Una película
entre un documental y una novela: 365 jours à Clichy Montfermeil (2007)
del mismo autor Ladj Ly y Los Miserables (1862) de Víctor Hugo; entre
dos imágenes, la estremecedora que cierra el primero a modo de balance final y
concluye que la muerte de los dos jóvenes no ha servido para nada, la de Cosette,
de Émile Bayard, ilustrando la novela de Hugo, recogida en las versiones fílmica
y canora, capaz de conmover a cualquiera, icono de la niñez maltratada, de los románticos miserables. En el documental, cámara al hombro, con imágenes visuales movidas, ira
sonora entrecortada, crepitar incendiario de coches, evasivas de políticos, Ladj
Ly refleja los disturbios y situación posterior a 2005. Da voz e imagen a una
versión distinta de la facilitada por el ministro de Interior Sarkozy, allí
presente, que sacó un buen rendimiento político del comportamiento de aquellos
que calificó como “chusma”. La potencia de las imágenes visuales y sonoras es
extraordinaria. Al menos eso queda.
La película de
2019 se sitúa en el día después del documental y la novela constatando el poli “bueno”
que 2005 no sirvió para nada, si acaso dejó más ruina, y comprobando en la visita
por el barrio de Montfermeil, lugar donde se escribió Los miserables,
que aparte de un instituto con su nombre, no parece haber cambiado mucho desde
1862. Pero sí que ha cambiado respecto a la novela y la película canora de
2012: no hay un tomorrow.
Siendo una
película multipremiada lo que más me sorprende de entrada es la ausencia de una
pornografía emocional, por utilizar la crítica expresión de Godard referida a Hiroshima
mon amor. Entiendo por pornografía emocional un proceso manipulador
consistente en el deseo irrefrenable de mostrar lo emocionado que uno está e intentar
provocar en el espectador o lector buenos sentimientos identificatorios. Es una
forma de embrutecimiento totalitario, con las mejores o peores intenciones,
contrario al principio de la responsabilidad estética: ayudar a conocer, saber,
tener criterio y capacidad de decidir. Lo contrario a las categorías obsoletas
de espectador o lector.
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