Hoy hemos asistido en la sesión de control al gobierno en el
Congreso de los Diputados a uno de los episodios más tristes de la vida
política. La noticia estrella no ha sido el debate en torno al separatismo
catalán, la desaceleración económica o cualquiera de los graves problemas que
preocupan a los ciudadanos sino la tesis doctoral del presidente Sánchez. Como
siempre la estrategia ha sido la del postureo y la guerra de desgaste: si no la
presenta malo y si lo hace peor; trato de favor o plagio, a escoger, sin que
sean excluyentes. Acababa de dimitir la ministra Montón y el líder del PP, Pablo
Casado, repetía que él no había sido, que su caso era distinto.
Un alma bella celebraría que, por fin, se ocuparan de la
Universidad. Nada más lejos. La realidad es que la clase política (pace Machado) envuelta en los andrajos de
la mediocridad desprecia lo que ignora, es decir, ignora la excelencia en la
Universidad y se beneficia de sus miserias. Esta vez no toca la endogamia, sin
embargo a los políticos (también a otros) les pone ponerse como profesores de
universidad para escarnio de los asociados esclavos. Esta vez son los títulos,
esas plumas devaluadas que no pueden faltar en sus fantasiosos currículos.
Lo que se critica ahora no son tanto los contenidos como los
procedimientos, el haberse beneficiado de una fórmula excesivamente abreviada,
el no haber pagado el peaje correspondiente en tiempo y forma, como dice el
lenguaje múrido burocrático. Así el presidente habría destino solo dos años y
nueve meses a la tesis en vez de los seis años habituales, cifra que en
términos de plazos académicos no es correcta, a partir de los tres hay que
pedir prórrogas.
Da igual, semejante
estajanovismo (compaginando labores absorbentes de intriga política) debería ser
bienvenido si tenemos en cuenta que informes publicados este mismo año alertan
del peligro para la salud mental de la realización de tesis doctorales (https://elpais.com/elpais/2018/03/15/ciencia/1521113964_993420.html).
Y en cuanto a la garantía que certifique la idoneidad de las mismas, qué
quieren que les diga. Les cuento el procedimiento y seguro que al más humilde
ciudadano se le ocurre el remedio.
El tribunal que ha de juzgar la tesis y calificarla se
propone a sugerencia del doctorando (tómese como genérico), se oficializa en escrito
por decisión última del director de la misma, siendo aprobado por el
Departamento y Comisión de Doctorado correspondiente en el Rectorado,
generalmente sin modificaciones, una vez comprobada la idoneidad formal (sexenios,
publicaciones etc.,) de los miembros y la paridad de género. En tiempos de la
para unos gloriosa y otros execrable Transición era de buen tono (al menos en
Humanidades) que el tribunal no se leyera la tesis, limitándose su intervención
a tan breves como inútiles consejos sobre los aspectos más peregrinos de la
vida ante la estupefacción del candidato. Lo importante era la comida
posterior, terror de bolsillos y alegría de restaurantes.
Ahora, víctima de los recortes, desmotivado, humillado por
la Aneca, necesitado de desahogarse, el profesor que se sube a una tarima habla
interminablemente, no sobre la tesis que se ha hecho sino sobre la que se podía
haber hecho, en extrañas asociaciones sin rumbo fijo, ante la perplejidad del
que ha dedicado varios años de su vida a la investigación del tema y promete
tenerlas en cuenta para una futura publicación cuando al fin de la tormenta
llega su confusa réplica. No falta el que refuerza la seriedad del examen con
la exhaustiva enumeración de las erratas ortográficas que la impericia o la
mala jugada del corrector de Windows ha propiciado. Tampoco puede faltar una
referencia a la bibliografía y las citas a pie de página, lo primero que se
lee. El límite de tan tediosas intervenciones sigue siendo la inmediatez del
horario de la comida. Eso no se perdona.
En vista del procedimiento comprenderán, dadas las
afinidades electivas (no precisamente las de Goethe), que los resultados son
bastante predecibles.
Estas son algunas de las miserias antes anunciadas. Pero señalar vicios de procedimiento endogámico en su juicio no empaña la excelencia en la realización de tantas tesis y de tribunales que pierden dinero asistiendo a ellas y se las leen y preparan a fondo. Solo que si funcionara mejor la legalidad no haría falta apelar a la ejemplaridad, con tan dudosos resultados.
Estas son algunas de las miserias antes anunciadas. Pero señalar vicios de procedimiento endogámico en su juicio no empaña la excelencia en la realización de tantas tesis y de tribunales que pierden dinero asistiendo a ellas y se las leen y preparan a fondo. Solo que si funcionara mejor la legalidad no haría falta apelar a la ejemplaridad, con tan dudosos resultados.
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