Hay libros de autoayuda y libros que ayudan a pensar.
Normalmente los de filosofía contemporánea pertenecen a los primeros, este a
los segundos. Aquellos son selfies más a menos logrados, estos profundamente
ambiguos en cuanto a los resultados, es decir, llenos de posibilidades. Empecemos
por la portada del libro: la imagen de una estatua clásica hueca, recortada,
pegada, de ojos luciferinos, se hace un selfie sobre un fondo rojo parcial ya
que el cuerpo emerge de un fuera de campo al que se ciñe, sin embargo, la
cartela con el título que lo atraviesa. El encuadre y su ruptura, la
disposición de los elementos, los intensos colores, alimentan los contrastes espacio
temporales reforzando lo ambiguo del mensaje en que se pueden reconocer muchos:
clasicismo y modernidad con un toque de ironía posmoderna. El título sería un
oxímoron para Adorno y el subtítulo haría las delicias de su antagonista el
señor oscuro de la Selva Negra. El resultado es un pastiche conceptual al
servicio de un collage visual. No al revés, lo que acaba dando una de las
claves del libro. Si el título editorial es obligadamente blockbuster, en singular, la
pluralidad cromática apunta ya a lo que luego será una evidencia, a que su
contenido consiste en hacer muchas y diferentes preguntas a variadas culturas
visuales de ayer y de hoy con muy interesantes respuestas y propuestas del
autor como consecuencia de ellas, en lo que sí resulta singular ya que no es
una mera acumulación de citas ni reduccionismo ontológico. El rojo de la
actualidad impide una ontología de la imagen, cuando no la ontología
misma. El propio Adorno le decía al señor oscuro de la Selva Negra: si quieres
desactivar algo conviértelo en una categoría ontológica, tu angustia devenida
existenciario ontológico no angustia a nadie. Pero no vas a poner en una
portada Culturas visuales. Las preguntas por las imágenes, que parecen
apuntes de clase o power point revenidos. Predicamos la pluralidad, pero
adoramos lo singular. Si se une todo cabe felicitar de antemano a los responsables por el magnífico diseño y la excelente colección de una buena
editorial.
Esta fijación
mía en temas y conceptos merece una explicación y como autor vuestro del blog que
soy os la voy a dar
Cuando analizaba en el primer cuatrimestre la Crítica de
la razón pura de Kant e intentaba explicar en el segundo el sistema del
idealismo trascendental de Schelling (era la época de quien mis amigos
llaman piadosamente el “primer Molinuevo”, el segundo no se sabe bien lo que
hizo, perdido entre las imágenes, aunque sí lo que dejó de hacer) me llamó
mucho la atención el título de un libro de Eschenmayer: La filosofía en su
paso a la no filosofía (1803). La portada y el título de este libro me lo
han recordado. También las primeras páginas donde menudea una palabra que nadie
que aspire a dar una sensación de profundidad debe dejar de emplear, venga o no
a cuento, generalmente no: ontología. También aquí, en el subtítulo, se percibe
la huella de los latiguillos empleados por el señor oscuro de la Selva Negra.
Como en Sócrates, la “pregunta” era igualmente un selfie. Para cerrar esta
divagación no solicitada indicaré que entre lo que lo que nos ha llegado de las últimas lecciones
del viejo Schelling es la rotunda afirmación de que en filosofía cuando se va a
dar clase no cabe marear y enredar al personal con preguntas y más preguntas (como en aquellas resacosas conferencias de las antiguas universidades de verano en que el programa lo hacían los oyentes) sino que hay que venir de casa ya respondido, que para eso
le pagan a uno y quizá por ello, como certificaba Schopenhauer, ser profesor y
filósofo sean dos cosas incompatibles.
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