El periódico
Die Welt ha publicado (14/11/2016) una entrevista a Alexander Kluge con el título "Trump tiene el carisma de un elefante borracho" en una paráfrasis de Max Weber. El entrevistador Jan Küveler apunta que también a Kluge ("el gran intelectual y sismógrafo de los desarrollos sociales") ha sorprendido el triunfo de Trump. Lo que no obsta para que ensaye categorías exclusivas a lo largo de la entrevista y se lance a analogías históricas de lo más inquietantes. Trump habría sabido canalizar ese componente romántico de las clases deprimidas que es el "antirrealismo del sentimiento" en virtud del cual "preferirían falsear una realidad antes que aceptar una realidad que les repugna". Al apunte de que esto "suena a antiilustración", Kluge responde: " Yo lo formularía al revés: una Ilustración que no es capaz de manejarlo no es tal. Eso se dice en la
Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkheimer". Y aquí viene la analogía histórica: Hitler en 1929 no tiene todavía la fuerza que exhibirá después, pero había gente igualmente desesperada. Se pudo evitar y no se evitó. En ambos casos una "mayoría silenciosa" estaba esperando oir la voz que gritara su dolor e insatisfacción. Trump, según Kluge, tendría ese carisma del "tigre" que acorrala a Hillary y lo que ella simboliza, del "elefante borracho" que rompe la porcelana: yo también quiero serlo dirían los silenciosos. Es un triunfador social y una señal su riqueza (a falta de más datos) de que ha sido bendecido por Dios.
El análisis de Kluge se inscribe en la línea ortodoxa de la hermenéutica que ha predominado...después de las elecciones. Es cierto que no aparece la palabra de moda "populismo", pero sí la de "Ilustración", también frecuente en los discursos de miembros de ese movimiento tan polivalente, que gustan de adornarlos con citas confusas del padre putativo, Kant. No tengo constancia de que Trump también lo haya hecho, pero ya caerá. En España, a juzgar por la coincidencia, podría pensarse en un consenso entre el PP, Ciudadanos y Podemos. Rivera recomendó la lectura de Kant sin dejar de reconocer que no había leído la
Ética de la razón pura [sic] que citaba Iglesias. Este, en la muy interesante carta a los Círculos de Podemos, iría más bien por la
Crítica del juicio, ya que la manifiesta belleza del proyecto político de Podemos oculta una moralidad que no necesita de los discursos de la casta neocon sobre ejemplaridad. En una reciente presentación de la Marca España el dicharachero, ya exministro, Margallo hacía su aportación a la peliaguda cuestión del fenomenismo kantiano con esta perla: según Kant
“lo
importante no es la realidad sino la percepción de la realidad”. Trump podría firmarlo.
Es provechoso seguir el consejo de Kluge de tomar sus referencias a la Ilustración al revés. Así ocurre desde su magnífica película La indomable Leni Peickert (1970). Es toda una revisión de la Teoría Crítica de cuya cuenta no me resisto a la autocita: "en el pequeño apartado de la Dialéctica de la Ilustración sobre “Génesis de estupidez” sorprende
que Adorno escoja (según Kluge) como símbolo de la inteligencia humana a este
molusco gasterópodo hermafrodita desprovisto de cerebro, con “inteligencia”
peduncular retráctil, por lo tanto intermitente y, más todavía, si a ello le
sumamos el período de hibernación. La baba que deja no parece tener, a estos
efectos, relevancia simbólica" (Cine trabajo, descargable en este blog). No menciono la posible comparación que se ha hecho en la película de Adorno con otro animal, el elefante, para no dejar volar más la imaginación con el título de la entrevista a Kluge. Pero sí conviene señalar que la Escuela de Frankfurt y su marxismo heterodoxo ya no toman al proletariado como sujeto histórico sino al ser humano que sufre y que el lema de "politizar el dolor" no les es ajeno.
En este sentido quizá hubiera que revisar el tópico de una Ilustración basada solo en la razón y opuesta al sentimiento. Hay históricamente una ilustración sentimental más potente que la otra y a ella parecen referirse los movimientos populistas, y no solo ellos. Quizá simplifica Kluge al afirmar que esa mayoría silenciosa de desposeídos por la crisis económica, reconversiones industriales, quiebras bancarias, recortes sociales, se niega a aceptar la realidad y por eso la falsea y se entrega al líder vocinglero de turno. No la acepta y adopta la negación de la élite existente como totalidad en el más puro espíritu sin matices de una dialéctica negativa. Y aquí dan igual las variadas fórmulas de una publicidad mutada en propaganda política. En el País (13 noviembre 2016) se trae muy oportunamente a colación: "como escribió hace poco Lauren Collins "si la promesa de Obama es que él era tú, la promesa de Trump es que tú eres él"". Traducido a términos de propaganda política podría decirse que Obama es todavía una Trustmark mientras que Trump es una Lovemark. Se ha demostrado que los que piden tu confianza no son menos letales que los que exigen que les entregues tu amor. Y, puestos en clave hitleriana, es más recomendable para entender la situación el Hitler, una película de Alemania (1977) de Syberberg, que provocó la urticaria de la izquierda, que la buenista Alemania en otoño (1978) patrocinada por Kluge.
La victoria de Trump ha sorprendido a (casi) todos. A la hora de buscar las causas bien valen explicaciones como las de Kluge. Pero queda una íntima desazón y es, si se me permite la frase, la de haber sido ninguneados una vez más. Al menos en España los periódicos no han informado sino más bien opinado como si fueran un grupo de presión electoral. Insinuar que son unos descerebrados los que han elegido a Trump tal vez busca hacernos sentir mejor(es), pero explica poco. Es otra descalificación más en la tendencia general de moralizar antes que analizar. Con estos mimbres ¿qué pueden decir los intelectuales? Hay rasgos de lucidez. Uno de los mejores, Fernando Savater, desvela en un vídeo de YouTube (7 de junio 2016)
su agridulce experiencia de la vida al pequeño saltamontes arrodillado a sus pies: "los intelectuales somos como las putas vivimos de gustar". Pues eso.