias y obtiene de Jim Bower la siguiente revelación:"que nuestra forma de pensar está basada fundamentalmente en lo olfativo". !Pero esto es extraordinario!, diría Punset. A continuación se mete en jardines a cuenta de los "pinzones bengalíes" desembocando en...Bachelard, sin desdeñar un toque a los pulpos. Se despide con un punto de nostalgia, la realidad virtual ya no es lo que era en los años 80, ahora es mera Second Life, morphing de Terminator 2. Si a ello añadimos los ataques al pobre Kurzweil, podemos hacernos una idea de lo actualizado que está en el tema. Ahora anda metido en un proyecto de "comunicación postsimbólica". Como todo lo "post", "retro".

El libro acaba sin explicar en qué consiste ese humanismo "blandengue" (sic) digital suyo. Me interesa mucho, entre otras cosas, porque dice que es cosa de "estética y emociones".Pero no ha habido suerte. Estamos, pues, ante una nueva versión del añejo discurso de la deshumanización por obra de las tecnologías. Como no hay peor cuña que la que procede de la misma madera, los partidarios del humanismo tecnológico somos enemigos acérrimos del "humanismo digital" que dice promover este pájaro. El que seamos seres tecnológicos no implica que queramos digitalizar la existencia. Además, no puedo evitar una sonrisa de conejo para compensar la frustración: ¿humanismo digital? ¿no es una metáfora deshumanizadora?.

Quizá todo provenga de un malentendido:

"Ha llegado el momento de preguntarse: "Estamos creando la utopía digital para las personas o para las máquinas?". Si los destinatarios son las personas, tenemos un problema".

No, dice Houston, no tenemos ningún problema. El error está en intentar crear utopías digitales, sean para quienes sean. Baje del ciberespacio, Jaron, que ya no queda nadie allí, y hágase mirar la nuca.

2 comentarios:

  1. Títulas la entrada "contra los pastores digitales", yo me posiciono contra todo tipo de pastores. Desconfío del "pastor", malo el que se cree con derecho a dirigir al supuesto "rebaño", en un sentido o en otro.
    A tu comentario pensaba ponerle muchíiiiiisimos adjetivos, pero lo calificaré solamente con uno, soberbio.

    Un abrazo.

    Mara.

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  2. Este Jaron es un cachondo mental. Seguro que se partía el pecho cuando escribía el libro.
    Sí, no tardará Mario en injustificarse contra todo lo relativo a los dedos (digital).
    Lo de "realidad virtual" es para mondarse desde que virtual viene de Virtus (la realidad de la fuerza. No me había dado cuenta de que la realidad es virtuosa).
    Me paso al tiempo irreal.

    Saludos

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