Hay un juego especular entre literato y artista: Jed Martin pinta el cuadro de Houellebecq como literato y este escribe la novela del artista; Jed Martin aprecia los despojos hediondos de Houellebecq como una composición mal lograda del expresionista abstracto Pollock; Houellebecq narra a grandes rasgos los años postreros de autorreclusión de Jed Martin. Se va acercando a otro final de novela, al de Daniel 25, a la experiencia de la insensata belleza de la materia.
Para el espectáculo de las miserias humanas Houellebecq se ha hecho reservar, junto a Voltaire, una butaca de palco: j´étais curieux et sensible. Su visión del mundo puede resumirse así: una superficie dudosa recubierta de suciedades variadas. Entre la “humanidad repugnante” y la “humanidad admirable” ha escogido la primera para describirla, empezando por él mismo: mal bicho, lleno de enemigos, borracho y vago, un cínico que, más que oler, apesta. La novela quiere ser un autorretrato sin las complacencias de la autoficción.
Escritor y artista comparten ese sentimiento de extranjería, de falta de adherencia a sí mismos y al mundo que, por otra parte, distingue a una porción de la humanidad percebe. Bien es cierto que esto les impide encontrar en su oficio la felicidad que tampoco han buscado. A cambio, les permite la necesaria distancia para desempeñar una tarea que les apasiona. Jed, como artista, crea por una necesidad interior a la que está sometido, y que regula sus ciclos creativos, hurtándole al dilema del creador expuesto a la crítica: si no cambias te repites y si cambias eres un frívolo. Curiosa aporía.
Su proyecto artístico consiste en la “descripción objetiva del mundo”, más exactamente, quiere “dar cuenta del mundo”. Y así sus intervenciones fotográficas sobre los mapas de la guía Michelin, los cuadros sobre profesiones del mundo, fotografías de quincallerías, hasta llegar a la obra suprema, que desconcierta a sus contemporáneos: una serie de videogramas en los que los microprocesadores emergen de un magma vegetal. Literalmente, su última obra es una meditación nostálgica sobre el final de la era industrial en Europa y, más en general, sobre el carácter perecedero y transitorio de toda industria humana.
El adorable feto transhumanista de Kubrick dialoga icónicamente con el personaje posthumano que cierra la novela de Houellebecq: en el líquido amniótico flota ahora un muñequito de Playmovil con sus dos puntos negros y la medialuna de la sonrisa perenne. Un final apacible. Es la tierna indiferencia del mundo refugiada en un manicomio. Así acaban algunas de las novelas de Houellebecq, incluso las más provocadoras, no precisamente esta. No hay consuelo, pero tampoco dolor. Una fórmula que repugna a los escritores para almas bellas en horas bajas. Sin que por ello, observa Houellebecq, dejen de perseguir ambos lo mismo: “el dinero, siempre el dinero”.
En el audio la respiración afanosa del paseo espacial se corresponde con los jadeos de una achacosa caldera de calefacción en el apartamento de Jed Martin. La novela es una especie de cuento de Navidad en el que la fecha del 25 de diciembre juega un papel destacado. Las vidas humanas están fechadas, por eso las referencias a la actualidad son aquí constantes ¿Es esto un demérito? Si acaso más trabajo para ediciones criticas futuras. El cuadro más logrado de Jed Martin lleva por título Bill Gates y Steve Jobs departiendo sobre el futuro de la informática. La conversación de Palo Alto.
¿Qué es lo obsoleto cultural hoy día? Obras por las que no pasa el tiempo.
Es cierto es de que lo obsoleto es pretender que el tiempo no pise cualquier obra de arte. ¿Acaso alguna vez se ha conseguido?
ResponderEliminar¿Acaso tendría sentido?
¿Acaso no siempre somos producto de nuestro tiempo?
(muy buen post)
Saludos
p.c.
Este post y el anterior de wikileaks me parecen geniales. Un saludo!
ResponderEliminarBrillante discurso!
ResponderEliminarMagnífico!
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