domingo, 28 de agosto de 2022

Irma Vep 2022. El largo adiós (4)

 

Ni la película de 1996 es un remake de la de 1915 ni tampoco la serie de 2022 de ambas. El concepto de remake como “nueva versión” no se aplica en este caso. Es, tomando el título de Chandler y Altman, un “largo adiós”; si se quiere una “larga despedida de la modernidad” posmoderna en forma de juego de muñecas rusas; pero también de esa posmodernidad misma (broma sobre el "lesbianismo posmoderno"); es la vuelta al mito ante la imposibilidad ya de la vuelta del mito; porque de él (pro) venimos se impone el entretiempo; en este caso una vuelta al cine mudo de comienzos del XX con su mitología de “ha llegado el tiempo de la imagen” de Abel Gance; del séptimo arte como forma de llegar a las cosas mismas ante la crisis de la cultura occidental; de la nostalgia de esas primeras miradas inocentes sin contaminar que busca la generación cercana a Assayas, como Angelopoulos en La mirada de Ulises (1995) o Wenders en Historias de Lisboa (1994); el resultado es el estancamiento del que solo salva el seguir rodando, viviendo; porque las imágenes, como los libros, ya no son ahora de la realidad, sino de otras imágenes convertidas en ideas, así se desespera René Vidal (Léaud) en 1996: Irma Vep es ya solo una "idea" y no se puede hacer nada en cine con una idea, se lamenta; por eso en las dos películas las personas, Maggie, Mira-Alicia, acaban siendo más importantes que el personaje, Irma, y gracias a ellas puede el director desdoblado seguir adelante. Y también la original Irma Vep, Musidora, renacer. 





Cuando se colocan el traje de seda, látex o terciopelo, las actrices experimentan todo un fenómeno de desdoblamiento y de transfusión. De ahí la importancia que se da a su material y ajustado: es la máscara que propicia el tránsito de la persona al personaje y viceversa. No solo se convierten en ladronas ocasionales, sino que ganan una libertad que les hace huir al final en busca de proyectos más acordes con sus deseos, Maggie con Ridley Scott y Mira con otro director, escapándose del contrato-cepo lucrativo de Gautier. La industria cultural puede dejar de ser así un oxímoron para convertirse en una auténtica salida gracias a la ambigüedad de las situaciones. Las actrices se sienten formando parte de ella y repiten que, ni en 1995 ni en 2022, son Irma, ni forman parte del mundo de Assayas- René Vidal, aunque les convenga visitarlo por prestigio o cambio de aires en sus carreras. 

Y han sido elegidas como protagonistas justamente por ello: son actrices de acción, artes marciales, viajes espaciales, de entretenimiento en suma, aportando la dosis de sentido común que parece faltar en los rodajes caóticos de la “vieja ola”. Las series (“películas alargadas”) propiciarán la vuelta al mito, ya no solo por sus raíces en los novelones del XIX. Las series propician con nuevos medios, inalcanzables a las películas de culto, esa transfusión de sangre actual que salva al clásico haciendo lo imposible: que vuelva el mito. Así revive, en ese  “vampirismo”, la Irma Vep original, Musidora, convirtiendo el rodaje, no tanto en la vuelta a otro tiempo, sino en el espacio de entretiempos, con sus imágenes recurrentes y las citas de sus diarios; salvando incluso a René Vidal del envite de lo políticamente correcto acusándoles de “sexualizar la violencia” en las escenas. El cine independiente tampoco aparece como una alternativa, ya que "predica hasta el hartazgo", afirma Eidinger, el yo desmelenado de Assayas.


En el “largo adiós” el tiempo fluye en los meandros del delta del recuerdo empujado por el futuro que retrocede. Viene a la retina la imagen de un Marcelo Mastroianni copiando un cuadro de Cézanne sobre la montaña Sainte-Victoire y siendo objeto de mofa por parte de Jeanne Moreau sobre la inutilidad de tales intentos. Como sucede con los comentarios jocosos de los equipos de la película y de la serie.  Pero el mismo Antonioni da la clave en Más allá de las nubes, cuando lo que vemos no es un remake, ni nueva versión, sino la antigua imagen idílica de la montaña de Cézanne, cercada, contaminada, por los humos de las fábricas de ahora, ¿del entretenimiento?. El cuadro del pasado es otro cuadro en el presente y, por tanto, muestra de la imposibilidad de recrearlo. No se trata de la creación como recreación, sino, nuevamente, del acto de pintar, del rodaje sobre ello, con los comentarios, interrupciones y sin visionado de obra final. No se trata del rodaje de la obra, sino que el rodaje mismo es la obra. No hay el mapa del original para entenderlo, pues la orientación no la dan los mapas extendidos, sino las capas intercaladas. La película ya no es una creación (término esencialista del “arte” unívoco) sino una producción. Y ahora sí, la serie puede ser una obra de arte, es una obra de arte, ars, de un saber y poder hacer, despojada del mito romántico de la creación al que, no obstante, en términos coloquiales de fiesta de pueblo, se rinde “tributo” en los diálogos.

Comencé estas notas por el final del visionado, por el sentimiento de sentirme traicionado con un planteamiento dialéctico cuando esperaba uno complejo. Hay, efectivamente, una traición, pero no es la de Assayas a los espectadores con las imágenes finales, sino la del René Vidal- Assayas a sí mismo. Es consecuente. Seguir viviendo, rodando, implica "renunciar", poner límites, decía Goethe, ser en el límite, ahora. Y así se llega al final de la serie, al “fin apacible” (Kundera).



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