Con frecuencia uno se
pregunta: ¿se pueden hacer productos audiovisuales dignos sobre temas sociales
y políticos que no resulten un tostón?, ¿sobre temas relacionados con la mujer sin que
caigan en el kitsch y rezumen la pornografía
emocional de los sentimientos edificantes?. Da la impresión de que se han
confundido de medio y que lo que puede estar bien para un mitin arruina una
obra fílmica. ¿Qué es lo que falta en ambos casos?: responsabilidad icónica o
lo que es equivalente, respeto. ¿Qué es lo que se pierde? Lo que el director Wang
Bing denominaba la esencia de un tipo de cine comprometido: la verdad
emocional.
Me ha interesado mucho de
la obra de Lur Olaizola quizá lo que menos se subraya: no tanto lo que hace, sino el modo de hacer los cortos. No la narración, sino el diálogo icónico entre
palabra e imagen, el justo equilibrio. De los tres realizados hasta ahora menciono
solo el primero, Xulia, 2019. No va de las palabras a las imágenes, como
ilustración suya, como ejemplo para narrar algo ejemplar, sino de las imágenes
a las palabras. Y no se queda ahí. Los ingredientes clásicos ya han sido destacados por ella misma: viaje, memoria, sida. El riesgo
del tópico acecha también. Sin embargo, y es lo más valioso a mi juicio, el viaje narrativo queda entre-cortado. La voz
en off calla en el repaso de las fotografías, se queda muda cuando la cámara
sigue respetuosa el deambular en un vacío de pasado del que solo se oye el
viento y las pisadas. El paisaje acaba envolviendo con la tierna indiferencia
de la naturaleza hasta crear la muralla estilizada de los árboles, a ratos la
cámara se para, respetando lo que no se dice, y solo ella piensa, la deja sola,
de espaldas en lo alto de la colina. Son imágenes a la espera.
Pero el viaje de ida acaba
siendo a ninguna parte y la memoria se entrecorta en un sollozo rememorando la fecha
fatídica. Entre el primer plano del ama de casa con gafas leyendo unas memorias
y el rostro de Xulia cuarteado por la droga y el sufrimiento que se muestra al final hay un abismo de tiempo, de vida al revés. Las imágenes han ido a las
palabras para llegar al silencio. Son esos increíbles minutos últimos de
silencio de Xulia, en planos medios frontales, mirando a todas partes, a ninguna en concreto,
recalando en la cámara, echando el humo del cigarrillo hacia al espectador, retándolo,
qué miras, parece decir, no te voy a contar de mi vida lo que sigue, ya te gustaría. Esto no va de narcisos sentimentales. Mirones abstenerse, almas bellas también.
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