domingo, 3 de noviembre de 2024

El juicio de Eichmann 7

 



Dice el fiscal que todos se preguntan cómo el hombre que estaba ahí sentado pudo hacer esas cosas. En los dos primeros documentales la cámara enfoca una y otra vez a Eichmann como si en esa imagen estuviera la respuesta. Crasa equivocación. Testigos e invitados destacan su frialdad. Pero hay también alguna ocasión en la que aparece brevemente una media sonrisa de Eichmann: la anécdota infeliz de una testigo escondida en un carro de patatas o los esfuerzos baldíos del fiscal por encontrar entre los papeles la prueba de la que está hablando. Con aquellos repetidos grises primeros y medios planos de un acusado siempre contenido los directores están haciendo el juego a Eichmann, a la imagen que él pretende trasladar, de que era imposible que perpetrara los crímenes de los que se le acusa. Muy distinta de la real que aparece en los audios de las cintas. Por el contrario, menudean las imágenes del fiscal sobreactuando, siendo criticado por el tribunal y los comentaristas por la excesiva prolongación de un interrogatorio farragoso y de escasos resultados.

Faltan imágenes. No las consabidas sino las sugeridas, no menos terribles: un invitado explica que esparcieron las cenizas de los crematorios para que no resbalaran los soldados en el fango al entrar en los campos.

 


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