A juicio del autor lo que antes se entendía por cultura se ha frivolizado y queda reducida a mera diversión y entretenimiento, cuando no lisa y llanamente a una tomadura de pelo, expresión que gusta utilizar Vargas Llosa, por asegurar haberla padecido en repetidas ocasiones, especialmente, cómo no, en las encerronas que depara a menudo el arte contemporáneo al incauto visitante. Su crítica es contundente, de complejos análisis, con ejemplos concretos, bien argumentada y, sobra decirlo, magníficamente escrita, aspecto este último a tener en cuenta, dada la naturaleza mayoritariamente disléxica de los libros que nos llegan sobre estos temas, no atribuible únicamente a las traducciones. A lo anterior cabe añadir una valentía inusual ya que, con conocimiento no solo derivado del trato personal, sino también de la obra, no vacila en atribuir buena parte de la responsabilidad del estado de cosas a los brillantes, oscuros, “sofistas” franceses, que desde Foucault, pasando por Baudrillard, Derrida y las últimas camadas de galos mediáticos, han “deconstruido” eficazmente la alta cultura para dejarla en mero espectáculo onanista de autoficción. Son la pornografía del pensamiento, aunque no deje de reconocerlos (nunca caricaturiza) méritos puntuales. No es tema menor, ya que una de las cosas que más lamenta Vargas Llosa en el libro es la degeneración del erotismo (uno de los ingredientes clave de esa cultura perdida) en pornografía.
Este libro no es un rebrote del discurso sobre la “muerte de…” que desde comienzos del siglo XX es el Guadiana de la cultura; tampoco un remake de Debord, quizá va más en la línea de Finkielkraut y sus tesis sobre la derrota del pensamiento (superior), aunque no llega a los extremos de sus últimas propuestas sobre que “hay que hacer descarrilar a Internet”. Pero, en fin, tampoco le falta mucho, y es en la referencia a las nuevas tecnologías donde se advierten las mayores carencias del libro, tanto de conocimiento como de criterio. Por otra parte, aunque Vargas Llosa se proclame ilustrado, las consecuencias de la Ilustración tienen sus límites, así como también el colegueo y buenrrollismo de los jóvenes literatos actuales, y es el propio bolsillo, por lo que no deja de denunciar amargamente la piratería de las descargas, si bien lo hace con resignación y hasta un punto de buen humor, que no falta en todo el libro, lo que es de agradecer.
Pero, y este el asunto clave, el humor para Vargas Llosa es cultura, no diversión. Importa mucho la diferencia. La cultura no ha muerto, no ha sido asesinada ni vencida, porque no ha habido lucha, simplemente ha sido sustituida. Y la palabra decisiva para nombrar este estado de cosas es precisamente la palabra diversión: “la cultura es diversión y lo que no es divertido no es cultura”. La diversión ha sustituido a la cultura, y esa sería la obra del tecnorromanticismo, de la cultura de la imagen, que impregna las nuevas tecnologías, huyendo del tedio, escapando del aburrimiento, fomentando los efectos especiales, lo efímero, la cantidad sobre la calidad, en definitiva, la pasividad del número. Como señalaba antes, más que referentes concretos de lo que entiende Vargas Llosa por cultura, lo que hay de fondo en el libro es la contraposición muy nítida entre dos estilos vitales: la cultura del esfuerzo y la excelencia y la pseudocultura de la diversión y el entretenimiento. La pseudocultura actual estaría desvitalizada, por su desconexión con la vida y por la falta de compromiso social.
Planteadas así las cosas, nada que objetar. El enfoque, la antinomia mencionada, más las de “alta cultura”, “masas”, “minorías”, “elites”…, bien entendidas, nos llevan a un trasfondo orteguiano muy estimable. Pero, ¿es obligado plantear así las cosas hoy día?. Vargas Llosa hace una certera crítica de los abusos, pero apenas incide en los usos culturales de la actualidad. Tiene toda la razón en su crítica al arte, la literatura, el periodismo, la política, la ausencia de intelectuales, en definitiva, cuando afirma que eso es lo que pasa, no creo que la tenga cuando concluye que solo pasa eso. Es parcial en los análisis y global en las conclusiones. Y este, a mi juicio, debería ser el punto de partida para un análisis más complejo de la situación de la cultura que habría que hacer.
No creo que el talante apropiado sea el de ejercer de “intelectual melancólico”. En su clarificador parágrafo “Breve discurso sobre la cultura” Vargas Llosa se remite al “amplio consenso social” para explicar lo que ha significado hasta ahora cultura. Me temo que ese “amplio” consenso no existe ni ha existido nunca. Autores que cita elogiosamente ahora, como literatos, artistas, creadores en sentido amplio, las mismas vanguardias, fueron vituperadas, negadas en su tiempo, e incluso después, como asesinas de la cultura. La cultura es luz oscura sedimentada. No sabemos si los fogonazos actuales en la creación pasarán o quedarán fijados, pero es inexcusable su conocimiento, no meramente estar informados, para tener lo esencial, criterio. La mínima honestidad intelectual obliga a amar lo que a uno no le gusta pero le parece interesante para conocer el mundo en el que vive. A eso también se llama “amor intelectual” en términos de “alta cultura”.
Y en este sentido, del papel de la cultura como imperativo de conocimiento, no debe desdeñarse lo efímero (Vargas Llosa cita a Baudelaire), lo cambiante, el presente, para confinarse en lo supuestamente duradero, universal, normativo, como lo valioso frente a lo anterior. La llamada “alta cultura” es un espejismo creado por la nostalgia de los orígenes, de lo que pudo haber sido, pero no fue. Empezando por la cultura griega. La cultura ideal del ideal es una construcción hermenéutica. Es un fake propiciado por innumerables escribas que hacen decir oracularmente al clásico lo que les parece más oportuno en cada momento, rindiéndole un flaco servicio. En este sentido, quizá no sea muy acertado el tópico de contraponer el progresismo del pensamiento científico, que deja atrás lo anterior, frente a la intemporalidad de las creaciones humanísticas, que lo integra. Contra más actual es el clásico, más inactuales somos nosotros. Me atrevería incluso a afirmar que el mayor servicio del clásico es haber tenido razón en su momento y no tenerla ahora. Del mismo modo que se sería deseable que este espléndido libro de Vargas Llosa dejara de tener pronto vigencia al haber cambiado y mejorado lo que critica. La negación global de lo existente, su rechazo sin matices, en esas generalizaciones que se les reprocha a los periodistas, pero a las que tan aficionados son los intelectuales, lleva con frecuencia a soluciones totalitarias, como sucede en alguno de los autores citados por Vargas Llosa. No es este su caso, desde luego, ya que practica generosamente el liberalismo que defiende.
Más que de muerte o de desaparición de la cultura cabría hablar entonces de metamorfosis de la misma. Los historiadores saben que en cada momento hay la queja de vivir en una época de transición, que algunos presagian hacia la nada y luego se descubre que es hacia otra cosa. Ni mejor ni peor, diferente, como las personas. Siempre sale a colación el ejemplo del libro de papel, herido de muerte por el libro electrónico. Parece, a juzgar por sus descripciones, que si se suprime el erotismo pajillero del papel se acabará con el placer de la lectura, pero todo es cuestión de acostumbrarse. Las nuevas tecnologías son una posibilidad, no una imposición, y si el señor Carr, mentor de Vargas Llosa, tiene problemas de concentración en la lectura que vaya a que se lo miren. Aunque siempre tiene la posibilidad de mejorar leyendo El lectoespectador de Vicente Luis Mora.
Porque, en el fondo, de eso se trata en el libro, de la melancolía del intelectual clásico, de su imposibilidad para vivir en una cultura de la imagen, acostumbrado a vivir entre líneas. Si les sacan de ahí están literalmente perdidos. No es que no haya intelectuales, o que estén callados, sino que piensan, viven, se expresan de otra manera. Un liberal debería entenderlo y, si está en su mano, promoverlo.
Internet es la fuerza cultural Más grande de la historia, claro que hay que saber aprender y ganas de trabajar. Una calesa no es mejor medio de viajar que el coche o el avión e internet es un alogaritmo intimamente relacionado con la suceptible alma humana y con el presente y futuro de la humanidad, yo no voy a perder el tiempo leyendo las elucubraciones de ningún escritor , salvo que opine en su blog o me interese mucho, no obstante gracias a internet he vuelto a comprar libros de papel y estoy leyendo y viendo peliculas en la red, mi prioridad es aprender y no leer mercenarios ni dejarme influenciar por capitalistas como Mario, al que he leido y me gustó pero Internet es el Dios de la cultura
ResponderEliminarsaludos
En que mundo vive este escritor de peroratas , ¿ Le obliga alguien a ver pornografía ? . La pornografía puede ser culminación del erotismo y somos muchos ( casi todos los internautas ) quienes lo vemos , quien diga lo contrario miente . Mario no es nadie para ir contra los gustos de ninguna persona y se le puede acusar de no donar parte de su fortuna para paliar el hambre de los niños, por lo que no tiene ninguna autoridad moral , al igual que no la tiene ningún millonario.
ResponderEliminarCaramba profe, a este paso ya podrá montar un ejército en breve: la guerrilla del nuevo criterio tecnológico. Se desborda mi imaginación pensando en todo lo que podrían hacerle a alguien que no estuviese de acuerdo con sus tesis. Sublime chungo y secta de la mala.
ResponderEliminarUn saludo.
No he leído el libro de Vargas Llosa pero me ha gustado la entrada.
ResponderEliminarNo estoy de acuerdo con el enfoque de Ortega o Finkelkraut: "alta cultura" y "cultura como entrenimiento o diversión". Creo que la historia del arte ha demostrado suficientemente que esa distinción es inútil.
Sí me interesa profundizar en los tipos de imagen, su génesis, sus características, sus funciones, su proliferación.
Respecto al libro electrónico no acabo de acostumbrarme. Como dice mucha gente, "tengo que tocar lo que leo". El tacto, el olor, los recuerdos son cosas que se adhieren al papel pero no a las pantallas ¿o sí? Cuando miro mi biblioteca repaso mi vida. Me resulta difícil pensar que pueda ocurrir lo mismo con un libro electrónico pero quién sabe. El fetichismo es algo muy versátil.
Un saludo.
Merece la pena leerlo, Eugenio, pues es todo un síntoma del momento cultural, especialmente desde la óptica de "El País". Yo tampoco estoy de acuerdo con la división, pero les encanta jugar todavía con ella a los posmodernos retrasados(viene a ser lo mismo.
ResponderEliminarEn cuanto a la lectura, la verdad no entiendo tampoco la dicotomía, tiempo vendrá en que la gente babeará ante el libro electrónico como hobbits en espera de su tercer desayuno. Es cuestión de tiempo. Hablas, como otros, de la ventaja del papel para los tocamientos, pero leer a altas horas de la noche a Proust en una ventanita iluminada de Combray tiene sin duda su morbo.Tener el aliento literario de 500 amigos de verdad reunidos en el bolsillo de la chaqueta (no el corralito de Facebook)reconforta mucho. Y sin talar árboles.
Abrazos
Detrás de la muerte de la cultura, del are, del cine, de la literatura creo que esconde un pensamiento profundamente reaccionario. Esos forenses del buen hacer y de los altos valores, son los primeros que disfrutan con el asesinato que dicen que otros han cometido. Todos los que han hablado de muerte de, lo han hecho porque no estaban de acuerdo con los cambios que se habían producido. Desean llevar el traje de luto para convertir unos valores en inmortales. Disfrutan muchísimo "diseccionando" el cuerpo fallecido. Es como el famoso dicho de Solon: solo podemos decir la verdad sobre alguien después de su muerte. Tratan la cultura como si fuese un mosquito dentro de un fósil. Alegan que la cultura ha muerto y en el fondo escoden una excusa perfecta para no tener que hacer el esfuerzo de seguirle la pista a diario. ¿A quién vas a leer o ver si todo lo que merecía la pena ha muerto? El ensayo de Vargas Llosa me recuerda a La era del Vacío del Lipovesky. Sostienen prácticamente lo mismo. Solo que Lipovesky lleva de entierro desde el 83. Vargas y Lipovesky, como muchos otros, han montado una empresa de pompas funebres para la cultura, y por lo que se ve no les va nada mal. En la lucha libre americana el personaje de Undertaker siempre era el más vitoreado por el público.
ResponderEliminarUn saludo José Luis
Otro saludo, Horacio. Completamente de acuerdo en la forma y el contenido.
ResponderEliminarpor finnn!!!
ResponderEliminaral fin me hizo caso y escribió algo sobre el libro de Vargas Llosa!
estupendo! saludos desde Madrid