“La imagen debe ser como una radiografía: asusta o tranquiliza” (J.L. Godard)
En mayo de 1982 Wim Wenders convoca en la habitación 666 de un hotel de Cannes a varios directores para hablar sobre el futuro del cine. A solas, frente a la cámara, diez minutos. Se nota una cierta incomodidad por este hecho: ahora están delante y nadie detrás de la cámara. Unos se preguntan qué hacen ahí, otros no paran quietos y hay quienes se agarran al tabaco como náufragos. El guión de las preguntas gira en torno a la presumible muerte del cine, uno de los temas recurrentes de Wenders en sus road movies.
La idea es buena, el resultado discreto. Parece como si estuvieran desganados, más bien, con ganas de irse pronto, oscilando entre el tono monocorde y crepuscular de Godard, parapetado en el humo de su caliqueño, y la espantada de Fassbinder, pasando por un voluntarioso y lúcido Antonioni, que se apunta al bombardeo de las nuevas tecnologías, y el discurso prolijo y prosaico de recaudador que hace Spielberg sobre el futuro del cine (de su cine) y la pela. Esperanzador, pese a la crisis, como ha podido verse después.
Está claro que, en general, se sienten incómodos teorizando ante la cámara. Es una lástima. Y éste es el motivo de mi primera reflexión, referida al contexto. Se ha dicho que el siglo XXI nació en los años ochenta del siglo pasado: nuevas tecnologías, caída del muro de Berlín, ideologías del post, neo, lo inmaterial, ser digital…Importa menos saber si es cierto o no que el constatar cómo algunos teóricos lo siguen repitiendo, no sabemos hasta cuándo. En esta cinta la cosa va del post-cine. Pero el creador Wenders lo desmiente con su propia obra, y con el guiño irónico repetido de la imagen del cedro de Líbano de 150 años, que ha visto de todo, y que se cuela entre los cansinos discursos.
Decía que es una lástima, porque sus creaciones siguen interesando, y mucho, mientras que los referentes teóricos de los 80 se han vuelto inanes, convertidos en autoficción. Estoy convencido de que la reflexión debe surgir de la creación y no superponerse a ella, fagocitándola. Por ello, me interesa más la frase de Godard citada al comienzo que otros volúmenes que hablan de todo menos de cine.
Con todo, me voy a permitir contraponerla a otra suya en la que repite un tópico: el cine debe decir lo invisible, lo increíble. Casi es una variante de Klee: el arte debe hacer visible lo invisible. A comienzos del siglo XX era, tal vez, un reto, hoy día se ha convertido en la maldición de lo obvio. Sigamos viendo imágenes. Algo en la película nos hace reflexionar: el director turco Yilmaz Güney no puede dar su testimonio en persona, sólo grabado, al estar perseguido por la dictadura turca. Su foto queda pegada en esa televisión sobre la que se discute si va a acabar o no con el cine. Ahora es todo tan evidente que sólo hace falta la valentía de nombrarlo.
Mi reflexión final:
El arte de hacer visible lo invisible es actualmente el arte de hacer invisible lo visible. Por ello, la tarea del arte contemporáneo debería ser la de hacer visible lo visible.
"Posiblemente la imagen siempre haya necesitado de la palabra para hacerse significativa, para hacerse patrimonio común. No sé. Lo que parece seguro es que todas esa abstracciones y visiones de los artistas actuales, todas esas rebeldías suyas, en vez de desenmascarar la realidad discursiva, fabricada a la sombra de los valores establecidos por el poder, refuerzan esa realidad postiza, interesada, sumisa al poder; y lo hacen sirviéndose de toda esa palabrería teórica que se levanta sobre la nada. Lo que parece seguro (y grave) es que para que una imagen adquiera sentido ya no se recurre hoy a la palabra sino a toda esa charlatanería de los expertos, de los animadores culturales, de los sabihondos del Arte.
ResponderEliminarPiensenlo. A pesar de la tan proclamada "cultura de la imagen", basta estar al tanto de las últimas exposiciones de éxito para darse cuenta del predominio de lo teórico sobre lo visual y de la dependencia que mantienen las manifestaciones artísticas del momento con esa delirante palabrería crítica que le da cobertura y propaganda. El requisito de un catálogo que diga lo que la obra en sí misma es incapaz de decir y la supeditación de toda esa farfolla académica (catedras de filosofía, museos de arte contemporáneo, suplementos culturales, etcétera) se han hecho cada vez más necesarios para poder eludir el relativismo moral, el juicio del todo vale, que es el único juicio estético posible desde que el arte dejó de ser portador de misterio, conciencia de lo sagrado y añoranza de lo absoluto" Señor Liendres.
(¿qué le parece?)
SyM
Estoy de acuerdo con el texto citado en que la "cultura de la imagen" actual deja mucho que desear. Pero no que la disyuntiva al "todo vale" sea que el arte recupere el ser "portador del misterio, conciencia de lo sagrado y añoranza de lo absoluto". Entre otras razones, porque la publicidad en torno al arte contemporáneo ya se ha hecho cargo también de ello, y figura como etiqueta de venta. A ello me refería en el post "yo adoro al absoluto...."
ResponderEliminarVolviendo y bajando a la película: La volví a ver hace poco, en DVD.
ResponderEliminarMis impresiones son las siguientes, a grandes rasgos:
-La idea me parece muy buena, arriesgada (porque hacer prospecciones no tiene mucho sentido) y divertida.
-El resultado es para mí muy tibio. No por culpa de Wenders.
-Godard, como no podía ser menos en una persona de su formación estética y política, desgrana todos los tópicos que no tardaron muchos años en desmoronarse. Su actuación es espcialmente pesada para mí, la retórica del catedrático francés de Gran Escuela (Godard, ¡Quién lo iba a decir!)
-Sin duda los más frescos son Morrisey, cuya actuación muy "americana", haciendo incapié en positivo en el poder de la televisón, da un contrapunto acertado y lúcido frente a farragosas visiones teóricas de futuros calamitosos y apocalípticos. Y Spielberg, que dando la nota a más no poder habla de dinero y sólo de dinero. El futuro demostró que ambos son los únicos que aciertan de pleno; el resto, tangencialemnte, o de casualidad; y para eso cuando aciertan.
-la manera de hacer presente al perseguido Guney, con su foto pegada al televisor y su voz sonando en el casette mientras la habitación está vacía, me parece genial, conmovedora y terrorífica a más no poder; terror en estado puro. El terror que parte del concepto o la idea.
-la imagen del árbol me gusta, tal como está insertada, rescata a la película del simple documento para darle un vuelo un poco más ficcional (sin serlo). Además, un árbol atrapado entre dos autopistas es metáfora de muchas cosas; entre otras, del futuro del cine del que se hablaba en esa película.
Gracias José Luis, un magnífico post.
Agustín
PD: por cierto, de tu post Movimiento en Falso 1 y 2 no entendí gran cosa. Ya me lo explicarás cuando nos veamos en torno a un mil hojas de carne de vaca flaca.
Que sea pronto Agustín. Cuando me pongo delante del mencionado plato me viene siempre a la mente la sabia sentencia de Mao Tse-Tung: “Dejad que florezcan mil flores”.
ResponderEliminarCoincido totalmente con tu valoración de Room 666. Respecto al árbol, un hermoso cedro del Líbano sí, pero el problema es que ya no los consigo ver si no es con zapatos colgando. Será cosa de afinidades electivas. Lo de la radiografía iba por ti y por Jordi.
Respecto al post "movimiento en falso": es un montaje un poco embarullado sobre la imposibilidad de ser romántico hoy, pero también de dejar de serlo. Esperemos a que florezcan pronto los milhojas para seguir con ello.
Un abrazo fuerte.
Ok, José Luis. A ver si el encuentro se da pronto. Un abrazo.
ResponderEliminarAgustín