lunes, 10 de agosto de 2009
Los sí-lugares
Llama la atención que aquellos que reclaman (con todo derecho) un pensamiento, una narrativa, e incluso una poesía, a la altura de nuestro tiempo tecnológico, sigan manteniendo como fetiches conceptos, metáforas e imágenes radicalmente obsoletas. Una de ellas es la del no-lugar. Su definición por negación tiene como referente algo que ya hizo crisis muchos años antes en estética y arquitectura: el lugar natural. ¿Son realmente no-lugares los aeropuertos, las estaciones, los túneles, las grandes superficies, los aparcamientos....? Si hasta los cristianos afirman que la vida es un tránsito.
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Querido José Luis, realmente eres el más inococlasta de los pensadores que conozco. Pero hombre, no machaques al pobre Augé, que se encontró con un éxito desmedido por la mera aplicación de un concepto o más bien metáfora antropológica. Los no-lugares no son "lugares diferentes de los otros", sino lugares donde nos comportamos de modo diferente.
ResponderEliminarEsta habitación desde la que escribo es rentada, alquilada, luego entonces es de tránsito. Si nos ponemos así, todo es de tránsito, salvo para los minerales, y ello dependiendo del humor de los terremotos. Hum. No es lo mismo, a mi juicio, permanecer en un lugar durante unos años que durante unos segundos u horas. La relación con el entorno es diferente, sobre todo cuando esos lugares están diseñados urbanística y arquitectónicamente para el tránsito rápido de miles o centenares de miles de personas.
No creo que la metáfora del no-lugar sea obsoleta, como nunca lo son las creadas por oposición: alimentan y enriquecen lo que tenemos al mirarlo desde aquello que no tenemos. Aunque sea inventado. Aunque sea innecesario (si nos ponemos estupendos, nada es necesario, ni el pensamiento ni la vida ni el hombre). Olvidémonos de la palabra no-lugar, José Luis, y pensemos por qué el aeropuerto ha sido desde la sociología, la literatura, los cultural studies, el cine, la arquitectura, la antropología y cierta filosofía (pienso en Zizek) la metáfora perfecta para simbolizar la soledad grupal y el nomalismo errante del ser contemporáneo (véase Maffesoli, por ejemplo). No lo llames no-lugar, si no te gusta el término, pero ahí, en los aeropuertos, hay algo que nos explica. Para mí no es causal que apenas existan en la literatura de finales del XX, más que como escenario pasajero, y que en el 21 abunden de una manera espectacular tratados por sí mismos y con cierta extensión: pienso en las últimas novelas de Germán Sierra, Juan Trejo, Agustín Fernández Mallo, Juan Francisco Ferré, Juan José Millás y en el último libro de cuentos de Mercedes Cebrián. En La luz nueva incluyo más ejemplos. Su poder simbólico ha llegado incluso a la poesía; yo les dediqué un poema en mi primer libro, de 1999, y este mismo año todavía hay ejemplos: “No hay mucha diferencia / entre un aeropuerto / y un hospital. // En cualquiera de los dos lugares / uno siempre espera cualquier muerte”; Francisco Ruiz Udiel, “Alguien aguarda un suceso inminente”, Alguien me ve llorar en un sueño; La Garúa Libros, Santa Coloma de Gramenet, 2009, p. 37. Esta coincidencia temática, casi obsesiva, en la que no sólo se utiliza el aeropuerto sino que se reflexiona ideológica y sociológicamente sobre él (Sierra o la próxima novela de Ferré), da que pensar. A mí me da que pensar, José Luis.
No le llamemos no-lugar, si quieres. Pero busquemos otro nombre, porque nos va a hacer falta.
Querido Vicente, aceptaré gustoso lo del “más iconoclasta” si ello no me indispone con alguno de tus filósofos hispanos de cabecera, acreedores con más méritos que yo a este preciado apelativo, que se disputan agriamente con los artistas. En realidad, todo proviene de un malhumor. Todos los años me recluyo en agosto en una clínica de adelgazamiento cultural con el fin de perder algunas ideas y, especialmente, muchas metáforas que se han ido acumulando a lo largo del tiempo, formando unos michelines que antes eran señal de pertenecer a una clase privilegiada, pero que ahora resultan antiestéticos. Y esa pérdida casi duele tanto como las proustianas pasadas por el moquero de Benjamín. Y es que (al menos a mí) nos gustan las metáforas más que la tiza al tonto. No en vano Blumenberg demostró que la historia de la filosofía estaba hecha de ellas, no de ideas, como se pensaba.
ResponderEliminarA todo esto se añade que tengo una debilidad por aeropuertos, cuartos de hoteles, estaciones, grandes almacenes (No he salido de “El placer de las damas”, Zola 1883), y hasta he recibido con alborozo que podré circular más despacio por el túnel del Guadarrama debido a un radar que acaban de instalar para controlar la velocidad. Lo de los aeropuertos es ya un vicio. Salgo de casa antes de que pongan las aceras con el fin de disfrutar más tiempo del espectáculo. Y cada vez maldigo en Barajas al que se le ocurrió quitar los bancos. Pero el festín de imágenes visuales y sonoras compensa todo. Luego, no me acuerdo de nada, ya está todo dentro. Me he alimentado de imágenes. Al leer tu “Circular” experimenté un placer parecido.
No puedo aducir que tomo notas para una hipotética novela que soy incapaz de escribir, ni tampoco me pongo ombliguero elevando mi estancia aeroportuaria a condición humana. Simplemente soy como los viejos apoyados en la cachaba que disfrutaban viendo pasar al personal en los pueblos. Y este disfrute es lo que agradezco a artículos como los que Agustín Fernández Mallo publicó hace tiempo en “El País” sobre aeropuertos. Otra cosa es la teórica que a veces se imparte. Entre nosotros, lo de la “existencia nómada” de los posmodernos siempre me ha parecido una coña marinera que no resiste el más mínimo análisis conceptual. En un raro ataque de lucidez Baudrillard confesó en “Moralidades posmodernas” que era un invento de los que se pasaban el rato de aeropuerto en aeropuerto entre bolo y bolo. Y Canclini le acaba de poner los puntos sobre los verdaderos nómadas de la inmigración.
¿Es el aeropuerto un no-lugar? ¡No me fastidien! Que un entierro no sea un boda y nos comportemos de modo diferente no lo convierte en otro no-lugar. Para mí el aeropuerto es tan lugar como “El camino del campo” de Heidegger, paradigma donde los haya de lugar natural. ¿Que cómo lo llamamos? Aeropuerto. Lo más difícil no sigue siendo poner nombres a las cosas, como se decía, sino mostrarlas, y para eso estáis vosotros, tú y los que mencionas.
Abrazos
José Luis, te sigo viendo malhumorado, y créeme que tengo pocos filósofos españoles de cabecera, en realidad sólo tengo uno y eres tú, entendiendo por cabecera el filósofo al que siempre se sigue, hasta en su blog, y al que más se cita. Que utilice citas sueltas o algunas teorías de algunos (porque hay cosas interesantes en muchos pensadores españoles actuales, por fortuna) no los convierte en mis progenitores. De hecho, alguno de esos que estás pensando, por ejemplo, apenas aparece por mi tesis, lugar donde -finalmente- todos los padrinazgos, patronazgos y padrenuestros quedan desvelados. En fin, no te enfades conmigo, que yo lo más que hago es tributarte admiración. Y pública, lo que -piénsalo, ya que me sigues hasta en el blog, que es vicio lo tuyo- sólo hago contigo.
ResponderEliminarBien, solicitado el perdón por algo que debo haber hecho pero que ignoro, José Luis, vamos a debatir, que es una cosa que me gusta (todavía) más que leer a filósofos iconoclastas. Me gustaría concordar contigo, decir pelillos a la mar, decir olvidémonos de ciertas categorías, pero no es tan fácil. Quizá el problema es que tú hablas desde la conceptualización y el análisis filosófico, y yo hablo desde el "campo", entendiendo por campo un triple espectro terminológico: 1) el campo en el sentido de Bordieu, 2) el campo en cuanto realidad literaria palpable, compuesta por textos que hablan sobre un determinado hecho, simbolizándolo y convirtiéndolo en metáfora y 3) el campo en el sentido antropológico, establecido como el lugar donde se hacen los "trabajos de campo" propios de la disciplina.
He estudiado, como tú, antropología, porque para mí -lo sabes, porque me has leído- el concepto de "lugar" es esencialmente importante, como parte del concepto mayor de "espacio". He dedicado al espacio, si me paro a pensarlo, casi todos mis libros, pero especialmente los tres últimos: Pasadizos es un acercamiento estético, Circular 07 uno prosístico, y Tiempo, que te enviaré dentro de un mes, otro poemático. Para construir toda esta obra he leído a muchos filósofos, a otros escritores, a numerosos arquitectos y a muchos antropólogos; Augé ha sido sólo uno más. Podría acercarme ahora a esos libracos subrayados de antropología que tengo por ahí para señalar cómo, para estos pensadores, el tema del comportamiento humano sobre un espacio concreto es muy importante. En realidad, es trascendental para definir qué es una cultura (también lo es para definir qué es una política, palabra que se sustenta etimológicamente en otro espacio, el de la polis). Es cierto que sus reflexiones pueden parecerles demasiado concretas o limitadas, o prácticas, a un filósofo, pero se hacen con una humildad metodológica que mueve a la reflexión: están basadas en la observación, del mismo modo que Aristóteles o Demócrito hacían ciencia mirando la naturaleza. Su mirada, cuyas limitaciones culturales ellos mismos conocen e intentan combatir dentro de sus posibilidades, opera sobre márgenes concretos, siendo siempre el primero el del lugar donde vive la cultura o manifestación cultural estudiada. Porque, para todos ellos, no se entienden ciertas pautas culturales a menos que se conozca el territorio sobre el que se plantean y la relación con él de las personas que han creado la cultura o que están en proceso de crearla.
(sigo en otro comentario, me he pasado de espacio)
(continuación)(sigue el comentario de Vicente)
ResponderEliminarNo sólo Augé ha estudiado como antropólogo los aeropuertos, plazas de transición, estaciones de metro, etc. Lo han hecho muchos otros antropólogos y lo siguen haciendo. Y las pautas culturales que ven en ellos son diferentes; advierten tensiones e inercias sociales ausentes sólo 60 años atrás, apenas un segundo en el reloj de la antropología, acostumbrada a lidiar con enormes períodos de tiempo.
Pero no haría falta siquiera su trabajo. A mí me basta leer todo lo que los escritores, directores de cine, arquitectos (son muy significativos los trabajos de Diller y Scofidio al respecto), pintores y, sobre todos ellos -esto se me olvidó ayer- los fotógrafos, están haciendo sobre estos espacios (ya ni utilizo la metáfora augiana), para darme cuenta de que nosotros, todos, las personas normales, percibimos algo especial en ellos, algo hasta cierto punto monstruoso. Los humanos advertimos inconscientemente su deshumanización. Los humanos artistas nos limitamos a canalizarla, cada uno desde su arte. La aglomeración de arte sobre estos espacios, y la insistencia en todas sus manifestaciones sobre: 1) su frialdad, 2) su relación con modos de vida que -diga lo que diga Canclini, yo me quedo con Bauman- tienden a lo nómada, será que yo vivo fuera, 3) su estructura de alienación personal y de relación con la televigilancia y formas de control (inmigración, cámaras, aduanas, pasillos sólo de ida, etc.), 4) su asociación inmediata con la incomunicación, a pesar de ser lugares de "comunicación de espacios", etc., me hace pensar que estamos ante algo muy distinto de cualquier otro espacio actual. En el campo literario (ahora estoy en el sentido de Bordieu) esto es omnipresente, y cuando advierto tanta unanimidad, el sociólogo intuitivo que llevo dentro me dice que aquí hay gato encerrado.
Me dice que estos espacios tienen ya su propia cultura, creada por la superposición de capas de comportamiento sobre el lugar, y de capas de observaciones artísticas sobre el mismo.
O eso, o miles de escritores, fotógrafos, arquitectos, ensayistas, urbanistas, pintores y cineastas somos gilipollas y nos encanta hacernos los modernos, lo cual también es posible.
Abrazos, José Luis, y gracias por dar la cara siempre y no esquivar nunca el debate. Esa es otra razón por la que para mí eres único.
Vicente, gracias por tu comprensión y amabilidad y especialmente por la oportunidad que ofreces de abrir un debate sobre un tema apasionante. Estoy completamente de acuerdo en que “estos espacios tienen ya su propia cultura “. También en la necesidad de emplear el método de la “observación” para conocerlos. Ahí es donde me parece que ha destacado la nueva literatura en España. Mi discrepancia viene, no por los resultados de la observación, sino por la calificación que lo acompaña. Y así empleas palabras como “monstruoso”, “deshumanización”, “alienación personal”, “incomunicación”. No se trata, aunque lo parezca, de una diferencia en los conceptos (relativamente subsanable) sino en los sentimientos. Lo que de alguna manera forma parte de la vida de uno, aquello de lo que vive y en ocasiones vive, no por ello es donde uno se quedaría a siempre a vivir. Aunque cuando está allí disfrute mucho como es mi caso.
ResponderEliminarCreo (es posible que me equivoque) que estamos ante una reedición de la “falacia naturalista”, de confundir el “es” con el “debe” al presentar los resultados de la observación. Quizá sea muy difícil separar el comprender del juzgar y el conocimiento es siempre estimativo, pero es bueno saber siempre en qué terreno nos movemos si hablamos de sólo “observar”. ¿O se trata de algo más? Abrazos
Vicente, gracias por tu comprensión y amabilidad y especialmente por la oportunidad que ofreces de abrir un debate sobre un tema apasionante. Estoy completamente de acuerdo en que “estos espacios tienen ya su propia cultura “. También en la necesidad de emplear el método de la “observación” para conocerlos. Ahí es donde me parece que ha destacado la nueva literatura en España. Mi discrepancia viene, no por los resultados de la observación, sino por la calificación que lo acompaña. Y así empleas palabras como “monstruoso”, “deshumanización”, “alienación personal”, “incomunicación”. No se trata, aunque lo parezca, de una diferencia en los conceptos (relativamente subsanable) sino en los sentimientos. Lo que de alguna manera forma parte de la vida de uno, aquello de lo que vive y en ocasiones vive, no por ello es donde uno se quedaría a siempre a vivir. Aunque cuando está allí disfrute mucho como es mi caso.
ResponderEliminarCreo (es posible que me equivoque) que estamos ante una reedición de la “falacia naturalista”, de confundir el “es” con el “debe” al presentar los resultados de la observación. Quizá sea muy difícil separar el comprender del juzgar y el conocimiento es siempre estimativo, pero es bueno saber siempre en qué terreno nos movemos si hablamos de sólo “observar”. ¿O se trata de algo más? Abrazos
[Respuesta de Vicente, 1]
ResponderEliminarEs que creo que algún tipo de falacia tiene que haber, José Luis, sea cual sea la operación que desarrollemos. Me explico: puede darse la falacia naturalista a la hora de presentar (¿científicamente? ¿Pero la ciencia no era otra ficción, otra falacia, otra aproximación incompleta?) los resultados. Y si no es esa falacia, llegará la falacia de la representación: los artistas "recrearemos" los espacios, los reconstruiremos, pero sólo un realista ingenuo (entre los que ni tú ni yo nos encontramos) diría que el mapa es el territorio o que la representación coincide con la realidad. Tampoco la representación filosófica lo consigue, presa del giro lingüístico y de la radical inaccesibilidad de los elementos idiomáticos mediante los que se expresa. Seamos filósofos, antropólogos, escritores o científicos, siempre va a existir un límite intangible de aproximación, que ni siquiera la supuesta objetividad de la ciencia puede derrotar (para algunos científicos, como sabes, la ciencia es incluso la que menos puede acercarse, pero ese es otro tema).
Puedo parecer pesimista antropólogico cuando digo que nuestra incertidumbre es estructural, que no podemos conocer, que estamos condenados a ser idiotés en el griego sentido de la palabra, pero en realidad para mí es algo revelador de un notable optimismo, porque creo que no importa, creo que esa inaccesibilidad última al conocimiento, o a la representación del conocimiento, al modo exacto de presentar los resultados del magro conocimiento adquirido, o a la objetividad del conocimiento, es una característica humana esencial y por ello es una riqueza. Apelas a los sentimientos, y esa es otra riqueza más: yo siento algo diferente en esos espacios, entrando en tu lógica, y por ello -insisto- son para mí distintos.
[Respuesta de Vicente, 2]
ResponderEliminarAcepto que tú no lo sientas, que incluso te gusten (a mí también, pero para observar un rato; a las pocas horas su vacío me recuerda el mío propio) y concedo que por ese motivo no los entiendas distinguibles de los demás, ni terminológicamente ni de ninguna otra forma. Pero mi angustia real, junto a la angustia real -supongo y, si no, da igual- de otros artistas, ha creado una estratificación cultural tremenda sobre estos espacios, una hipersimbolización que, a mi modesto entender, apela a la necesidad de una nominación, de una conceptualización terminológica que los singularice, aunque sólo sea una singularización básica, frente a otros espacios no tan hipersimbolizados. Incluso así, en el límite mínimo de la operación intelectual diferenciadora, siguen siendo distintos. ¿No es el hecho mismo de esta conversación una viva muestra de que si estamos hablando sobre ellos es porque hay algo de lo que hablar, que todos los lectores entienden de inmediato, incluso instintivamente? Sí, este es un argumento sofista, te lo concedo. Y también te concedo que la definición negativa (no-lugar en vez de otro término más interesante y dotado de significación) revela cierta debilidad, cierto apresuramiento a la hora de cerrar el tema tras haber logrado un concepto cool con que crear el primer best-seller de la antropología después de Tristes trópicos. Pero a lo mejor nuestro trabajo (ahora hablo de ti y de mi como pensadores, los artistas ya han hecho su labor) es significar, reflexionar sobre estos espacios en un marco más general -y que a ti te interesa mucho conceptualmente- de ciudadanía. Porque estos espacios, José Luis, amén de una sobresignificación simbólica proveniente del arte, tienen otra dimensión no menos trascendente, la política. Te pongo un ejemplo, con el que termino este comentario (no la conversación, que tendremos durante años):
Cuando estuve en Nicaragua me explicaron que en los períodos en que se aproximan elecciones o fases de tensión política, los partidarios de los grupos políticos rivalizan por invadir, sistemáticamente, las rotondas de todas las avenidas. ¿Por qué?, pregunté yo sorprendido. Porque -me respondieron- aquí dice la ley que no se puede desalojar de la calle a quien ha ocupado de forma pacífica espacios que no alteran el tráfico. Invadiendo las rotondas, los miembros de un partido impiden que una manifestación del otro pase por esa avenida.
Unamos a esto la lectura benjaminiana de los espacios parisinos after Haussmann, la conversión de Unter der Linden en un espacio de consumo high-class, la redefinición simbólica por ley de la Zona Cero y ya tenemos argumentos suficientes para tejer una micropolítica de los espacios de transición, con un claro impacto en la configuración de la ciudadanía contemporánea.
Abrazos, José Luis, y gracias de nuevo por permitirme pensar en marcha con el interlocutor ideal.
Por cierto, vaya rollo que este formato de blog sólo permita comentarios de 4.096 caracteres, así cuesta la misma vida elaborar. Pero en fin, la vida es fragmentaria, y blogger entiende muy bien, condenadamente bien, la existencia contemporánea.
ResponderEliminarEstoy muy pesado, ustedes me disculparán, pero estoy leyendo un libro de Aira que me está entusiasmando (Aira en general y el libro en particular), y he encontrado esto que está, de alguna manera, sintonía metafísica con lo que antes apuntaba:
ResponderEliminar"La pintura en sí no es tan representativa como suele creerse. Si uno mira bien los cuadros... Lo he notado en la pintura renacentista sobre todo, pero pasa lo mismo en cualquiera. La representación queda antes, en la creación de esos volúmenes, ya sean una diosa o un papa o un perrito o una columna; la pintura está sobre los objetos, es lo que puede llamarse literalmente una 'pintura' de las cosas, una mano de pintura, y no representa nada. Es como ponerse a buscar los anteojos que uno lleva puestos.
¡Todo abstracto! No hay sentido"
César Aira, La serpiente; LOM, Santiago de Chile, 2001, p. 47.
Ni falta que hace.
Saludos.
Vicente, has dado el paso que yo no me atreví a dar en el anterior post. De hecho borré el final. Si te parece dejamos el aspecto existencial ("angustia real") donde sentimos de manera distinta, para centrarnos en la línea que abres de "una micropolítica de los espacios de transición", que me parece muy sugerente. Y el ejemplo que citas de Nicaragua es iluminador.
ResponderEliminarAhora bien,y me atrevo a preguntarlo, ¿supone esta postura tuya un hecho diferencial en la joven literatura española? . Acaban de aparecer en "Público" las declaraciones de Agustín a propósito de la publicación de "Nocilla lab". En ellas parece haber una prevención respecto al uso de términos como "moral" y "política" . ¿Lo compartes? ¿Cómo lo ves en tu caso y en tu obra?
El autor del reportaje te menciona como uno de los miembros de esa no-generación. Más allá de la anécdota trivial, sí que me gustaría conocer tu opinión sobre micropolítica y literatura.
Saludos
Bueno, pues queda clara por mi comentario mi postura, creo. La postura de Agustín es la de Agustín, y le representa a él, de la misma manera que la mía sólo me representa a mí. A mí no me asustan en absoluto los términos moral y política (aunque prefiero hablar de ética a hablar de moral, que tiene otras connotaciones). En los apartados de "Pangea" dedicados a geopolítica y a economía creo que quedó bien claro que estos temas no sólo no me asustan sino que entiendo es necesario abordarlos. También están en mis ensayos sobre literatura, ya que para mí son indisociables de mi idea de "campo" literario, como lo eran para Bordieu. Lo que no quiere decir que vea las cosas como Bordieu, ojo.
ResponderEliminarTodos los textos, como ya dijo Orwell, son políticos, incluso aquellos que se consideran apolíticos. Mi obra, tanto la crítica como la creativa, está situada en un claro margen de independencia que aspira a facilitar la interpretación del centro como algo más amplio de lo que es. En toda resistencia estética hay una resistencia ética. Lo que quiero decir es que para mí defender el experimentalismo, la literatura de calidad y el arte con ambición estética es una forma de decir varias cosas que operan en lo micropolítico: no "todo vale", no todo vale lo mismo, no todo es necesariamente economizable, no hay que cobrar (ni que pagar) por todo, pero hay que cobrar (y que pagar) por algunas cosas y productos culturales de auténtico valor, no al best-seller (concepto distinto del "libro muy vendido", que es otra cosa), no al producto estandarizado y normalizado, no a la crítica transigente, no al no por sistema y al sí por sistema. El público tiene derecho a que no le tomen por tonto y a poder elegir. El público tiene derecho a criticar al crítico, y por eso tengo un blog abierto a comentarios.
No sé si esto es un "hecho diferencial" que me distingue de otros creadores -desde luego me distingue bastante de la mayoría de los críticos, interesados en "integrarse" en el centro en vez de intentar ensancharlo hasta la periferia más lejana-. Me distingue de Agustín, creo que eso está claro, pero creo que otros mutantes tienen sus micropolíticas particulares. En todo caso, es una interesante pregunta para que los periodistas la hagan, en vez de las obviedades nocilleras que suelen preguntarnos. Saludos y gracias, José Luis.
Gracias a tí Vicente. Ha quedado muy clara tu postura.Un abrazo
ResponderEliminarPerdon por meterme en esta conversacion entre pares. Y perdon por la ausencia de acentos.
ResponderEliminarA mi lo que mas me molesta de la etiqueta "no-lugar" es precisamente su connotacion politica: "utopia" significa "no-lugar"; lo utopico tiene una necesaria dimension etica y politica, de tension disconforme con el presente.
Estoy totalmente de acuerdo con Vicente en que no hay un arte realmente interesante que no este comprometido con las caras eticas, morales, politicas de lo real. El problema es como formalizar artisticamente la critica en que debe expresarse ese compromiso.
Gracias,
Jordi C.
bueno, ¿y qué? hay lugares que son no lugares, no lugares que son lugares.
ResponderEliminarExiste o no el no-lugar es como decir, existe o no ese blanco después de la muerte que yo llamo "blanco" ,otros "nada". Hay o no hay. y porqué decirmos "hay-algo" ¿qué algo? si hay hay, y punto. El hay ya lo dice por sí mismo.
qué importa, en nosotros sí hay "hay", eso desde luego. Bueno, al menos podemos tocarnos los ojos.
somos, ¿no?... por desgracía o alegría
Topos
ResponderEliminarÁtopos
Utopía
(esta lectura, como todo el blog en sí mismo, me ha transportado, verdaderamente, a un no-lugar bastante interesante. Gracias)
La verdad es que nos habéis dado la oportunidad de ser testigos en "tiempo real" de esta discusión entre dos filósofos, discusión espontánea y no escenificada como las de las mesas redondas de los congresos y simposios. Algo que sólo había atisbado en mis ensoñaciones platónicas. En cuanto al asunto, tiendo a estar de acuerdo con José Luís; la gente se enamora en aeropuertos y estaciones y vive esos lugares no sólo como lugares de paso. Aparte, el ser lugar de paso no es más que un "destino" creado para el lugar por el Proyecto. Luego los sujetos viven el lugar más allá de ese destino ensanchando sus límites de uso. Una cosa es entender el significado de las instituciones atendiendo al Proyecto (semántica) y otra hacerlo captando la manera en que los sujetos viven esas instituciones (pragmática).
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