Dice el fiscal que todos se preguntan cómo el hombre que
estaba ahí sentado pudo hacer esas cosas. En los dos primeros documentales la
cámara enfoca una y otra vez a Eichmann como si en esa imagen estuviera
la respuesta. Crasa equivocación. Testigos e invitados destacan su frialdad. Pero
hay también alguna ocasión en la que aparece brevemente una media sonrisa de
Eichmann: la anécdota infeliz de una testigo escondida en un carro de patatas o
los esfuerzos baldíos del fiscal por encontrar entre los papeles la prueba de
la que está hablando. Con aquellos repetidos grises primeros y medios planos de un acusado
siempre contenido los directores están haciendo el juego a Eichmann, a la
imagen que él pretende trasladar, de que era imposible que perpetrara los
crímenes de los que se le acusa. Muy distinta de la real que aparece en los
audios de las cintas. Por el contrario, menudean las imágenes del fiscal sobreactuando,
siendo criticado por el tribunal y los comentaristas por la excesiva
prolongación de un interrogatorio farragoso y de escasos resultados.
Faltan imágenes. No las consabidas sino las sugeridas, no
menos terribles: un invitado explica que esparcieron las cenizas de los
crematorios para que no resbalaran los soldados en el fango al entrar en los
campos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario