Tecnocharro gana premio.
“El vídeo de la artista japonesa afincada en Salamanca Kaoru Katayama, titulado Tecnocharro, ganó el premio Arco de la Comunidad de Madrid para jóvenes artistas. Esta pieza, realizada en 2004, muestra a miembros de los coros y danzas de Salamanca ataviados con los trajes regionales y bailando al ritmo que ponen en directo dos dj´s y se exhibe en la galería murciana T-20. Katayama (Himeji, Japón, 1966), explica que realizó esta performance como manera de representar de manera festiva las dificultades de integrar lo nuevo, en su caso ella misma, en una sociedad tradicional y conservadora como la salmantina” (Noticia aparecida en El País, 13-02-2006)
Seres con dificultades para integrarse en la sociedad charra.
sábado, 7 de noviembre de 2009
sábado, 31 de octubre de 2009
miércoles, 28 de octubre de 2009
Tiempo y desierto
Die Wüste wächst: weh dem, der Wüsten birgt...,
("El desierto crece, !ay de quien alberga desiertos!..". Nietzsche. Ditirambos de Dyonisos)
Al apropiarse Heidegger de esta cita de Nietzsche en ¿Qué significa pensar?, contraponía la tecnociencia al pensamiento, llegando a afirmar que la ciencia no piensa. En el trasfondo está su conocida oposición entre el pensamiento que medita y el calculador. Para Heidegger el desierto nietzscheano es la metáfora del nihilismo, es decir, de la modernidad, algo a superar, como la metafísica que culmina en ella. Su objetivo último es volver a los inicios del pensamiento antes de que degenerara en filosofía. Se pregunta Heidegger (se pregunta VLM) traduciendo/ traicionando a Leibniz: “por qué el ente y no más bien la Nada?” Y se responde él mismo: “¿por qué el ente y no más bien el Ser?”.
Este último libro de VLM, al igual que el anterior Pasadizos, es una "exposición de su yo moderno". No sólo desde el punto de vista de contenido, sino también formal, ya que los pasadizos están llenos de vacío. La presencia explícita o implicita de Heidegger en él no es casual, como tampoco de la metafísica, e incluso de una suerte de mística.
¿Deformación filosófica en la lectura de un libro de poesía? No, nuevamente, si se tiene un cuenta que para el mismo Heidegger la forma originaria del pensamiento es la poesía; que la solución a los problemas de la modernidad filosófica es un pensamiento que poetiza.
Pero, ¿no acabamos de decir que VLM "expone su yo moderno" en este libro? Sí, pero es que se trata de otra modernidad y de otro desierto, diferentes a los de Heidegger, aunque en relación con ellos. Sólo desde una modernidad múltiple podemos entender una contemporaneidad compleja.
Tema clásico con tratamiento de vanguardia: situación límite en régimen de visitas (lugar, vacío, nada) en la que se dan experiencias del tiempo. Para ello se exige una deshidratación del yo (70% agua, 70% niebla, 70% vacío, según avanza el libro) que propicia una experiencia no objetivadora de las cosas. El libro inspira y respira: Nada…Ser. Una célula viva.
Se trata de una “temporada en el (desierto) infierno” en el que la potente estética se realiza como ascética. Un ir quitando, aclarando, buscando los intersticios, el “entre”, de los granos de arena, que habla de la unidad originaria perdida. Es un contar los granos, la propia vida, que siente, acaso por primera vez, que tiene las horas contadas, y frente al no del tiempo devorador, de las señales de inutilidad y desánimo, percibe la pequeña luz que nace al rozarse con el alma del padre. Un descenso propicio al Hades, a las arenas de yeso de las White Sands, que no se calientan y alimentan una fría pasión. Un Friedrich del desierto pero sin la “tragedia del paisaje”.
De acuerdo con su tesis de que hoy día (a veces también antes) los libros, más que escribir, se diseñan, el resultado es un libro clepsidra, de lectura en zigzag, que se va vaciando a la derecha según se llena a la izquierda, donde cada página sobre el tiempo es una escultura del vacío como ya diseñara Chillida. Cuesta años esculpir el tiempo en imágenes, decía Tarkovski. “¿Cuál es el tiempo/ con que medir el Tiempo?”, se pregunta VLM. Ése del libro clepsidra, le responde Jünger en el Libro del reloj de arena
Ahí se planta el libro abierto, como las tablas de la ley. Desierto en el que naufragan los imperios de Ozymandias (magníficos los versos sobre el emperador chino), lugar de las serenas meditaciones posthumanas y levísimas emociones de Daniel 25. Espacio en el que simios de Kubrick se arrojan libros de los dioses a la espera del hombre que tarda en llegar. La vida nace en los desiertos, como nos enseñan los mitos: “el desierto no está vacío/ Está lleno de tiempo”. Quizá por eso, los ángeles, que moran en el cielo, “no conocen el tiempo”, decía Swedenborg.
sábado, 24 de octubre de 2009
domingo, 18 de octubre de 2009
jueves, 15 de octubre de 2009
Contra el fragmento
Manuel Vázquez Montalbán causó no poco escándalo a propios y extraños al someter a un quijotesco expurgo periódico a su biblioteca por obra de su personaje el detective Pepe Carvalho. A lo grande, nada de restos de ediciones. Un día encendía la chimenea con La filosofía y su sombra de Eugenio Trías (Los mares del sur) y otro se le iba la mano con la Teoría estética de Adorno (Los pájaros de Bangkok). Es ley de vida que aquello de lo que uno se alimenta debe finalmente eliminar.
Sin embargo, en literatura, filosofía, y no digamos arte, es corriente padecer de esas obstrucciones llamadas tópicos. Son monedas gastadas, que de tanto pasar de mano en mano se les empieza a ver la ruin aleación, lugares comunes no habitados por la memoria singular. No pasa nada cuando son el nombre viejo para lo caduco, pero se convierten en verdadera polución cultural cuando pretenden designar algo nuevo. Y, además, lo peor, son ahora estéticamente ridículos.
En otras ocasiones me he referido a engendros como “nómadas digitales” (jugar a pastorcillos a lo María Antonieta), más recientemente a los no-lugares. Ahora propongo tirar a la papelera virtual la palabra “fragmento”. Desde hace unos años se ha convertido en una peste mayor que el mejillón cebra. A poco que te descuides el piernas de turno pretende apabullarte asegurando que su obra es “fragmentaria”. Es el mismo que no hace mucho afirmaba campanudo que su obra era “abierta” (¡No va a ser “cerrada” de mollera!), con amenaza de recital de Umberto Eco. Son residuos tardorrománticos (fragmento… ¿de qué todo?) adheridos a una burguesía cultural de secano pendiente de las subvenciones.
Pero cuando aparece lo realmente nuevo una de las tareas más apasionantes del crítico es encontrar el nombre para ello… a ser posible que no empiece con “post”. Les animo a ello.
Sin embargo, en literatura, filosofía, y no digamos arte, es corriente padecer de esas obstrucciones llamadas tópicos. Son monedas gastadas, que de tanto pasar de mano en mano se les empieza a ver la ruin aleación, lugares comunes no habitados por la memoria singular. No pasa nada cuando son el nombre viejo para lo caduco, pero se convierten en verdadera polución cultural cuando pretenden designar algo nuevo. Y, además, lo peor, son ahora estéticamente ridículos.
En otras ocasiones me he referido a engendros como “nómadas digitales” (jugar a pastorcillos a lo María Antonieta), más recientemente a los no-lugares. Ahora propongo tirar a la papelera virtual la palabra “fragmento”. Desde hace unos años se ha convertido en una peste mayor que el mejillón cebra. A poco que te descuides el piernas de turno pretende apabullarte asegurando que su obra es “fragmentaria”. Es el mismo que no hace mucho afirmaba campanudo que su obra era “abierta” (¡No va a ser “cerrada” de mollera!), con amenaza de recital de Umberto Eco. Son residuos tardorrománticos (fragmento… ¿de qué todo?) adheridos a una burguesía cultural de secano pendiente de las subvenciones.
Pero cuando aparece lo realmente nuevo una de las tareas más apasionantes del crítico es encontrar el nombre para ello… a ser posible que no empiece con “post”. Les animo a ello.
sábado, 10 de octubre de 2009
Nocilla Lab
…yo creo mucho en las casualidades,
un escritor llamado Allen Ginsberg, en la Norteamérica
de los años 40 escribió la siguiente frase a la edad de
17 años, «seré un genio de una u otra clase, probablemente
en literatura», pero también dijo, «soy un chico perdido,
errante, en busca de la matriz del amor». (Nocilla Lab).
Casualidades. Nocilla Lab está llena de ellas, especialmente de “las casualidades que genera la muerte”, como esa llamada comunicando la muerte de la gata y el encuentro de la palangana de la arena con sus excrementos, que hace de imagen sinestésica recurrente y cortocircuito en las relaciones de pareja. También sirven de pliegue espacio temporal entre el bar de Cerdeña y de las Azores, de los escenarios intercambiables entre Lisboa y Las Vegas. Igualmente casualidades de algo que recuerda a otra cosa, pero que no es ella, pero que no sería sin ella, de alguien que parece ser otro, y acaba siendo un yo que asesina a Agustín, de citas que explican lo que lee, pero que en realidad revelan cómo es leído desde ellas. En todo caso "pensamiento de segunda mano" (Luis Macías)
De entre todas las casualidades la cita de Ginsberg es la clave de una deriva, en el fondo sedentaria, que empieza en las noches blancas de Santiago de Compostela, continúa en el reposo medicado en un hotel de Tailandia y se prolonga en el ático luminoso de dos alturas, pero sin plantas, de Palma de Mallorca. Siempre acompañado por el ojo amigo de una pantalla de televisión sin sonido. Que también aparece como protagonista en la novela, pero ya al estilo de las reproducciones de las pantallas de televisión, en fotogramas granulados, de imágenes extáticas que llamamos “movidas” para expresar una identidad borrosa. Llenas de intervalos e interferencias, chirridos de tubo catódico asmático, que hay que mirar una y otra vez porque en esas imágenes se ha escrito también la novela. Son los textos pictóricos de la ausencia tecnológica.Pura literatura visual.
¿Novela? En todo caso postnovela. No sólo por la analogía con su libro reciente, Postpoesía, sino por algo más profundo, por la declarada matriz poética de toda su obra, aquello de donde viene, a lo que volverá, porque es lo que es, mejor, lo que hay: “el yo poético pincha una rueda y no lleva repuesto”. Y también porque Nocilla Lab se presenta, no como una búsqueda (no es el sentido de la deriva) sino como una sucesión de encuentros, de encontrar y ser encontrado, que llevan a una escritura semiautomática, sin pausas ni puntos, como la que retiene el aliento en la primera parte, al estilo de la espiral de los trastornados en Bernhard. Porque de eso va el libro, más que de autoficción, lo fácil, de disolución, lo inhóspito en la plenitud. En definitiva, de encontrarse cuando uno no sabe al final quién es. El reverso romántico del idealismo.
Desde esta perspectiva, la aparente circularidad del procedimiento bernhardiano deja paso en AFM a la imagen conceptual del "reverso". Así el libro sería la imagen poética del reverso, como reverso de la imagen poética es la película que lo acompaña. Libro y película son indisociables como expresión de ese “arte conceptual cálido”, de extrarradio, en que trabaja el llamado Agustín, como muy bien diagnostica Pere Joan. El PROYECTO resultante, con mayúsculas, resulta así muy atractivo: "generar un espacio inhóspito, una ruina", que es también el reverso desde el que se mira ahora el conjunto de las tres Nocillas. Una ruina no asociada a lo freudiano inquietante que emerge, tampoco a la descomposición y decadencia, o a la reversión smithsoniana de lo obsoleto.
Es cierto que en la novela y la película abundan gasolineras sin futuro, plataformas petrolíferas solitarias, infrahabitáculos pegados como roña a los márgenes de autopistas en el desierto. Pero esta otra ruina no es la contemplada sino su reverso, la que genera el autor en el momento de la plenitud misma. De modo que la entropía misma es la plenitud catastrófica de la utopía. La previsible autoficción queda matizada por el repetido interés a lo largo de su obra en las parejas que se separan precisamente cuando todo les va bien y, entonces, no antes, comienza la ruina del matrimonio. En este sentido, el contrapunto icónico de la cita de Gingsberg es la imagen de Monica Vitti en La aventura de Antonioni que aparece en la portada del libro. Una chica, con vaivenes de adolescente, que busca también la matriz de un amor que se le deshace entre las manos cuando precisamente cree haberlo encontrado.
Lo inhóspito y la ruina no generan espacios trágicos, siendo la otra clave de lo inhóspito en la obra el humor, presente en la cita de Antonio Vega, que marca su estrategia de creación: «creo en los fantasmas terribles de algún extraño lugar y en mis tonterías para hacer tu risa estallar” (“Lucha de gigantes”). Así se leen las aventuras y desventuras en la cárcel del yo, reconvertida en un hotel de agroturismo. También el tratamiento de lo sublime tecnológico en las anteriores entregas, como el cocinero de comida tecnológica. No otra cosa cabe esperar de un autor para el que –a diferencia del presocrático- no es el agua, sino la Coca-Cola, el principio de todas las cosas. Un brebaje que propicia, a decir suyo, una escritura amoral, remitiéndose a Goethe en cita de Morrissey: “La vida y el arte son dos cosas distintas, por algo una se llama vida y la otra arte”. Lo que le lleva a condenar el arte político. Aunque siempre queda la duda de si la cosa acabó así por no haber encontrado el joven Agustín aquella programación televisiva que buscaba inútilmente en Mundo Obrero.
Estamos, no ante el cierre de una trilogía, sino en un momento de su metamorfosis. A mi juicio, Nocilla Lab no sólo es la mejor de las tres sino que, sobre todo, es muy diferente a las otras. De ahí la posible extrañeza de los lectores ante un libro que mezcla texto, imágenes y comic en una deriva imprevisible a través de la postrera cita, demasiado evidente para ser cierta, como esas huellas hermenéuticas que el piel roja AFM va dejando para después, caminando sobre ellas, ir en dirección contraria. Quizá la clave de este proceder se encuentre en la atinada observación de Vicente Luis Mora relativa a que en la ciberliteratura los libros propiamente no se escriben sino que se diseñan. Es decir, que para leerlos en profundidad es preciso atender a su “versión extendida”.
La crítica habitual encontrará aquí sin problemas las razones biográficas y aún estilísticas de escrituras anteriores. Pero su versión extendida, el auténtico making of del PROYECTO NOCILLA, está en la película. Realizada con medios domésticos, que se detallan en los créditos, no obsta para que se presente en ella el PROYECTO con el gigantismo oscilante propio del estilo de las Majors. No es para menos. Aunque una fina ironía nos saca de la previsible iconografía kitsch del Daily Planet de Smalville para situarnos en el inquietante comienzo al estilo Cabeza borradora de Lynch. Por breves momentos. Luego vienen solapamientos melancólicos de la Mayor Kusanagi y Michi Panero, imágenes de contraste de la visita de Ike a Franco.
La impostada deriva situacionista a lo Debord queda aquí referida al paso gimnástico de Agustín. Uno de sus momentos culminantes es el instante Kubrick en que lanza sus deportivas al aire para colgarlas en el mítico árbol. El muchacho errante de Gingsberg se convierte en el Allie urbano de Jarmusch, que cuenta su historia uniendo los puntos al azar. ¿Buscar una historia en las Nocillas, en la película? ¿Por qué, si la vida misma no tiene argumento?.
Mi consejo es que se empiece a ver la película cuando hayan acabado los créditos, el momento en que la gente se levanta para abandonar la sala o ir a la nevera. Ahí comienza el making of del reverso, que sitúa el proyecto, no en una aparente desnortada autoficción, sino en el reverso de la atmósfera generosa de un empeño colectivo patente en las entrevistas clarificadoras de amigos que reflexionan sobre la (su) obra. Y que lo celebran como es debido, pues la ocasión lo merece.
sábado, 3 de octubre de 2009
viernes, 25 de septiembre de 2009
viernes, 18 de septiembre de 2009
sábado, 12 de septiembre de 2009
Sobre la muerte del autor
Yo había sido un buen frankfurtiano hasta que leí un libro sobre el surgimiento de la nueva izquierda que les confinaba a ser una empresa académica. Incluso daban fecha y circunstancia: el momento en que aquella estudiante exhibió sus pechos desnudos en la asamblea como argumento a un desconcertado y congestionado Adorno. ¡Yo he preconizado la revolución, pero no he dicho que fuera un revolucionario – explicaba el sudoroso mártir!. Lo dicho: un asunto académico. La empresa fue de mal en peor, aunque se observan algunos brotes verdes. No lograron reciclarse con inventos parecidos al de Sloterdijk, capaz de encontrar la piedra filosofal de una “izquierda heideggeriana”, un magnífico oxímoron.
Pero no quiero apalizar con un subgénero literario deleznable, el de aquellos que ironizan sobre una juventud llena de buenas intenciones desde una madurez repleta de cinismo. Esos libros sencillamente me repugnan. Y no menos cuando lo leo en blogs de queridos compañeros y admirados escritores.
Hay algo que no se puede negar y es el intento de aquel pensamiento negativo por estar a la altura de su tiempo. Su fallo consistió en su incapacidad programática para convertirse en positivo. Pero no sólo en el terreno de la acción, sino del pensamiento mismo. No basta con ser pesimistas teóricos y optimistas prácticos. El riesgo es muy grande: acabar convirtiéndose en araña hermenéutica que hinca el diente a todo lo que pasa por su tela.
Hay otro modelo de pensamiento negativo que parece instalado hoy en los más jóvenes, y es que cada vez que hablan de algo nuevo lo nombran con términos negativos tomados de la publicidad trasnochada de sus mayores, repitiendo la vieja cantinela de la muerte de…Pues de marketing, no de rigor intelectual, se trataba y se trata, señores. Así el tópico de la “muerte del autor”, algo comparable, por compañero, a la “muerte del sujeto”. Cuando el sobrevalorado Barthes hablaba de ella estaba en su auge el “cine de autor”, allí en su misma casa, o en la de al lado, como lo manifiesta con rendida admiración en su carta (magnífica, todo hay que decirlo) a Antonioni. ¿No estaría indicando más bien la necesaria muerte de la semiología para la imagen? ¿O poniendo en duda que deba existir algo así como una “narrativa audiovisual”? El propio Antonioni decía con sonrisa de conejo que para ser un director de la incomunicación comunicaba muy bien (a juzgar por los premios).
Normalmente, cuando se hace extensible la muerte del finado a la literatura, se suele acumular, en loable actividad de escarabajo pelotero, otro tópico: la muerte del “genio romántico”, un supuesto referente suyo. El creador aislado, solitario, pobre, que no se entera. ¿De qué romanticismo están hablando? Hölderlin escribía desolado que parece que sólo se leyeran entre ellos, pero era una queja, no un regodeo en su soledad. De hecho, escribían cartas, billetitos etc., sin parar ¿Hablamos de los novelistas románticos franceses, verdaderos águilas antecesores de la SGAE?
Ni ha habido ni hay muerte del autor. Más aún, desconfíen cuando les propongan una nueva modalidad del timo, el negocio de “creación colectiva”. Otra estrategia de marketing de autor. Lo que hay es la suma de esfuerzos individuales, de autores, más o menos enredados o enrizomados. Pero nada de sabiduría, alquimia de multitudes y cosas parecidas que venden algunos buhoneros digitales.
Pero no quiero apalizar con un subgénero literario deleznable, el de aquellos que ironizan sobre una juventud llena de buenas intenciones desde una madurez repleta de cinismo. Esos libros sencillamente me repugnan. Y no menos cuando lo leo en blogs de queridos compañeros y admirados escritores.
Hay algo que no se puede negar y es el intento de aquel pensamiento negativo por estar a la altura de su tiempo. Su fallo consistió en su incapacidad programática para convertirse en positivo. Pero no sólo en el terreno de la acción, sino del pensamiento mismo. No basta con ser pesimistas teóricos y optimistas prácticos. El riesgo es muy grande: acabar convirtiéndose en araña hermenéutica que hinca el diente a todo lo que pasa por su tela.
Hay otro modelo de pensamiento negativo que parece instalado hoy en los más jóvenes, y es que cada vez que hablan de algo nuevo lo nombran con términos negativos tomados de la publicidad trasnochada de sus mayores, repitiendo la vieja cantinela de la muerte de…Pues de marketing, no de rigor intelectual, se trataba y se trata, señores. Así el tópico de la “muerte del autor”, algo comparable, por compañero, a la “muerte del sujeto”. Cuando el sobrevalorado Barthes hablaba de ella estaba en su auge el “cine de autor”, allí en su misma casa, o en la de al lado, como lo manifiesta con rendida admiración en su carta (magnífica, todo hay que decirlo) a Antonioni. ¿No estaría indicando más bien la necesaria muerte de la semiología para la imagen? ¿O poniendo en duda que deba existir algo así como una “narrativa audiovisual”? El propio Antonioni decía con sonrisa de conejo que para ser un director de la incomunicación comunicaba muy bien (a juzgar por los premios).
Normalmente, cuando se hace extensible la muerte del finado a la literatura, se suele acumular, en loable actividad de escarabajo pelotero, otro tópico: la muerte del “genio romántico”, un supuesto referente suyo. El creador aislado, solitario, pobre, que no se entera. ¿De qué romanticismo están hablando? Hölderlin escribía desolado que parece que sólo se leyeran entre ellos, pero era una queja, no un regodeo en su soledad. De hecho, escribían cartas, billetitos etc., sin parar ¿Hablamos de los novelistas románticos franceses, verdaderos águilas antecesores de la SGAE?
Ni ha habido ni hay muerte del autor. Más aún, desconfíen cuando les propongan una nueva modalidad del timo, el negocio de “creación colectiva”. Otra estrategia de marketing de autor. Lo que hay es la suma de esfuerzos individuales, de autores, más o menos enredados o enrizomados. Pero nada de sabiduría, alquimia de multitudes y cosas parecidas que venden algunos buhoneros digitales.
viernes, 11 de septiembre de 2009
lunes, 7 de septiembre de 2009
viernes, 4 de septiembre de 2009
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