En el
siglo pasado se planteó una antinomia entre esos dos tipos de tecnologías, las
del yo y las ciudadanas, las del ensimismamiento y el autismo interactivo y
las de la responsabilidad y compromiso ciudadanos. Ahora no. La paradoja es que estas
últimas no han construido todavía sus propios imaginarios y funcionan con los
tecnorrománticos de raíz platónica. El resultado es una ambigüedad que, en vez
de aprovechar, descoloca a muchos. Es el caso de la serie The capture.
El espectador avezado reconoce enseguida de qué va, la vigilancia y
manipulación de las imágenes, pero no le salen las cuentas y que hasta el
capítulo final no se prodiguen los diálogos de los que pueda extraer alguna
moralina salvífica. Y tampoco eso, no hay una “denuncia” clara y se pierden cinco
capítulos en prolijas descripciones técnicas de cómo tienen lugar esos procesos
en vez de centrarse en lo que importa, en las reflexiones edificantes. El pequeño
inquisidor platónico que todos llevamos dentro se remueve al final
insatisfecho.
Añádase
a esto que, a diferencia de la infantiloide Black mirror, aquí no se regalan
caramelos audiovisuales. El tráiler es de los más sosos que se puedan ver, la
música ramplona, de acompañamiento, y a veces ni siquiera eso. Lo que predomina
es la tensión causada por la ambigüedad y hace que la serie sea de una intriga
creciente y adictiva. Es como una muñeca rusa de secuencias que van saliendo una
de otra. Buenos diálogos, cuando los hay, buen guion, entretejido, tiene lo
mejor de una serie, el tiempo de sobra, su manejo sin premura. A los que se
desesperan con la escasa definición ideológica hay que advertirles que tampoco
funcionan los procesos de identificación con los personajes: los dos
protagonistas repelen, el uno perdido y la otra trepa, o quizá no, y el resto
son impresentables, pero eficaces.
Hay
series que después de haber acabado merece la pena volver a verlas por la
belleza de las imágenes, la complejidad de los diálogos, la empatía con los
personajes. Esta no es de esas. Los spoilers o haberla visto eliminan la mayor
parte de su atractivo. Basta una imagen, la que faltaba en el video, para que
se desvele la intriga, se confirme la sospecha. El slogan del póster de la
serie “ver es engañar” se aplica en primer lugar a ella, ya que el espectador es
engañado hasta el capítulo final por un sistema infalible: muchas imágenes para
atender ocultando algunas que faltan. Como en la vida diaria.
Bueno,
entonces, ¿merece o no la pena verla? No, pero sí mirarla, y se sacan
conclusiones interesantes.
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