miércoles, 25 de enero de 2012
el lectoespectador
“Es innegable que hacer teoría en directo, en vivo, examinando fenómenos sobre los que no hay distancia histórica (ni distancia personal) es peligroso. Claro que sí, pero hay algo más peligroso aún: no hacerlo. Si no pensamos, nos estamos dejando mecer por las olas de la actualidad y del pensamiento, por lo común anacrónico o no especializado, de otros. Sólo con un espíritu crítico, equivocado o no, huimos de la inercia y alcanzamos la velocidad de escape, poniéndonos a salvo de lo trendy, de lo que es tendencia, de lo que se lleva. Reflexionar es nuestra obligación, porque no pensar es justo lo que se espera de nosotros. Es más preciosa una idea equivocada que ninguna” (118).
La figura del lectoespectador conserva las tradiciones del espectador en el arte e implica un punto de fuga de la obra respecto al que posicionarse, sin el cual no es accesible, por más que se le deje en aparente libertad. Este punto de fuga parece estar situado en la obra de VLM en el epígrafe “nuevo conceptualismo”. Allí se habla de cómo hacer en diferido esta teoría del directo, sorteando la peligrosidad que entraña mediante un paralelismo. En los años sesenta y setenta, tanto los artistas europeos como los estadounidenses, advirtieron el desajuste entre las teorías estéticas imperantes y sus prácticas artísticas. La no existencia de una teoría correspondiente les obligó a hacerla a ellos mismos. Y, al parecer, es lo mismo que sucede ahora con las prácticas narrativas actuales, por lo que el libro de VLM se ofrece como una contribución a la teoría que ilumine esas prácticas huérfanas de ella. El resultado, antes como ahora, es que “el arte en ellas se confunde con el pensamiento”. Y, por eso, VLM invita a leer su libro desde la perspectiva de la Estética: “la literatura pangeica es arte literario conceptual, como apuntamos más arriba” (p. 183).
De hecho, a VLM se le escapa a veces el nombre, y retrocede pudoroso, pero lo cierto es que tanto él como AFM se ven fundamentalmente como artistas, y no les falta razón. Ahora bien, eso que permite innegables libertades tiene también indudables ataduras, y resulta en todo caso muy clarificador. El libro es, en consecuencia, muy útil para comprender también la faceta de VLM como creador y teórico, aunque no se limita al ámbito personal, sino que pretende tener un alcance pangeico. Y es ahí donde, efectivamente, como nos advierte, puede estar el peligro, el de los amigos, se entiende. Porque no todos los contemporáneos son coetáneos, e incluso entre estos se encuentran los menos modernos.
El territorio pangeico abarca todo el planeta, pero el espacio narrativo de innovación del que habla VLM se refiere especialmente al de los comprendidos entre 25 y 45 años (p.128). Casi todos se hallan presentes, de una u otra manera. Este libro es un auténtico ejemplo de voluntad de integración expresado en la abundancia de citas, muestra de una erudición abrumadora y una generosidad extrema, incluso con los que dicen lo contrario, sin contradecirlos. No es un libro del VLM con fama de temprano destroyer en la crítica literaria, provocador en sus juicios, sus polémicas taxonomías literarias no son presentadas ahora de manera tan contundente, incluso su querida hipótesis Pangea se puede negociar, y si hace falta usar otras palabras…Todo sea por la urgencia de la teoría, de pensar el presente. Y su libro, sin lugar a dudas, es una valiosísima contribución a ello, máxime teniendo en cuenta el erial que hay ahora de teoría de las nuevas tecnologías, y que de hierbajos como el de Lanier, mejor no hablar más. ¿Será correspondido tanto esfuerzo? Creo que va por edades y gremios.
El paralelismo señalado antes no es gratuito, porque el libro desprende una estética vintage muy del agrado de la época. A quien le guste Mad men (y tiene fans de todas las edades) le encantará el libro de VLM pues, a la inversa, se trata de un análisis del presente con el aroma de la teoría de los pasados sesenta y setenta. No en vano desfilan por él los jóvenes teóricos Foucault, Derrida, Deleuze, Baudrillard, Virilio…Al parecer, con toda razón pues, si como piensan muchos todavía, ellos tenían la teoría, pero no los instrumentos de los que se dispone ahora, es lógico volver a su vera para explicar lo que se hace en este momento. Aunque, ¿no habíamos quedado en que las teorías se sacan de las prácticas y no al revés? ¿O es que las prácticas, al final, no son tan innovadoras?. El paralelismo que explica un origen corre el peligro de convertirse así en destino. Las metáforas de la confusión, con las que los teóricos de los sesenta y setenta abordaron las nuevas tecnologías de los 80, siguen apareciendo en el libro: nómadas, no lugares, ciberespacio, el panóptico en el “ojo divino de Google Earth”, la importancia ya desfasada del paradigma televisivo, el romanticismo del fragmento y el hipertexto...y a más de un@ de la franja de los 25 le pondrán de los nervios los ingeniosos juegos de palabras a cuenta de las redes sociales. En el lado opuesto, es de prever que el libro tenga mucha aceptación en una teoría de la literatura que acaba de descubrir el giro visual, y entusiasmará también a otra literatura comparada que se inspira en la antigua poshumana Hayles y se distribuye en Cataluña.
¿Eso es todo?
Francamente, me parece muy poco. Como no soy lectoespectador, renuncio a ese pie forzado de lectura del libro, a ese imaginarme las imágenes, me aparto de la línea de fuga y paso de lo visual a lo corporal, ensayando un recorrido por el mismo al estilo de Richard Long. Entonces, la cosa cambia.
La obra, ya no solo un libro, empieza a aparecer en toda su complejidad. No es la óptica sugerida del collage y la ironía de Hamilton, ahora un tanto naíf y camp. No es el paradigma la deconstrucción irónica del sueño americano con la que nos castigan periódicamente en España las contumaces exposiciones tan faltas de imaginación como de presupuesto. No. VLM es un rara avis que crea desde la información, cierto, pero sobre todo del conocimiento. Y eso no es fácil de encontrar y costoso de adquirir. La profusión de citas son la honestidad del camino recorrido en compañía, no lastre inútil de catálogos laudatorios o reseñas de groopies en forma de post. De los sesenta y setenta toma la dirección, más que el dedo de la cita, es decir, la creación en libertad de una literatura de la mirada y un pensamiento en imágenes. Avanzando más, pues uno de los dramas que observamos ahora en el retorno a la imagen de esos años, es que los teóricos estuvieron a años luz de las nuevas imágenes. Incluido Barthes. Las últimas páginas del libro son hermosas. Qué no hubiera dado Godard por encontrar un alma gemela como el VLM que escribe: cuando pienso veo una película.
A eso le llaman hoy, y VLM lo hace, nuevas humanidades, no importándole que tuerzan el gesto los ignorantes de turno en todas las edades. Para mostrarlo, aporta ideas originales sobre el uso de Google, la creación, edición y crítica en nube, tensa los límites entre poesía e imagen, hasta extremos que difícilmente encontrarán editor literario. Y es entonces cuando se comprende también su exigencia de que el arte sea algo más que el arte que es ahora, que vuelva a sus raíces como ars en las nuevas tecnologías: un saber hacer. Porque ya vamos teniendo los medios. Ese saber hacer requiere hoy una tarea de Sísifo: en la ola, pero controlándola. Sabiendo que lo que se hace es efímero, transitorio, arriesgándose incluso a la contradicción productiva que se advierte en VLM de instalarse en el fragmento pero aspirando al sistema. Este VLM de estilo directo, pero no agresivo, insiste una y otra vez en que no está imponiendo una postura, sino exponiendo y argumentando la suya, pidiendo a los demás que hagan lo mismo. Merece la pena caminar en esa dirección.
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