martes, 6 de octubre de 2020

¿Una nueva edad oscura?

 


El interés por este libro se debe, en mi caso, a una mezcla de confusos sentimientos. El título me resultaba disuasorio porque recuerda, demasiado, a otros alegatos antitecnológicos. Pero el autor es James Bridle, inventor del término y proyecto “Nueva Estética” que he seguido desde hace años en este blog. Bruce Sterling lo puso en circulación con la afortunada frase de que se trataba de “la erupción de lo digital en lo físico”. Una de la tesis expuestas en la web de Bridle era que el objeto de la pixelación de lo físico en lo digital respondía al intento de hacer visible lo invisible. Como desarrolló en “La nueva estética y su política” la tecnología es en sí política, luego hace falta seguir otro camino en estética y hacer “una crítica de la crítica”. Esa crítica, lo adelanto, se refiere a la crítica tradicional basada en lo dialéctico y lo binario. La nueva estética confunde, reconoce Bridle, porque no usa la palabra en sentido clásico: sensibilidad y belleza; emplea el lenguaje de aquello que ya está politizado como son las redes y utiliza sus recursos. Se comunica, no hablando sobre imágenes, sino creándolas y mostrándolas. En definitiva, afirma, lo primero que tiene que hacer uno que quiera que dedicarse a la nueva estética es aprender a programar. Lo demás es una pérdida de tiempo pues el no alfabetizado digitalmente lo único que mira es “el dedo pixelado” (destacando sus insuficiencias) y no hacia lo que apunta. Y, entonces, se pregunta él mismo, ¿por qué ha escrito el artículo? Una contradicción, reconoce, otra más de nuestra época. De hecho, él proviene del ámbito de la escritura.

Con estos antecedentes era difícil ubicar el libro como tal en su proyecto. Y de hecho la expresión y consideraciones sobre la “nueva estética no aparecen en él. El libro es pura política, pero ¿de qué?. Si en el proyecto se trataba de hacer visible lo invisible aquí, en el libro, se constata que es poco menos que imposible ya que, precisamente, la edad oscura en la que estamos sobreviene por el exceso de visibilidad que invisibiliza todo, como una luz blanca cegadora. Según él, estamos entrando en una nueva edad oscura por el fracaso de la Ilustración: el exceso de conocimiento ahoga el pensamiento, la sobreabundancia habría acabado con él. Tesis que recuerdan los viejunos discursos  sobre la sobreabundancia de las imágenes. La cita que hace de Lovecraft sobre que vivimos en “medio de los negros mares de la infinitud” nos pone sobre la pista del romanticismo oscuro de contexto por el título. Pero, insiste, menos mal, esto no tiene nada que ver con el  nihilismo. Recalca que no va contra la tecnología pues sería  como ir contra nosotros mismos. El libro lo que pretende, en definitiva, es repensar las metáforas de la tecnología, ese encantamiento, porque “la tecnología no consiste en la mera creación y uso de herramientas: es la creación de metáforas”. No puedo estar más de acuerdo pues me he pasado décadas criticando el uso de las “metáforas digitales” y cada vez que sigo leyendo “humanidades digitales” me doy cuenta de que la batalla está perdida.

El libro hace, pues, un diagnóstico expresado en el título, un análisis de casos concretos que lo apoyan y que ocupa la mayor parte de los capítulos, despistando a algunos sobre su finalidad y, finalmente, una propuesta que me gustaría destacar: “apodernarnos de la zona gris”. Esa que hay entre la sobreabundancia de las tecnologías  y las teorías simples, a menudo paranoicas, sobre ellas. Me parece que hoy día el planteamiento es inverso al cartesiano: no reducir lo complejo a lo simple sino lo simple a lo complejo.  Se trataría, entonces,  de “vivir conscientemente en la zona gris”. De modo que “esta afirmación podría ser la moraleja de este libro: una denuncia irrefutable de nuestra capacidad de ignorar o buscar más información de primera mano, cuando el problema no está en lo que sabemos o dejamos de saber, sino en lo que hacemos”. Esa zona gris podría ser la de una “nueva estética” de las tecnologías  que responda a una necesidad antigua, aquella que Herder  cifraba diciendo que el auténtico arte es la unión de saber hacer y poder hacer.

 

 


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