viernes, 1 de mayo de 2020

los miserables 2




Una película entre un documental y una novela: 365 jours à Clichy Montfermeil (2007) del mismo autor Ladj Ly y Los Miserables (1862) de Víctor Hugo; entre dos imágenes, la estremecedora que cierra el primero a modo de balance final y concluye que la muerte de los dos jóvenes no ha servido para nada, la de Cosette, de Émile Bayard, ilustrando la novela de Hugo, recogida en las versiones fílmica y canora, capaz de conmover a cualquiera, icono de la niñez maltratada, de los románticos miserables. En el documental, cámara al hombro, con imágenes visuales movidas, ira sonora entrecortada, crepitar incendiario de coches, evasivas de políticos, Ladj Ly refleja los disturbios y situación posterior a 2005. Da voz e imagen a una versión distinta de la facilitada por el ministro de Interior Sarkozy, allí presente, que sacó un buen rendimiento político del comportamiento de aquellos que calificó como “chusma”. La potencia de las imágenes visuales y sonoras es extraordinaria. Al menos eso queda.


La película de 2019 se sitúa en el día después del documental y la novela constatando el poli “bueno” que 2005 no sirvió para nada, si acaso dejó más ruina, y comprobando en la visita por el barrio de Montfermeil, lugar donde se escribió Los miserables, que aparte de un instituto con su nombre, no parece haber cambiado mucho desde 1862. Pero sí que ha cambiado respecto a la novela y la película canora de 2012: no hay un tomorrow. 


Siendo una película multipremiada lo que más me sorprende de entrada es la ausencia de una pornografía emocional, por utilizar la crítica expresión de Godard referida a Hiroshima mon amor. Entiendo por pornografía emocional un proceso manipulador consistente en el deseo irrefrenable de mostrar lo emocionado que uno está e intentar provocar en el espectador o lector buenos sentimientos identificatorios. Es una forma de embrutecimiento totalitario, con las mejores o peores intenciones, contrario al principio de la responsabilidad estética: ayudar a conocer, saber, tener criterio y capacidad de decidir. Lo contrario a las categorías obsoletas de espectador o lector. 

jueves, 30 de abril de 2020

viernes, 24 de abril de 2020

jueves, 23 de abril de 2020

miércoles, 22 de abril de 2020

sábado, 18 de abril de 2020

muy recomendable



La serie, muy buena, el tráiler, todavía mejor.

jueves, 16 de abril de 2020

Cultura visual 3



Sergio Martínez Luna es consciente del riesgo de esencialismo al plantear al comienzo “en sentido fuerte la pregunta acerca de qué es una imagen” (28) pero acaba esbozando una muy interesante “teoría crítica” (230) llena de matizaciones. Estas vienen propiciadas por el giro que observa de lo representativo a lo performativo (15) con la digitalización analizando minuciosamente en el libro sus consecuencias. Las imágenes digitales “constituyen” (51)la realidad con lo que se borra la frontera entre representación y realidad; no permiten identificar lo material con lo físico como se daba a entender cuando se insistía en la desmaterialización de las mismas; se diluye la diferencia entre imagen fija y en movimiento como ocurre en el cine posnarrativo (21) que tan bien ha analizado Horacio Muñoz Fernández; nos reafirman en que “la experiencia de la imagen es corporal” (196), háptica. Este libro es muy consciente de la dificultad, por su complejidad, de elaborar una estética de los imaginarios vigentes en la siempre época de las nuevas tecnologías. Y es de obligada lectura para quien quiera conocer los entresijos de esa transición en la que estamos. Su propia forma estilística, escasa de punto y parte y llena de punto seguido, es un reflejo de ello.


Vuelvo al comienzo de estas entradas para pensar esa transición en un diálogo entre dos comienzos de siglo: ya no se trata, como la generación del 14, de preguntarse solo con conceptos por nuestro ser-en-el-mundo sino de pensar nuestro estar en el mundo en imágenes.  Las imágenes, en su pluralidad, son nuestra forma de estar en el mundo. Ese pensar es una experiencia poliestética ya que no existen imágenes visuales sino corporales y es un error que se arrastra identificar lo icónico con lo visual, perdiendo, perdiéndonos en las otras imágenes, sin saberlo, sin “gustarlas” (sapere).