jueves, 30 de abril de 2020
viernes, 24 de abril de 2020
jueves, 23 de abril de 2020
miércoles, 22 de abril de 2020
sábado, 18 de abril de 2020
jueves, 16 de abril de 2020
Cultura visual 3
Sergio Martínez Luna es consciente del riesgo de
esencialismo al plantear al comienzo “en sentido fuerte la pregunta acerca de
qué es una imagen” (28) pero acaba esbozando una muy interesante “teoría
crítica” (230) llena de matizaciones. Estas vienen propiciadas por
el giro que observa de lo representativo a lo performativo (15) con la digitalización analizando minuciosamente en el libro sus consecuencias. Las imágenes digitales
“constituyen” (51)la realidad con lo que se borra la frontera entre
representación y realidad; no permiten identificar lo material con lo físico
como se daba a entender cuando se insistía en la desmaterialización de las mismas;
se diluye la diferencia entre imagen fija y en movimiento como ocurre en el
cine posnarrativo (21) que tan bien ha analizado
Horacio Muñoz Fernández; nos reafirman en que “la experiencia de la imagen es
corporal” (196), háptica. Este libro es muy consciente de la dificultad, por su
complejidad, de elaborar una estética de los imaginarios vigentes en la siempre
época de las nuevas tecnologías. Y es de obligada lectura para quien quiera
conocer los entresijos de esa transición en la que estamos. Su propia forma estilística,
escasa de punto y parte y llena de punto seguido, es un reflejo de ello.
Vuelvo al comienzo de estas entradas para pensar esa
transición en un diálogo entre dos comienzos de siglo: ya no se trata, como la
generación del 14, de preguntarse solo con conceptos por nuestro
ser-en-el-mundo sino de pensar nuestro estar en el mundo en imágenes. Las imágenes, en su pluralidad, son nuestra
forma de estar en el mundo. Ese pensar es una experiencia poliestética ya que
no existen imágenes visuales sino corporales y es un error que se arrastra
identificar lo icónico con lo visual, perdiendo, perdiéndonos en las otras
imágenes, sin saberlo, sin “gustarlas” (sapere).
miércoles, 15 de abril de 2020
viernes, 10 de abril de 2020
jueves, 9 de abril de 2020
Cultura visual 2
La asociación entre los títulos de los dos libros desde la
portada de uno de ellos ha sido primero visual y luego conceptual: se han
cruzado dos imágenes y luego ha invitado a pensar en ellas. Ambos tienen en
común que son libros de tránsito, entre límites. En el de Eschenmayer se
plantea el problema de Filosofía y Religión, el tránsito del saber a la fe, a
la no filosofía, en que a su juicio acaban las filosofías del Absoluto,
como quiera que se llame este. Entonces se podía hablar todavía en singular ya
que se trataba de una filosofía, la idealista, y una religión, la cristiana. A comienzos del siglo XX hay una modulación en el tránsito cuando al aumentar las imágenes tecnológicas (no técnicas, denominación inapropiada,
las plásticas también son técnicas) se produce el cambio cualitativo denominado
giro icónico. A pesar de que pretenden superar al idealismo hay casi una
unanimidad en las aparentes diversas filosofías, primero a interpretar el giro
icónico en términos de giro lingüístico y, segundo, a rechazarlo. Entonces se
trataba de Filosofía e Imagen, también en singular, del paso de la filosofía a
la no filosofía, a la imagen, al mundo reducido a imagen, a nada, denunciaban.
La herencia recibida desemboca hoy día en una situación paradójica de lo más
interesante: desde Platón se maldice a las imágenes con imágenes, se las
utiliza para ilustrar el pensamiento y en un gesto de máxima apertura que honra
una fantástica iniciativa se hacen concursos de fotografía y vídeo en las
Olimpiadas de filosofía. Pero sin ir más lejos. A los alumnos se les explica de
una manera y ellos se comunican de otra. Parece que en las relaciones entre
filosofía e imagen ya no tiene nada que hacer la filosofía y la religión, pero
como decía Stirner nuestros ateos son gente piadosa. La religión de las
imágenes pesa desde la tradición judeo-platónico-cristiana que privilegia la
palabra sobre la imagen, cuando no la condena. Sin embargo, la herencia de
comienzos del siglo XX, de la generación del 14 en filosofía, es un auténtico
regalo envenenado, un phármacon, porque son ellos los que propician, a su
manera, uno de los tránsitos de la filosofía a la no filosofía, aunque se
queden a las puertas de otro: de la filosofía al pensamiento en mitos no al
pensamiento en imágenes.
Con una rara unanimidad intentan superar la filosofía
(metafísica, historia de la filosofía) para volver a sus orígenes, al
pensamiento, porque la filosofía ha abandonado sus raíces en él. El problema es
que ese sitio está ya ocupado y para pensar no hace falta ya filosofar. De hecho,
hoy se da el fenómeno contrario, es el pensamiento el que ha abandonado a la
filosofía y se piensa fuera de ella. Pensar no es sinónimo de filosofar y menos
de citar. Lo que no obsta, y este es el otro elemento de la paradoja, para que
los que dicen que se dedican a analizar imágenes, en vez de hacerlo, acumulen
citas de filósofos, cuanto más abstractas mejor, empleando un lenguaje barroco ininteligible
que sepulta en lo lingüístico lo icónico.
Y ahí estamos, en ese tránsito de la filosofía al pensar, a
la no filosofía, con camino de ida y vuelta. Muchas cosas han cambiado respecto
al siglo pasado. Con las imágenes digitales no tiene mucho sentido preguntarse
qué hacen con nosotros (reeditando el viejo determinismo tecnológico) sino qué
hacemos con ellas. Ya no somos espectadores sufrientes sino usuarios agentes.
Eso quiere decir que el tránsito de la filosofía a pensar en imágenes es un
ejercicio de responsabilidad ciudadana en el que no se permite el ejercicio de
la irresponsabilidad lingüística edificante consistente en antropomorfizar las
imágenes: no son sujetos, los sujetos somos nosotros y responsables de su creación, uso y distribución. De ahí que no proceda seguir preguntando religiosamente como en el siglo pasado qué se
esconde detrás de las imágenes levantando piedras conceptuales. En vez de jugar
al escondite, como en la filosofía tradicional, el ejercicio de responsabilidad
ciudadana consiste en preguntarse por qué empleo, doy, me das, estas imágenes y
no otras haciendo visible lo visible. Necesitamos una ilustración en imágenes, orientarnos en ellas, hacer
visible lo visible, dejando el negocio de lo invisible a Netflix.
Continuará
miércoles, 8 de abril de 2020
Cultura visual 1
Hay libros de autoayuda y libros que ayudan a pensar.
Normalmente los de filosofía contemporánea pertenecen a los primeros, este a
los segundos. Aquellos son selfies más a menos logrados, estos profundamente
ambiguos en cuanto a los resultados, es decir, llenos de posibilidades. Empecemos
por la portada del libro: la imagen de una estatua clásica hueca, recortada,
pegada, de ojos luciferinos, se hace un selfie sobre un fondo rojo parcial ya
que el cuerpo emerge de un fuera de campo al que se ciñe, sin embargo, la
cartela con el título que lo atraviesa. El encuadre y su ruptura, la
disposición de los elementos, los intensos colores, alimentan los contrastes espacio
temporales reforzando lo ambiguo del mensaje en que se pueden reconocer muchos:
clasicismo y modernidad con un toque de ironía posmoderna. El título sería un
oxímoron para Adorno y el subtítulo haría las delicias de su antagonista el
señor oscuro de la Selva Negra. El resultado es un pastiche conceptual al
servicio de un collage visual. No al revés, lo que acaba dando una de las
claves del libro. Si el título editorial es obligadamente blockbuster, en singular, la
pluralidad cromática apunta ya a lo que luego será una evidencia, a que su
contenido consiste en hacer muchas y diferentes preguntas a variadas culturas
visuales de ayer y de hoy con muy interesantes respuestas y propuestas del
autor como consecuencia de ellas, en lo que sí resulta singular ya que no es
una mera acumulación de citas ni reduccionismo ontológico. El rojo de la
actualidad impide una ontología de la imagen, cuando no la ontología
misma. El propio Adorno le decía al señor oscuro de la Selva Negra: si quieres
desactivar algo conviértelo en una categoría ontológica, tu angustia devenida
existenciario ontológico no angustia a nadie. Pero no vas a poner en una
portada Culturas visuales. Las preguntas por las imágenes, que parecen
apuntes de clase o power point revenidos. Predicamos la pluralidad, pero
adoramos lo singular. Si se une todo cabe felicitar de antemano a los responsables por el magnífico diseño y la excelente colección de una buena
editorial.
Esta fijación
mía en temas y conceptos merece una explicación y como autor vuestro del blog que
soy os la voy a dar
Cuando analizaba en el primer cuatrimestre la Crítica de
la razón pura de Kant e intentaba explicar en el segundo el sistema del
idealismo trascendental de Schelling (era la época de quien mis amigos
llaman piadosamente el “primer Molinuevo”, el segundo no se sabe bien lo que
hizo, perdido entre las imágenes, aunque sí lo que dejó de hacer) me llamó
mucho la atención el título de un libro de Eschenmayer: La filosofía en su
paso a la no filosofía (1803). La portada y el título de este libro me lo
han recordado. También las primeras páginas donde menudea una palabra que nadie
que aspire a dar una sensación de profundidad debe dejar de emplear, venga o no
a cuento, generalmente no: ontología. También aquí, en el subtítulo, se percibe
la huella de los latiguillos empleados por el señor oscuro de la Selva Negra.
Como en Sócrates, la “pregunta” era igualmente un selfie. Para cerrar esta
divagación no solicitada indicaré que entre lo que lo que nos ha llegado de las últimas lecciones
del viejo Schelling es la rotunda afirmación de que en filosofía cuando se va a
dar clase no cabe marear y enredar al personal con preguntas y más preguntas (como en aquellas resacosas conferencias de las antiguas universidades de verano en que el programa lo hacían los oyentes) sino que hay que venir de casa ya respondido, que para eso
le pagan a uno y quizá por ello, como certificaba Schopenhauer, ser profesor y
filósofo sean dos cosas incompatibles.
martes, 7 de abril de 2020
la espera
"Yo esperaba con tanta paciencia como solo se espera cuando la espera es por la espera misma y aquello que se espera es irrelevante" (Anna Seghers. Transit)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)