Octubre es el mes de las hojas pintadas. Su opulento resplandor destella alrededor del mundo. Mientras los frutos, las hojas y el día en sí adquieren un matiz brillante justo antes de su caída, el año también está a punto de ponerse. Octubre es el cielo del atardecer; noviembre, la última luz crepuscular.
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Cada fruto, al madurar y justo antes de caer, cuando comienza una existencia más independiente e individual, en la que necesita menos alimento, tanto de la tierra, a través del tallo, como del sol y del aire, suele adquirir un tono brillante. Lo mismo que las hojas. El fisiólogo dice que «se debe a una menor absorción de oxígeno». Se trata de la visión científica del asunto: una mera reafirmación del hecho. Pero a mí me interesan más las mejillas sonrosadas que la dieta que sigue la muchacha. Los bosques y los prados, la película que cubre la tierra, deben por fuerza adquirir un color brillante, prueba de su madurez, como si el planeta en sí fuera un fruto colgado de su tallo con una mejilla siempre mirando al sol
Henry David Thoreau. Colores de otoño.
Qué cita más sugerente, que nos invita tanto a mirar, acostumbrados como estamos a "tener que" explicar. Gracias y un abrazo. David
ResponderEliminarMe alegro David, otro abrazo
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