sábado, 29 de diciembre de 2018

en el limbo/inframundo de la imagen 4



Pocas películas como esta (de)muestran la inutilidad del método dialéctico de la escritura, de la filosofía, aplicado a la imagen. Incluso la voz en off (supuestamente narrativa, ella misma ficción) contribuye al efecto de extrañamiento. La nueva escuela de Berlín no es la herencia Kluge. Solo hay que ver para entender: las imágenes dialécticas, frontales, han dejado paso a las imágenes de perfil, ambiguas. Son la exposición de la falta de salida de lo binario, de pensar la (no con) imagen como dialéctica en estado de suspensión. En las dialécticas se llega a esa suspensión, parálisis, falta el elemento amor, solo hay pánico, asombro, hotel Abgrund. Aquí, el presente no redime al pasado, solo buscan el olvido por el amor. “Es una historia de amor en el limbo de lo que es el tránsito”, ha declarado Petzold en un magnífico resumen que dice todo y no dice nada, aunque tiene el valor de espantar cualquier entrevista que pregunta por la “narración” y no por las imágenes.


Lo llamativo, lo desazonante para algunos, es que se trata de tres películas de víctimas en que ellas se niegan a serlo y el director lo respeta. La huella icónica es la falta de expresividad en el rostro, ya sean los personajes de Nina Hoss o de Gregg y, sin embargo y en particular este último, tienen una presencia poderosa en la pantalla. De una corporalidad extrema. El perro apaleado no anda nunca derecho, así Gregg, ligeramente ladeado, temiendo algo, esperando algo, un hombre lo detiene y otro lo empuja. En una geometría con ausencia de seres humanos, una geometría hecha de vacíos en el caso de las migraciones: “te miran pero no te ven”. Desde Camus es difícil concebir la auténtica extranjería sin una historia de amor corriente que lo cambia todo imposibilitando la tragedia dialéctica. ¿Para qué querer quedarte a una carta conceptual cuando te reparten todas en imágenes? Pero lo trastoca todo. Así, en la película, la esencia de lo real como historia es lo surreal en imágenes, esta es la esencia poco esencialista: los ángeles pensativos de Wenders bien temperados con los humanos demasiado humanos de Fassbinder. Dice Petzold.

















 La renuncia suena a amor fou. Pero no es el suicidio de la espléndida Barbara Auer, tampoco el amor como pacto para morir de Kleist, ni siquiera hay un final Casablanca (tan tierno él) sino quizá más prosaico, de Ojos negros, nana incluida, para un judío errante. Un amor para la vida en bucle, antes del origen, cuando no se consigue (quiere) recordar nada, como Romano, como Gregg, que sigue esperando una presencia fugaz en el cristal de la imagen.


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