Un excelente libro sobre cine y una magnífica edición.
miércoles, 29 de septiembre de 2021
lunes, 27 de septiembre de 2021
sábado, 25 de septiembre de 2021
viernes, 24 de septiembre de 2021
martes, 21 de septiembre de 2021
Kant, siempre Kant
Comienzo a leer el libro de una autora que ha escrito cosas muy interesantes sobre nuevas tecnologías.
"Has the Internet destroyed the world or made it a better place? Does it foster democracy or total surveillance? Community or isolation? Information or pornography? Well-adjusted citizens or homicidal psychopaths?"
Se me cae el alma a los pies. Busco consolación en la filosofía. En el viejo maestro, en el gastado libro
“El deber de la filosofía consiste en eliminar la ilusión
producida por un malentendido, aunque ello supusiera la pérdida de preciados y
queridos errores, sean cuantos sean”. (KrV, AXIII)
La ilusión de los años 80 del siglo pasado -que sigue hoy- es desplazar el sujeto de lo humano a las tecnologías: Internet ha destruido, Google nos vuelve más tontos... el impacto de las tecnologías... Nosotros somos los sujetos y nuestra es la responsabilidad de su uso, no de las tecnologías. Parece obvio, pero no es casual que hablemos así. Se crea un efecto estético para eludir una responsabilidad moral. Ya antes se pasó de considerar a las tecnologías como cartesianas en los setenta a los conceptos emocionales de las metáforas digitales (democracia, ciudadanía digital, humanidades digitales...) en la posmodernidad. Y así nos encontramos con la paradoja de una sociedad que se sabe compleja, pero a la que encanta describirse con categorías esencialistas, simples. Cuando se ha llegado a un cierto consenso en el nuevo siglo respecto a que lo virtual no sustituye sino que forma parte de y aumenta lo real, sin embargo, en la teoría y el lenguaje se sigue "virtualizando" lo real con el empleo del "preciado" y "querido" marketing esencialista. De este modo las categorías se convierten en eslóganes publicitarios. Ilusiones... ficciones, necesarias. ¿Quién se resiste a ponerse estupendo ya no se sabe si por vanidad, por necesidad de promoción académica o, simplemente, por rutina?
El viejo maestro abría y cerraba el libro constatando que la razón produce, inevitable e incesantemente, ilusiones trascendentales que ella misma crítica. Todo se queda en casa, es la endogamia de la razón, juez y parte. La filosofía critica lo que ella misma produce. Es una tarea de Penélope en que la que los resultados son magros, pero se gana en lucidez. Por otra parte, la construcción y derrumbe de esas ilusiones trascendentales (mejor llamarlas aquí "trascendentes") no deja de tener su interés. Emulando a Voltaire en su "Diccionario filosófico" cabría decir: "j’étais curieux et sensible".
Para Kant la verdad es una pequeña isla rodeada del mar de la apariencia dialéctica. Quizá se ha pasado por alto la aportación kantiana a esta palabra, "dialéctica", oscurecida por la hegeliana. Para él significa análisis y crítica de la apariencia dialéctica. Yo prefiero la acepción kantiana para intentar comprender la sociedad actual, no la del siglo pasado, versión años sesenta y setenta. Porque Kant rechaza el planteamiento de las antinomias a las que nos llevan esas ilusiones trascendentales binarias de la dialéctica clásica. Así las que plantea la autora del libro con la excluyente conjunción disyuntiva "o" fruto del sujeto desplazado. No dejan de ser preguntas impactantes pero estériles. La filosofía, siguiendo a Kant, no consiste en hacer preguntas, eso lo hace cualquiera, sino en saber preguntar antes de preguntar para saber. Y hay preguntas -como las de la autora- que pueden, pero no deben hacerse porque no conducen a nada.
Mantengo la ilusión de que quizá pueda ampliarse el magnífico opúsculo kantiano sobre qué significa orientarse en materia de pensamiento en una investigación sobre cómo orientarse en un pensamiento en imágenes. Y me encuentro esto por ahí
Sigo leyendo el otro libro, por si cae algo...
lunes, 20 de septiembre de 2021
sábado, 18 de septiembre de 2021
miércoles, 8 de septiembre de 2021
Tokyo Trial
miércoles, 1 de septiembre de 2021
la melodía del mundo
Los créditos de apertura de Babylon Berlin han
recibido numerosos reconocimientos por su calidad. También los de clausura,
menos elaborados, pero más reconocibles. En realidad, solo estos últimos
responden a su nombre, cierran los capítulos, mientras que los primeros están incrustados
en la narración. Saskia Marka, la diseñadora, ha remontado su inspiración hasta
el primisecular Der absolute Film, ese movimiento alemán que aspiraba a
hacer del cine la nueva obra de arte total. Más en concreto, se ha referido a
Walter Ruttman, a su conocida obra Berlín, la sinfonía de la gran ciudad
y a las diferentes versiones de sus Juegos de luz. El resultado ha sido
(no solo para los créditos sino para los capítulos de las tres temporadas) una
singular mezcla de expresionismo abstracto y narrativa documental al estilo de
la nueva objetividad. Es bueno tenerlo en cuenta pues Babylon Berlin es
una serie de culto que va contra el culto. Este, cuando oye la palabra Weimar,
empieza a salivar una compungida nostalgia. En 2017 Der Spiegel resumía
el tono de la entrevista a sus creadores con este titular: “¡Se
acabó la retro-nostalgia
de papel maché!”.
En ese mismo año que explora la serie, 1929, Ruttman
estrena otra obra menos conocida y que lleva por título La melodía del mundo.
Era el encargo de una naviera, un trabajo publicitario, se filmó un gran
cantidad de imágenes por todas las partes del mundo y lo que hizo Ruttmann fue
montar ese material tan heterogéneo como un caleidoscopio, al igual que sucede en los créditos de Babylon Berlin. El montaje era la pieza clave para lograr ese ideal
del “filme absoluto” como música visual. En el giro icónico de aquellos años lo
icónico incluye lo sonoro y lo visual como mejor forma de expresar esa nueva
sensibilidad para el (su) tiempo en que parece estar empeñada la cultura.
Ruttmann, además de por sus obras vanguardistas, es
conocido por sus manifiestos. Tras unos iniciales intentos de asociar la
pintura con el tiempo y el movimiento a través de la música concluirá: “Ya no
tiene sentido pintar, hay que poner la imagen en movimiento”. La pintura y la
palabra detienen el tiempo, pero la vida, mientras es vida, no se detiene. El
cine es el arte de la vida real creando ritmos de tiempo a través del montaje.
Las sinfonías ópticas integran una pluralidad de imágenes diferentes y, a veces, contrapuestas, para configurar “la melodía del mundo”. Eso es justamente lo que
hace con su obra de 1929 y la cita inaugural no deja lugar a dudas sobre el
método: “El verdadero misterio del mundo está en lo visible no en lo
invisible”. No se trata solo de optar por uno de los términos de la conocida
dialéctica occidental, sino de prescindir de ella, siendo esta posiblemente la
verdadera diferencia con Klee. Las consecuencias van mucho más lejos del terreno
del arte y quizá sería oportuno reflexionar sobre ellas. Porque la apelación al
“filme absoluto” no se refiere solo a una nueva visibilidad que aspira a hacer
visible lo visible, sino a una nueva forma de hacer historia en la que, junto a la
consabida historia conceptual, se hacen valer los derechos de la nueva historia
perceptual. Y entonces la época de Weimar, este año 1929, aparece a una nueva
luz, sin los filtros culturales que la velan. Es una de las sorpresas de la
serie.