El tópico del paisaje romántico expresa una (im)posible identidad. Schelling la resumía en su filosofía de la naturaleza afirmando que la Naturaleza es el Espíritu visible y el Espíritu la Naturaleza invisible. La identidad esencialista se revela como una imposibilidad existencial. Son los paisajes de grandes árboles espiritualizados y figuras humanas diminutas que caminan de puntillas entre ellos o se encaraman a pequeñas alturas para contemplar ensimismados y de espaldas la inmensidad que se ofrece a sus ojos. Poco a poco se va observando una transformación en esos paisajes y del anhelo/nostalgia del Infinito se pasa a una melancolía y de ahí a un rechazo a la Naturaleza que nos rechaza. El paisaje romántico tiene un rostro jánico: es el paisaje de la venganza y, a la vez, la venganza del paisaje. El primero es el escenario de la brutalidad humana que le desgarra. El segundo la respuesta aniquiladora que le niega toda capacidad de supervivencia. Ambos son sublimes.
Huyendo del aburrimiento y del sufrimiento de la vieja Europa los paisajes literarios de Atala y René de Chateaubriand se funden con los plásticos que se exponían bajo el título La ilusión del lejano Oeste en la Fundación Thysen. El buen salvaje era reconocido por el artista blanco de buen corazón. Muy acertadamente se recogían aquí también las versiones cinematográficas de la epopeya del Oeste, entre ellas esa joya llamada The Searchers, referencia de Nouvelle vague, y que en España fue titulada con reciedumbre viril legionaria como Centauros del desierto.
La contrafigura son los paisajes helados de The Revenant, la magnífica película de Iñarritu que da otra visión de ese lejano Oeste. El mítico viaje romántico de formación es ahora el metífico de la venganza que va ensombreciendo las facciones de Jonh Wayne y de Leonardo diCaprio. Si la primera deriva es la búsqueda de la identidad en la excelencia, la segunda es el errar de la supervivencia en medio de una naturaleza que rechaza al ser humano como una aberración suya. Es el lado oscuro de los paisaje sublimes.
Desierto de arena y desierto de nieve, The Searchers y The Revenant, son la imagen de la inhospitalidad de la naturaleza que se venga a sí misma, que mata (en) a sus criaturas.
" Los hombres, en su bajeza disfrazada de desamparo, sólo se convencen, dice Oehler, de que quieren su vida, cuando en realidad jamás quieren su vida...Nadie quiere su vida, dice Oehler, cada uno se conforma con su vida pero no la quiere, una vez que tiene su vida, dice Oehler tiene que fingirse que su vida le importa algo, pero en realidad y en verdad sólo le resulta espantosa...La vida no vale un solo día...La verdad no es otra cosa que la que aquí vemos: aterradora. Que sea posible siquiera tanto desamparo y Tanta desgracia y Tanta miseria, dice Oehler, me pregunto. Que la Naturaleza pueda engendrar Tanta desgracia y Tanta sustancia de horror. Que la Naturaleza pueda producir Tanta brutalidad contra sus criaturas más desamparadas y más dignas de lástima. Esa ilimitada capacidad de sufrimiento, dice Oehler. Esa inventiva ilimitada para engendrar y soportar la desgracia. Esa náusea del individuo, que realmente se cuenta por miles sólo en esta calle". (Thomas Bernhard. Andar)
La última mirada se aparta del paisaje y se dirige al espectador preguntando ¿Por qué? En España habrá menos posibilidades de respuesta gracias a los melones que van eliminando la Filosofía de la Secundaria.
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