martes, 28 de agosto de 2018
lunes, 13 de agosto de 2018
4. La explotación compleja de lo sublime tecnológico en Las Médulas
“Ese panorama cero parecía contener ruinas
al revés, es decir, toda la construcción nueva que finalmente se
construiría. Esto es lo contrario de la «ruina romántica», porque los edificios
no caen en ruinas después de haber sido construidos sino que crecen hasta la
ruina conforme son erigidos. Esta mise-en-scene
antirromántica sugiere la idea desacreditada del tiempo y muchas otras cosas
«pasadas de moda». […]
Passaic parece estar lleno de «agujeros» en comparación con la ciudad de
Nueva York, que parece compacta y sólida, y esos agujeros son, en cierto
sentido, los vacíos monumentales que definen, sin pretenderlo, los vestigios de
la memoria de un juego de futuros abandonado.[…]
Esta fotografía se encuentra en la página oficial de la
Unesco. La precede la siguiente descripción: “En el siglo I d.C., el poder
imperial romano empezó a explotar el yacimiento aurífero de este sitio del
noroeste de España recurriendo a una técnica basada en la fuerza hidráulica. Al
cabo de dos siglos, la explotación se abandonó y el paisaje quedó devastado.
Debido a la ausencia de actividades industriales posteriores, las
espectaculares huellas del uso de la antigua tecnología romana son visibles por
doquier, tanto en las pendientes montañosas desnudas como en las zonas de
vertido de escorias, que hoy están cultivadas”.
Entre los 10 criterios que maneja la Unesco, naturales y
culturales, para declarar un bien Patrimonio de la Humanidad son los 4 primeros, culturales, los que han sido utilizados para tomar la decisión. En todos ellos la
candidatura que se presenta tiene que ser “excepcional”, un ejemplo
sobresaliente que no tiene por qué ser ejemplar. A menos que se rescate esta
palabra con toda la riqueza de la ambigüedad que le corresponde.
Así el
criterio primero: “representa una obra maestra del genio creativo humano”. Pero,
quizá, el que mejor se le adecua es el criterio 5 no aducido: “ser un ejemplo
excepcional de una tradición de asentamiento humano, utilización del mar o de
la tierra, que sea representativa de una cultura (o culturas), o de la
interacción humana con el medio ambiente, especialmente cuando éste se vuelva
vulnerable frente al impacto de cambios irreversibles”. Es la descripción de lo
sublime tecnológico que va más allá de la consideración tradicional de lo
sublime natural. Es lo sublime tecnorromántico.
Lo ejemplar se refiere aquí a lo excepcional y esto a lo
espectacular, a su carácter de espectáculo organizado, lo que implica una conservación y gestión. Si Plinio hablaba de la maldita hambre del oro, de cómo el
descubrir el oro fue la pérdida de la humanidad, en términos éticos, si el Angelus Novus de Paul Klee lamenta las
ruinas del progreso en interpretación de Benjamin, no sucede lo mismo con
Smithson quien ve lo inevitable de la explotación minera a la vez que el
inconveniente de los residuos siendo aconsejable la intervención artística para
crear un paisaje cultural estético.
Lo natural y lo artificial se funden,
confunden, creando ese paisaje cultural en el que un futuro abandonado es un
pasado recuperado. Los criterios de la Unesco no aluden a políticas
situacionistas simples, tampoco a políticas dialécticas edificantes sino a políticas
ciudadanas complejas entre las que se incluyen la conservación y gestión del
bien cultural.
Esa recuperación significa la posibilidad de la construcción
de un futuro en una complejidad que reúne como en un puzle todos los elementos
anteriores. Lejos del determinismo tecnológico, como del antropocentrismo, el
humanismo tecnológico cree que el futuro humano está en las manos humanas, que todo
depende de nosotros, frente a la irresponsabilidad edificante de las
concepciones anteriores. En términos de Smithson los restos de los antiguos
castaños introducidos por los romanos como alimentación energética de los
trabajadores astures parecen decir: “si el futuro está «pasado de moda» y
«anticuado», entonces yo había estado en el futuro”.
Pero también hay otros futuros,
algunos son “ruinas al revés” que echan brotes, futuros no previstos, construyen
el monumento desde la ruina y ya no son entrópicos posmodernos sino modernos
ciudadanos para vivir en, con y de ellos. Y en ese sentido Las Médulas no son
solo el espectáculo de un pasado abandonado sino de un futuro recuperado en el
abandono de ese pasado. Merece la pena estar ahí.
miércoles, 8 de agosto de 2018
3. Las Médulas o el paisaje cultural de la devastación.
"La gran tubería estaba conectada de algún modo enigmático
con la fuente infernal. Era como si la tubería estuviera sodomizando
secretamente algún orificio tecnológico oculto, y causando un orgasmo en un
órgano sexual monstruoso (la fuente). Un psicoanalista podría decir que el
paisaje mostraba «tendencias homosexuales», pero no sacaré una conclusión
antropomórfica tan grosera. Diré tan solo: «Estaba ahí»" (Smithson).
Túneles, tuberías, “sodomizan” a la naturaleza en los
textos de Plinio y Smithson, claros antecedentes de la interpretación sexual en las
relaciones con la tecnología, como en el Crash
de Ballard, a través del choque, la penetración, la herida y la mutilación.
Lejos de los viejos tópicos que veían esto como algo antinatural ahora aparece
como una tarea consumada de humanismo. Y así no extraña, pues, luego volveremos
sobre ello, que la Unesco declarara en 1997 a Las Médulas como Patrimonio de la
Humanidad. Si el oro es un dudoso símbolo de la dignidad humana su explotación
es la otra cara jánica de la humanidad: su indignidad. Es decir, una muestra
acendrada de humanismo tecnológico. Dicho sea en sentido positivo.
En su página web la Unesco valora cómo “al cabo de dos
siglos, la explotación se abandonó y el paisaje quedó devastado”. Abandono y devastación como criterios culturales a tener en cuenta. Era una
explotación a cielo abierto la que emprendieron los romanos con mano de obra
astur en el siglo I a C y abandonaron por falta de rentabilidad el III d C.
Llama la atención que la amable y competente guía (también lo oí en Egipto a propósito
de la construcción de las pirámides) insistiera en que no era un trabajo de
esclavos provocando el comentario escéptico de alguno de los oyentes. Ahora
bien, ¿debería este sensato escepticismo dar pie a reflexiones edificantes de la memoria histórica
basadas en el capitalismo del malestar, tan de moda hoy día?, ¿sería el documento cultural de las Médulas un
documento de barbarie?, y si es así ¿en
qué sentido?
Smithson no lamenta en su documentado recorrido por Passaic el
abandono, la inactividad de las máquinas y la contaminación de la naturaleza.
Lo interpreta en clave geológica como un lugar de encuentro entre el remoto
futuro y el remoto pasado en el que el ser humano, como el artista, es solo un
agente natural creador de monumentos. También hay naufragios en tierra firme,
también la naturaleza provoca desastres.
El texto de Benjamin sugiere que la cultura cosificada,
convertida en historia como espectáculo de momentos memorables, olvida otro
tipo de experiencia, la auténtica, olvida la “política”. Pero, ¿qué política?, ¿tiene
algo que ver el ángel con esa “sodomía”?, ¿acaso no proviene también de ese
paraíso desde el que sopla el viento huracanado del progreso que amontona
ruinas futuras, aunque no necesariamente del futuro?
lunes, 6 de agosto de 2018
2. Plinio Smithson en Las Médulas. Lo sublime de la explotación.
“En realidad, el paisaje no era un
paisaje, sino un «tipo de heliotipia particular» (Nabokov), una especie de
mundo autodestructor de inmortalidad fallida y grandeza opresiva de tarjeta
postal” (Un recorrido por los monumentos
de Passaic, Nueva Jersey. Robert Smithson).
El filtro sonoro de Twin Peaks se sobrepone al visual idílico
creando ese mundo extraño de las tarjetas turísticas de hace años en que la luz
y los colores adquieren en el papel impreso un cierto aire fantasmal y onírico.
Los bordes dentados de la postal sugieren la frágil armazón de un cuadro en que
los tiempos ondulan y se mezclan. En el reverso dos textos, uno de Plinio el Viejo
y otro de Robert Smithson. En ambos se repite una palabra para describir lo que
ven: ruina. Ya sea la “ruina montium” o “ruins in reverse”. Un parecido
sentimiento estético late en ellos, el de lo sublime, trazando un arco
hasta hoy: de lo sublime de la explotación a la explotación de lo sublime.
Es Plinio el Viejo quien ha documentado en el libro XXXIII
de su Historia natural lo sublime de
la explotación como “ruina montium”. Plinio que, al parecer, debía echar un ojo
como procurador para que el negocio de la extracción del oro, transporte y
llegada a Roma se realizara sin contratiempos, no es condescendiente. Señala la
dureza de la vida de los trabajadores haciendo pasadizos en las minas, guiados
por la luz de las lucernas, cuya medida de aceite era la de su jornada, no
viendo en meses la luz del día; aplastados por el desplome súbito de los
túneles hasta tal punto, reflexiona, que hemos hecho los seres humanos más
peligrosa la tierra que el mar. La narración de Plinio es la de un naufragio
planificado (“ruina naturae” lo llama) de la naturaleza según el acreditado
método de la "ruina montium" mediante avanzados procedimientos hidráulicos que
explotan, en todos los sentidos, la montaña con explosiones causadas por la
presión del agua canalizada desde las cumbres.
Llama la atención Plinio sobre la dureza de este trabajo
horadando rocas, sacándolas en cestos, quizá el último trabajador pueda ver la
luz del sol, pero no es más duro, apostilla, que “aquello que es más duro que
todas las cosas, el hambre de oro”, la “auri fames”, en otros textos llamada
“sacra fames”. No hay que saber mucho latín para apreciar la ambigüedad ese
sentimiento contenido en el “sacra” y que acompaña de una u otra manera al
sentimiento de lo sublime. Más expresivo que el posterior “sed de oro” que, en
todo caso, quedaba a medias saciado en el proceso de lavado y estancado del
agua y sus materiales en las “agogas”. La montaña queda partida en sucesivos
partos provocados en los que se le va sacando el oro.
Plinio admira el proceso, estima (quizá un tanto exageradamente)
el monto en libras del oro en sus resultados pero no deja de señalar el precio
material y humano: excesivo. No lo ha dejado de lamentar a lo largo del tratado
sobre los metales enumerando la evolución humana en el manejo de los mismos hasta desembocar en la “fiebre del oro” en términos más actuales. Y, sin
embargo, quizá por eso, no puede por menos de describir fascinado ese “método” de
explotación que “supera al trabajo de los Gigantes”. El momento culminante
llega cuando
“La montaña, resquebrajada, se
derrumba por si misma a lo largo con un estruendo que la mente humana no puede
imaginar y con una explosión increíble.
Victoriosos contemplan el derrumbe
de la Naturaleza”.
Tómense las descripciones de lo sublime en Burke y en Kant y
sigan su ruta estética en las Médulas. Del primero su resumen de que no hay
nada más sublime que el PODER, así, con mayúsculas. El poder sobre la
naturaleza y los demás. En Kant la elevación como seres racionales que produce
el sentimiento de lo sublime es la de un placer que tiene su génesis en un
dolor, es la capacidad de sobreponerse a ese desbordamiento físico y de la
imaginación por la naturaleza amenazante consiguiéndola dominar dentro y fuera
de nosotros. No hay sentimiento de lo sublime sin poder, dominio, llevando consigo
en lo sublime luminoso una sublimación y en lo oscuro la destrucción. Es el
rostro jánico de lo sublime. En ambos casos se paga un precio, el de la propia
humanidad. Un sentimiento inquietante, contradictorio, interesante.
Plinio no
tenía tan claro que esa “fames” trajera nada bueno, aunque cumplía su trabajo
como funcionario del Imperio, Kant, el profesor de filosofía, sin embargo, no
dudó en señalarla a ella, a la codicia, como motor del progreso humano en su visión lineal de la historia,
esa que escribe la Providencia, llámese también Razón, Dios en todo caso, con líneas
torcidas. Una extraña virtud ejemplar.
domingo, 5 de agosto de 2018
1. Twin Peaks en Las Médulas
Momento tardío de reposo después de
una mañana intensa con visita guiada al circuito de las Médulas, subida al
mirador de Orellán, descenso ajetreado al lago de Carucedo. Estoy acabando de
comer en la agradable terraza del complejo Agoga con un entorno idílico:
jardincito rústico recogido en pequeñas cercas de madera, flores y plantas que
se entretejen con ellas, sonido monótono y saltarín de dos pequeñas fuentes,
una con pececillos rojos nadando en círculo, césped bien cuidado, un airecillo que
acaricia alejando el bochorno del mediodía, cantos de pájaros, sonido envolvente,
familiar, tranquilizador, de animadas conversaciones en una sobremesa que
prolongan, algunos se demoran y amodorran con los chupitos de avellanas. Levantando
la vista, al fondo, arriba, sobre los árboles una de las médulas, junto a ella
otro símbolo de la placidez de los días al aire libre, la estela de un avión a
reacción, bien definida como una flecha hacia su blanco y tan natural como las
pequeñas nubecillas que se deshilachan en el cielo a su alrededor.
Y de pronto, antes no había prestado
atención a ese ruido, emerge del hilo musical el tema de Twin Peaks. Los bajos sostenidos arrojan un velo de irrealidad
sobre la naturaleza luminosa. Es como si el filtro sonoro matizara la
imagen visual. Y todo lo visto, oído, leído, sentido hace unas horas vuelve a desfilar
como en una película de imágenes complejas. Es el momento de los sentimientos
ambiguos.
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