La asociación entre los títulos de los dos libros desde la
portada de uno de ellos ha sido primero visual y luego conceptual: se han
cruzado dos imágenes y luego ha invitado a pensar en ellas. Ambos tienen en
común que son libros de tránsito, entre límites. En el de Eschenmayer se
plantea el problema de Filosofía y Religión, el tránsito del saber a la fe, a
la no filosofía, en que a su juicio acaban las filosofías del Absoluto,
como quiera que se llame este. Entonces se podía hablar todavía en singular ya
que se trataba de una filosofía, la idealista, y una religión, la cristiana. A comienzos del siglo XX hay una modulación en el tránsito cuando al aumentar las imágenes tecnológicas (no técnicas, denominación inapropiada,
las plásticas también son técnicas) se produce el cambio cualitativo denominado
giro icónico. A pesar de que pretenden superar al idealismo hay casi una
unanimidad en las aparentes diversas filosofías, primero a interpretar el giro
icónico en términos de giro lingüístico y, segundo, a rechazarlo. Entonces se
trataba de Filosofía e Imagen, también en singular, del paso de la filosofía a
la no filosofía, a la imagen, al mundo reducido a imagen, a nada, denunciaban.
La herencia recibida desemboca hoy día en una situación paradójica de lo más
interesante: desde Platón se maldice a las imágenes con imágenes, se las
utiliza para ilustrar el pensamiento y en un gesto de máxima apertura que honra
una fantástica iniciativa se hacen concursos de fotografía y vídeo en las
Olimpiadas de filosofía. Pero sin ir más lejos. A los alumnos se les explica de
una manera y ellos se comunican de otra. Parece que en las relaciones entre
filosofía e imagen ya no tiene nada que hacer la filosofía y la religión, pero
como decía Stirner nuestros ateos son gente piadosa. La religión de las
imágenes pesa desde la tradición judeo-platónico-cristiana que privilegia la
palabra sobre la imagen, cuando no la condena. Sin embargo, la herencia de
comienzos del siglo XX, de la generación del 14 en filosofía, es un auténtico
regalo envenenado, un phármacon, porque son ellos los que propician, a su
manera, uno de los tránsitos de la filosofía a la no filosofía, aunque se
queden a las puertas de otro: de la filosofía al pensamiento en mitos no al
pensamiento en imágenes.
Con una rara unanimidad intentan superar la filosofía
(metafísica, historia de la filosofía) para volver a sus orígenes, al
pensamiento, porque la filosofía ha abandonado sus raíces en él. El problema es
que ese sitio está ya ocupado y para pensar no hace falta ya filosofar. De hecho,
hoy se da el fenómeno contrario, es el pensamiento el que ha abandonado a la
filosofía y se piensa fuera de ella. Pensar no es sinónimo de filosofar y menos
de citar. Lo que no obsta, y este es el otro elemento de la paradoja, para que
los que dicen que se dedican a analizar imágenes, en vez de hacerlo, acumulen
citas de filósofos, cuanto más abstractas mejor, empleando un lenguaje barroco ininteligible
que sepulta en lo lingüístico lo icónico.
Y ahí estamos, en ese tránsito de la filosofía al pensar, a
la no filosofía, con camino de ida y vuelta. Muchas cosas han cambiado respecto
al siglo pasado. Con las imágenes digitales no tiene mucho sentido preguntarse
qué hacen con nosotros (reeditando el viejo determinismo tecnológico) sino qué
hacemos con ellas. Ya no somos espectadores sufrientes sino usuarios agentes.
Eso quiere decir que el tránsito de la filosofía a pensar en imágenes es un
ejercicio de responsabilidad ciudadana en el que no se permite el ejercicio de
la irresponsabilidad lingüística edificante consistente en antropomorfizar las
imágenes: no son sujetos, los sujetos somos nosotros y responsables de su creación, uso y distribución. De ahí que no proceda seguir preguntando religiosamente como en el siglo pasado qué se
esconde detrás de las imágenes levantando piedras conceptuales. En vez de jugar
al escondite, como en la filosofía tradicional, el ejercicio de responsabilidad
ciudadana consiste en preguntarse por qué empleo, doy, me das, estas imágenes y
no otras haciendo visible lo visible. Necesitamos una ilustración en imágenes, orientarnos en ellas, hacer
visible lo visible, dejando el negocio de lo invisible a Netflix.
Continuará
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