Es una palabra alemana que nació en medio del sentimental siglo XIX y se extendió después a todos los idiomas. Pero la frecuencia del uso dejó borroso su original sentido metafísico, es decir: el kitsch es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable." (Kundera. La insoportable levedad del ser)
martes, 27 de octubre de 2020
el humanismo digital de bankia
Es una palabra alemana que nació en medio del sentimental siglo XIX y se extendió después a todos los idiomas. Pero la frecuencia del uso dejó borroso su original sentido metafísico, es decir: el kitsch es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable." (Kundera. La insoportable levedad del ser)
domingo, 18 de octubre de 2020
martes, 13 de octubre de 2020
jueves, 8 de octubre de 2020
éxito
“La mañana del 16 de abril, el doctor Bernard Rieux, al salir de su habitación, tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera” (Camus. La peste)
martes, 6 de octubre de 2020
¿Una nueva edad oscura?
El interés por este libro
se debe, en mi caso, a una mezcla de confusos sentimientos. El título me
resultaba disuasorio porque recuerda, demasiado, a otros alegatos
antitecnológicos. Pero el autor es James Bridle, inventor del término y
proyecto “Nueva Estética” que he seguido desde hace años en este blog. Bruce
Sterling lo puso en circulación con la afortunada frase de que se trataba de “la
erupción de lo digital en lo físico”. Una de la tesis expuestas en la web de Bridle
era que el objeto de la pixelación de lo físico en lo digital respondía al
intento de hacer visible lo invisible. Como desarrolló en “La nueva estética y
su política” la tecnología es en sí política, luego hace falta seguir otro
camino en estética y hacer “una crítica de la crítica”. Esa crítica, lo
adelanto, se refiere a la crítica tradicional basada en lo dialéctico y lo
binario. La nueva estética confunde, reconoce Bridle, porque no usa la palabra
en sentido clásico: sensibilidad y belleza; emplea el lenguaje de aquello que
ya está politizado como son las redes y utiliza sus recursos. Se comunica, no
hablando sobre imágenes, sino creándolas y mostrándolas. En definitiva, afirma,
lo primero que tiene que hacer uno que quiera que dedicarse a la nueva estética
es aprender a programar. Lo demás es una pérdida de tiempo pues el no
alfabetizado digitalmente lo único que mira es “el dedo pixelado” (destacando
sus insuficiencias) y no hacia lo que apunta. Y, entonces, se pregunta él
mismo, ¿por qué ha escrito el artículo? Una contradicción, reconoce, otra más
de nuestra época. De hecho, él proviene del ámbito de la escritura.
Con estos antecedentes
era difícil ubicar el libro como tal en su proyecto. Y de hecho la expresión y
consideraciones sobre la “nueva estética no aparecen en él. El libro es pura
política, pero ¿de qué?. Si en el proyecto se trataba de hacer visible lo
invisible aquí, en el libro, se constata que es poco menos que imposible ya que,
precisamente, la edad oscura en la que estamos sobreviene por el exceso de
visibilidad que invisibiliza todo, como una luz blanca cegadora. Según él,
estamos entrando en una nueva edad oscura por el fracaso de la Ilustración: el
exceso de conocimiento ahoga el pensamiento, la sobreabundancia habría acabado
con él. Tesis que recuerdan los viejunos discursos sobre la sobreabundancia de las imágenes. La
cita que hace de Lovecraft sobre que vivimos en “medio de los negros mares de
la infinitud” nos pone sobre la pista del romanticismo oscuro de contexto por
el título. Pero, insiste, menos mal, esto no tiene nada que ver con el nihilismo. Recalca que no va contra la
tecnología pues sería como ir contra
nosotros mismos. El libro lo que pretende, en definitiva, es repensar las
metáforas de la tecnología, ese encantamiento, porque “la tecnología no
consiste en la mera creación y uso de herramientas: es la creación de
metáforas”. No puedo estar más de acuerdo pues me he pasado décadas criticando
el uso de las “metáforas digitales” y cada vez que sigo leyendo “humanidades
digitales” me doy cuenta de que la batalla está perdida.
El libro hace, pues, un
diagnóstico expresado en el título, un análisis de casos concretos que lo
apoyan y que ocupa la mayor parte de los capítulos, despistando a algunos sobre
su finalidad y, finalmente, una propuesta que me gustaría destacar: “apodernarnos
de la zona gris”. Esa que hay entre la sobreabundancia de las tecnologías y las teorías simples, a menudo paranoicas,
sobre ellas. Me parece que hoy día el planteamiento es inverso al cartesiano: no
reducir lo complejo a lo simple sino lo simple a lo complejo. Se trataría, entonces, de “vivir conscientemente en la zona gris”. De
modo que “esta afirmación podría ser la moraleja de este libro: una denuncia
irrefutable de nuestra capacidad de ignorar o buscar más información de primera
mano, cuando el problema no está en lo que sabemos o dejamos de saber, sino en
lo que hacemos”. Esa zona gris podría ser la de una “nueva estética” de las
tecnologías que responda a una necesidad
antigua, aquella que Herder cifraba diciendo
que el auténtico arte es la unión de saber hacer y poder hacer.