Todo en la vida, le dice Alicia a un trastornado René Vidal, está en el “intermedio”. Con ello no señala el punto medio del espacio o de la conducta, no es el délfico “nada en exceso”, sino todo lo contrario. Vivir es ser en el intermedio, es decir, logrando estar en él, no solo en el comienzo y el final. Y eso es lo que significa para Alicia la palabra “actuar” y para un director de cine la palabra “acción”. Lo más importante en la vida, en el cine, es el rodaje, el intermedio. El mismo Assayas lo acaba reconociendo a propósito de esta serie.
Pero, entonces, la frase de que “todo es (está en) en el intermedio” hay que precisarla con la aclaración que da Mira (Alicia, Irma) sacada de su propia experiencia en el rodaje: “todo es/ está en la ambigüedad”. El rodaje como territorio de la ambigüedad es la posibilidad de una serie de historias que se van entretejiendo, de tiempos que se van mezclando, de obras y personajes que vuelven y se despiden. Este rodaje es el espacio en el que acontecen los lugares de los entretiempos como mezclas. Lo iremos viendo poco a poco. La ambigüedad resulta así el descanso de la contradicción, del trabajo incesante de la dialéctica (negativa): “no hay contradicción entre ver un vídeo de Taylor Swift y leer a Adorno”, nos tranquiliza Assayas.
Pero también es el antídoto contra la termita hermenéutica del “meta” y la “autoficción”. Viciosos de la pegatina “metacine”, abstenerse.
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